MENSAJE DEL DÍA 5 DE MAYO DE 2001, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, aquí estoy como Madre Dolorosa, como Madre de los pecadores, como Madre de los afligidos.

 

     EL SEÑOR:

     Sólo voy a dar un aviso a las almas; y a ti, hija mía, te voy a pedir: déjate manejar por mis manos, que yo te manejaré para mi gloria y para el bien de las almas. No te angusties, hija mía; a veces son pruebas dolorosas para probar la fe de los hombres. Tú no te angusties, hija mía, por nada; yo permito todo. ¿Cómo le permití a Abraham que fuese al monte a sacrificar a su hijo?: para probar su fe. Así, hija mía, quiero probar la fe de los que más te aman.

 

     LUZ AMPARO:

     Señor, son pruebas tan duras... ¡Ay, Señor! ¡Ay, no permitas eso, Señor! A veces, Señor...

 

     EL SEÑOR:

     Tú di sí a todo lo que yo quiera, hija mía; y no a lo que yo no quiera, aunque no lo veas claro, hija mía. Yo permito a los hombres... (Luz Amparo ve en este momento, según explicación posterior de ella, que Dios permite atentar contra personas e instrumentos divinos, sin especificar más).

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío; haz lo que quieras, Señor! ¡Ay..., todo lo que quieras, eso y más! Yo estoy en tus manos...

 

     EL SEÑOR:

     Por eso te pido, hija mía: déjate manejar por mí, que yo lo hago para mi gloria y para bien de las almas; y pruebo la fe en lo más profundo de los corazones y, a veces, la pruebo para que vean la oscuridad donde está la luz. ¡Cuántas veces, hija mía, te has quedado en tinieblas, y yo lo he permitido!

 

     LUZ AMPARO:

     Señor, haz de mí lo que quieras, pero, sobre todo, dame fuerzas para saber decir sí a todas las cosas, que no me defienda en nada.

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, yo quiero almas víctimas, almas dóciles, almas desinteresadas, y por eso, a veces, pruebo a las almas con estas pruebas tan terribles. Sólo desde la santidad pueden comprender el misterio de Dios. Tú obedece en todo, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     Señor, haz de mí lo que quieras, pero a veces, ¡es tan duro! ¡Ay, perdóname, Señor, por todas mis flaquezas y mis miserias! Quiero hacer lo que Tú quieras, aunque no lo comprenda ni lo entienda, Señor.

 

     EL SEÑOR:

     Eso es lo que quiero enseñar a las almas, hija mía: a comprender sin entender.

     Oración pido, hija mía. También pido un poco consuelo para nuestros Corazones afligidos por los pecados de los hombres. Orad, hijos míos, mucho. Orad, y nunca desfallezcáis en la fe, pase lo que pase, hijos míos. Yo, a veces, permito la tentación al diablo, para ver si los hombres están fortalecidos en la fe.

     No dudéis, hijos míos, no dudéis de mi palabra y de mis acciones. Oración pido, y pido a los sacerdotes, obispos y cardenales que estén en constante unión con el Santo Padre, ese varón lleno de santidad, sacrificado. Imitadle, hijos míos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué capacidad de sacrificio!...

 

     EL SEÑOR:

     Toda su vida, hija mía, la ha dejado, mira, para la unidad de los cristianos y para el bien de la Iglesia. Es un varón incansable, lleno de la sabiduría del Espíritu Santo, hija mía. Y que no se asuste nadie si digo que es el varón más santo que pisa sobre la Tierra. Amadle mucho, obedecedle, señores sacerdotes, obispos y cardenales; imitadle. Su vida la ha ido dejando en todos los lugares que ha ido yendo, para bien de las almas y para beneficio de la Iglesia. Hago un llamamiento para que os unáis a él, hijos míos, y oréis mucho, para que los hombres de buena voluntad se reúnan en los rebaños que han dejado. Hijos míos, pastoread a las almas; es el último aviso que os doy, hijos míos: amad mucho al Santo Padre, amad a la Iglesia, hijos míos; predicad el Evangelio y conquistad a las almas para Dios.

     Orad, que el mundo está en esta situación por falta de oración. Amaos los unos a los otros; acercaos al sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía; fortaleceos, hijos míos, y nunca dudéis de la obra que Dios ha puesto en vuestras manos, hijos míos; estad todos unidos, hijos míos.

     Y tú, hija mía, oración pido; ofrécete víctima de reparación por los pecados de los hombres; tiene mucho valor, hija mía, porque el dolor es más fuerte de los más allegados, de los que más amas, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Señor, es muy duro esto, Señor! ¡Ay, ¿por qué me tienes aquí ya, Señor, si yo aquí ya no hago nada?! ¡Llévame contigo, Señor! ¡Llévame contigo, Señor! ¡Ay, ay, yo no tengo fuerzas, a veces, Señor! Y tengo que, en silencio, guardar tantas cosas, Señor...

 

     EL SEÑOR:

     Tienes nuestra fortaleza, hija mía, si no, no hubieras podido sobrevivir. Desde muy niña has tenido nuestra protección, hija mía. Ofrécete víctima de reparación. Nunca, hija mía, hemos desaparecido de tu lado. Sabes que en tus miserias y en tus dolores siempre has encontrado una mano amiga que te ayudara, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     Perdóname, Señor. Soy tan ingrata que, a veces, me quejo de todo, Señor. Perdóname y ayúdame.

 

     EL SEÑOR:

     Aunque te aguijoneen, hija mía, aunque te persigan, y aunque oigas barbaridades, hija mía, nunca des un paso atrás. Sé fuerte, que yo siempre estaré contigo, aun en la oscuridad.

 

     LUZ AMPARO:

     Gracias, Señor.

 

     EL SEÑOR:

     También quiero, hija mía, que recibas un gozo: apunta diez nombres en el Libro de la Vida; te los doy a escoger, hija mía... Estos nombres, hija mía, no se borrarán jamás. ¿Ves cómo tiene valor el sacrificio y el sufrimiento, hija mía? Y, a veces, el silencio.

 

     LUZ AMPARO:

     Gracias, Señor.

 

     EL SEÑOR:

     Todo el que acuda a este lugar, será bendecido y marcado con una cruz en la frente.

     Rezad el santo Rosario, hijos míos; no olvidéis esa plegaria tan favorita de María, y que tanto bien hace a las almas. Con el santo Rosario se puede evitar grandes catástrofes, hija mía. El Rosario tiene mucho valor, y los hombres lo han olvidado. Rezad el Rosario en familia, hijos míos. Padres, enseñad a vuestros hijos la oración del santo Rosario, que es unidad. No os abandonéis y no abandonéis a vuestros hijos en la oración.

 

     LA VIRGEN:

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores...

     Reza, hija mía, por esas almas infieles; por esas almas ingratas, que las deslumbra el mundo y abandonan a Dios por cualquiera placer y cualquier gusto, hija mía. Haz oración por ellos.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Esta bendición sirve para la conversión de los pobres pecadores. Los objetos bendecidos sobre las almas: se convertirán[1].



[1] Frase de difícil comprensión; quiere decir: “Estos objetos bendecidos, en contacto con las personas, ayudarán a convertir sus almas”.