MENSAJE DEL DÍA 5 DE AGOSTO DE 1995, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
EL SEÑOR:
Hijos míos, tenéis que pedir mucho y orar mucho por la situación del mundo. La situación del mundo es grave, los hombres están viviendo como en los tiempos de Sodoma y Gomorra. La mayoría se han apartado de Dios y ninguno está en el puesto que le corresponde. Los sacerdotes, en vez de ocuparse a pastorear a las almas y que coman de ese pasto sagrado que hay en mi Iglesia, la mayoría son asalariados del mundo, sin olvidarse... (Luz Amparo expresa admiración ante lo que ve) de que son almas para estar al servicio de las ovejas. Las almas consagradas, en vez de dedicarse a la oración y a la penitencia, muchos de ellos, han abandonado su vestidura y se han introducido en el mundo.
Las familias no enseñan a sus hijos que tienen un deber sagrado de cumplir con la Ley de Dios; se les olvida enseñarles la fe y la moral. Los seglares, hija mía, la mayoría viven como malos cristianos, sin querer aceptar la palabra que yo mando y mi palabra que está escrita. Pongo a instrumentos para comunicarles mi palabra, pero se olvidan de mi palabra, porque están ocupados en sus negocios y les interesa más el negocio y vivir según la carne más que según el espíritu.
Esas madres que matan a sus hijos dentro de sus entrañas, esos crímenes tan horribles que cometen con esos seres inocentes. Las parejas, hija mía, van al matrimonio sin la vestidura de la gracia, porque esa bestia feroz de las siete cabezas, con tres ojos en cada una, que es la lujuria, el placer de la carne, les ha quitado la gracia y muchos de ellos van a contraer matrimonio por la ilusión de ese traje, que lo llevan para que todos se deslumbren; pero si oyeran, en ese momento, en el templo la voz de Dios, les diría: “Pero, hijos míos, ¿cómo habéis venido a participar de mi banquete, si vuestra vestidura es muy resplandeciente por fuera pero vuestra alma está desnuda y llena de harapos?”. ¿Hacia dónde camináis, hijos míos, que habéis perdido vuestra dignidad y vais hacia el camino de una cárcel oscura y tenebrosa, porque vivís en los placeres y no vivís según la Ley de Dios? ¡Qué pena de sociedad! Rezad, hijos míos, para que esta sociedad cambie y abrace en sus corazones mi Reino, y que los gobernantes gobiernen con nobleza, justicia y santidad.
¿Qué han hecho del mundo, hija mía? Lo han cambiado. Los hombres han cambiado mis leyes y nada lo ven pecado, hijos míos.
LA VIRGEN:
Sí, hijos míos, mi Corazón está muy afligido, porque no guardan los hombres las leyes ni los mandamientos y muchos llegarán a la presencia de mi Hijo y tendrán que oír las palabras tan terribles de “id, malditos, al fuego del Infierno, porque no sois dignos de estar en la Casa del Padre”. No habéis querido cumplir con las leyes que se os han impuesto para la salvación de vuestras almas y vivís según vuestros gustos, hijos míos, en los placeres, en la abundancia, en las comodidades... ¡Qué pena de almas!
Mi corazón sufre y no hace nada más que dar avisos a las almas para que se conviertan, y mi Hijo me manda a la Tierra para dar mensajes a los hombres y para recordarles a cada uno que no cumplen con sus obligaciones. Orad mucho, hijos míos, haced penitencia, no clavéis más espinas a mi pobre Corazón, que os ama con todo mi Corazón.
Intercedo a mi Hijo, pero no cambiáis, hijos míos, vuestra conducta; seguís pecando gravemente y cometiendo crímenes atroces. ¿Hasta cuándo, hijos míos? El tiempo se aproxima y no cambiáis vuestra vida; sólo os preocupa la materia y os olvidáis del espíritu, hijos míos. Honrad a vuestra Madre y amad a Dios, vuestro Creador. ¿Cómo, hijos míos, no pensáis que el hombre no puede vivir sin Dios, y que el que vive sin Dios vive en la tiniebla y en la oscuridad? Buscad la luz, hijos míos, retiraos del mundo y poneos al servicio de Dios, vuestro Creador. No os preocupe tanto las cosas de la Tierra. Sí, hija mía, mira este paraíso; ¡cuántos lo pierden porque se enfrascan en los pecados y se apegan a la materia!
Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor, hija mía, porque los hombres siguen obstinados en pecar sin hacer caso al Evangelio, ni a los mandamientos, ni a mis palabras, ni mis mensajes... Está amargo, hija mía; quedan pocas gotas, porque los hombres no quieren cambiar sus vidas y el cáliz ya se ha derramado.
¿No veis, hijos míos, cómo Dios, vuestro Creador, os ayuda con la oración? La oración tiene poder. Se ha acabado la batalla. Los ángeles han luchado contra vuestros enemigos y han ido cayendo uno a uno, han conseguido la victoria. Por eso os digo, hijos míos, que aunque aún queda algún enemigo, también irá cayendo como no se convierta y sea capaz de reconocer sus pecados y sus miserias. Amaos los unos a los otros, hijos míos; ya sabéis que Dios es el que gana siempre la batalla. Si vosotros venís a Él, hijos míos, Él os extenderá los brazos y os perdonará vuestros pecados y os acogerá en su rebaño y participaréis de su herencia.
Seguid viniendo a este lugar, hijos míos. En este lugar se reciben muchas gracias. Ya sabéis que para mí no ha habido distancias, que he seguido derramando las gracias desde este lugar, hijos míos. Pensad que aquí también ha venido vuestra Madre a daros avisos y a derramar sus gracias. Todos estos lugares han sido bendecidos por mi mano virginal y por la mano divina de mi Hijo. Sed pacientes y, con paciencia, alcanzaréis todo, hijos míos. ¿No veis, hijos míos, que después del martirio viene la gloria? Ahora recibiréis la gloria, hijos míos; sed humildes y pacientes; seguid acudiendo a este lugar que tantas gracias ha derramado mi Corazón.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo...
Muchas almas os habéis convertido en estos lugares, hijos míos; nunca lo olvidéis y dad testimonio de ello.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la conversión de los pecadores... Todos han sido bendecidos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.