MENSAJE DEL DÍA 2 DE FEBRERO DE 2002, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, aquí estoy otra vez como Madre de los afligidos, Madre de los pecadores. Sé, hija mía, que tu corazón está afligido, pues te has quedado huérfana de un director que tanto te ha ayudado, a lo largo de tantos años, hija mía; pero te ha preparado y, desde el Cielo, te seguirá ayudando y seguirá ayudando a esta Obra, que tanto y tanto ha amado.

 

     PADRE ALFONSO MARÍA:

     Dios permite que me veas, hija mía; qué diferencia la del Cielo a la Tierra: aquí no valen los títulos, ni los nombramientos; aquí es todo a lo Dios. ¡Qué grandezas las del Cielo y ver el rostro de Dios! Cuántas almas llegan aquí, por ese lugar(1), con una vida perfecta, porque los hombres se llaman católicos practicantes, pero ¿cómo viven la doctrina?...

     ¡Qué maravillas las del Cielo! ¡Cuánto he anhelado este lugar y este momento! No te quedas sola, desde aquí velaré por ti. Luchad todos para venir a juntarnos todos. ¿¡Cómo los hombres pueden negar la existencia del Cielo y del Infierno!? Y muchos pastores que niegan la existencia del Infierno no saben el mal que hacen a las almas; cuando se encuentren ante el tribunal de Dios... Hermanos, sed sinceros en predicar el Evangelio tal como está escrito; que los hombres sepan las verdades. No tengáis temor de explicarles las verdades, porque ¡cuántos se pierden llegar aquí por no haberles dicho con claridad la existencia del Cielo y del Infierno! ¡Qué grandezas las que hay aquí! ¡Qué diferencia en la Tierra a este lugar!(2) En la Tierra todo atrae al hombre menos Dios, y aquí sólo te atrae Dios. Esta grandeza infinita no la perdáis, hijos míos. ¿Cómo os atrevéis a no explicar las verdades?

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay!... ¡Ay, qué grandezas, Dios mío! ¡Ay, Padre, ayúdeme!

 

     PADRE ALFONSO MARÍA:

     Ya he llegado aquí a ver el rostro de Dios; qué alegría siente todo mi ser, porque estoy impregnado de la divinidad de Dios participando de estas grandezas. ¡Qué grandezas y cuánto he deseado este momento! Esta es la grandeza infinita por la que tiene que luchar el hombre, no hay otras grandezas en la Tierra mayor que ésta.

     Dejad los halagos, vivid para Dios y no seáis centros, que los hombres son muy dados a hacernos centros; y no os dejéis embaucar por unas palmaditas, que es fácil, como no reflexionéis, de que el demonio os conquiste por la soberbia y la vanidad. Luchad —¡sólo Dios basta!—, amad a las criaturas, pero Dios por encima de todas las cosas. ¡Cuántos se quedan sin llegar aquí, hijos míos, porque se han creído dioses y todo lo que han hecho lo han hecho para su vanidad y su persona! ¡No os dejéis conquistar por los hombres, conquistad a los hombres para Dios y dejad que Dios conquiste vuestro corazón! Vivid una vida entregada, amad mucho esta Obra. En esta Obra iréis por camino de perfección, pero, ¡ay, como os dejéis halagar y dar palmaditas en la espalda!; no seáis centros, hijos míos. Cuánto me sirvió esto a mí, aunque yo amaba mucho a mi Dios, pero cuánto bien me ha hecho.

     ¡Ay, hija mía, lucha para que un día estemos juntos! He dirigido tu alma, hija mía, todo lo mejor que he podido para encaminarla a Dios; sigue por el camino perfecto, desprendido, y humíllate, hija mía, que todo el que se humille será ensalzado. No olvides todo lo que te he enseñado, y también gracias os doy por todos los bienes que he recibido de vosotros. Criaturas que os habéis entregado a Dios: es el mejor camino, más perfecto y seguro. Que nadie os confunda, nadie. Estad siempre unidos y ninguno que sea mayor que otro. Amaos. ¡Cuántas almas hay en este lugar participando de esta misma gracia, pero han tenido que ser humilladas y pisoteadas para llegar tan alto! Sé muy humilde, hija mía, no olvides mis consejos.

 

     LA VIRGEN:

     Otras almas están en este lugar. Este alma va a hablar porque Dios se lo permite.

 

     ALMA DEL PURGATORIO:

     Yo estoy aquí, en el Purgatorio; soy un alma que me entregué a Dios, pero no fui fiel a mi vocación y tenía otro lugar para ir, un lugar tenebroso, un lugar donde no existía la paz, donde no existe el amor, pero, por la misericordia de Dios, aquí estoy. Gracias a vuestras oraciones estoy esperando salir de un momento a otro de este lugar. Aunque es un lugar de purificación, pero ¡somos tan felices purgando nuestras deudas! No cambiaríamos nada de la Tierra por el Purgatorio, pues hemos visto a Dios, desde lejos, nos ha abierto un rayito del Cielo y lo hemos visto y su Madre santísima nos consuela. No queremos nada ni aspiramos nada que no sea Dios, que no sea la eternidad: estar con la Divina Majestad de Dios.

     Nada cambiaríamos, aunque sufrimos para purificar nuestras culpas, por este lugar. Llevo aquí mucho tiempo, aunque mi tiempo no es vuestro tiempo, pero no importa el tiempo, importa el lugar donde voy a ir. Y otras muchas están purificándose; aunque es un lugar de dolor, también es un lugar de gozo.

 

     EL SEÑOR:

     Mira a los condenados.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Qué horror!

 

     ALMA CONDENADA:

     No queremos saber nada ni de vosotros ni de Dios; no cambiaríamos las penas ni el dolor para ir al Cielo. Nuestra misión es el odio, la destrucción, el desamor; es un tormento que no acabará nunca y nunca nos consumirá; es un fuego devorador que devora nuestras entrañas; pero somos malditos de Dios porque nosotros no hemos querido amarlo. Pero sí que quiero que aviséis a los hombres los tormentos tan grandes que hay en este lugar, para que no lleguen a él; así me lo ordena la voz de Dios... Pero por mí arrastraría a todos a este lugar donde se consumieran con el fuego, donde el odio, donde la destrucción, no dejan de existir. Todo es amargura, y nuestra misión es destruir a las almas.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Qué horror!

 

     ALMA CONDENADA:

     Muchos llegamos aquí porque nadie ha querido decirnos la verdad y nosotros tampoco hemos querido comprenderla; era más fácil vivir en comodidad, en abundancia, en hacer cada uno lo que nos da la gana, sin hacer la voluntad de Dios. Éste es nuestro sueldo, nos pagan para quien hemos trabajado; sentimos odio, desprecio. Si Dios nos dejara, destruiríamos el mundo. Sólo sentimos deseos de arrastrar a todos los hombres para que participen de este dolor.

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, ¿ves qué diferencia del amor al odio? Fíjate la paz que hay en este lugar, y el odio, el desprecio, el rencor que hay en el otro. Luchad, hijos míos, y no os dejéis conquistar por palabras que regalen vuestros oídos, por comodidades para vuestro cuerpo. Sed fieles a la voluntad de Dios, amad nuestros Corazones, hijos míos. Las almas buenas gozan de la misericordia tan grande que Dios ha tenido con ellas, porque han sido capaces de luchar, de desprenderse, de no aceptar vanidades, ni rencores, ni envidias, de ser pobres, humildes, (de) sacrificados, de imitar a Jesús en la Cruz y a María en Nazaret. ¿No has visto a tu padre espiritual, hija mía, qué gozoso está en la presencia de Dios? Toda su vida entregada a Dios desde muy niño; desde nueve años ya empezó su camino, hija mía.

 

     EL SEÑOR:

     Se entregó todo, por eso yo le di el premio a él y a ti; a él, de ser tu director espiritual y a ti, de aprender de él. Por eso pido a los hombres: acercaos a los sacramentos, hijos míos, no os abandonéis en la oración, dejad el mundo y todas las vanidades que hay en el mundo y llevad un camino recto y seguro. En el mundo hay una crisis de fe, que los hombres han perdido, porque todo lo ven bien. El hombre ha perdido la moral y el mundo está lleno de una inmoralidad, que nada es pecado, la carne la llevan en triunfo y te repito, hija mía, que los hombres quieren cambiar las leyes, no aceptándose cada uno como es, en el camino de la santidad, sino en la inmoralidad y adulterando su cuerpo: hombres con hombres, mujeres con mujeres. ¡Pero, ¿hasta dónde vais a llegar criaturas, que no respetáis la Ley de Dios?! Dios creó al hombre para procrear y a la mujer; no para gozar ni para placeres ni pasiones. El hombre lo ha olvidado; te repito, hija mía: esto parece Sodoma y Gomorra. ¡¿Hasta cuándo tiene Dios que avergonzarse de los hombres?! Orad, hijos míos, orad, para no caer en tentación.

     Acudid a este lugar, hijos míos, que sólo vengo a enseñar que cumpláis con el Evangelio tal como está escrito y no pongáis leyes cada uno a vuestro antojo. Orad, sacrificaos, hijos míos, acercaos al sacramento de la Confesión y de la Eucaristía para fortalecer vuestras almas; que los hombres están en una tibieza, porque han dejado a Dios y cada día el demonio se está apoderando más de las almas, y los guías no ven la situación del mundo. Ciegos, que vuestra soberbia no os deja ver ni aceptar que Dios se manifieste a los humildes para confundir a los soberbios y a los que se creen grandes y poderosos. Pedid, hijos míos, por ellos.

 

     LA VIRGEN:

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo con el Espíritu Santo.

 

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(1) Se refiere a Prado Nuevo y a las personas que, por acudir a este lugar, han recibido gracias.

(2) Quiere decir: “¡Qué diferencia entre la Tierra y este lugar!”.