MENSAJE DEL DÍA 18
DE DICIEMBRE DE 1981
LUZ AMPARO:
¡Ay, ay, Dios mío! ¡Ay, ay,...!
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, aquí estoy, como todos los días, presente en tus dolores, en este sufrimiento; pero aquí estoy hoy también para consolarte, para aliviarte a soportarlos.
El mundo cada vez está peor. No sé qué hace falta para que se salven. Están cometiendo crímenes, pecados de impureza, sacrilegios..., el mundo está invadido de pecado. Date cuenta que no hay nada más que perversidad, no hay amor al prójimo, no hacen caso de los avisos; estoy avisando constantemente, pero cierran sus oídos. El Castigo está muy cerca. No sé de qué forma se va a purificar el mundo y mi Iglesia.
Estoy dando muchas oportunidades y voy a arrancar de cuajo toda la mala hierba y preparar un renacimiento milagroso para el triunfo de mi misericordia.
Daros cuenta que Dios Padre va a enviar dos castigos muy grandes. Uno en forma de guerra, revoluciones y peligros revolucionarios. Y el otro enviado por el Cielo: vendrá sobre la Tierra una oscuridad interna que durará tres días y tres noches. Nada será visible; el aire se volverá pestilente y nocivo y dañará, aunque no exclusivamente a los enemigos de la religión; durante los tres días de tinieblas, la luz artificial será imposible; sólo las velas benditas arderán durante todos estos días de tinieblas; los fieles deben permanecer en sus casas rezando el santo Rosario y pidiendo a Dios misericordia.
Todos los enemigos de la Iglesia, visibles y desconocidos, perecerán en toda la Tierra durante esta oscuridad universal, con excepción de algunos que se conviertan.
San Pedro y san Pablo intervendrán para elegir un nuevo Papa. Mira: se verá la Tierra envuelta en llamas, se hundirán numerosos edificios de la Tierra y el cielo parecerá que está agonizando. Millones de hombres morirán por el hierro; unos en guerra, otros en lucha, otros millones perecerán de muerte imprevista. Esto ocurrirá cuando parezca que la Iglesia ha perdido los medios humanos de hacer frente a la persecución.
Date cuenta, hija mía, que la ira tiene que descargar muy pronto porque el Padre Eterno está muy enfadado. No hacen caso y el cáliz se está derramando, está lleno hasta el borde. Descuidan la oración en la Iglesia los obispos, los sacerdotes, los ministros de Cristo. No hay fe en la Iglesia. Por eso vendré mandado por mi Padre Celestial, haré un acto de justicia y de misericordia hacia los justos. Ordenaré a mis ángeles que todos mis enemigos sean muertos; de momento los perseguidores de la Iglesia de Cristo y todos los hombres dados al pecado perecerán; la Tierra quedará como en el desierto. Entonces será la paz y la reconciliación entre Dios y los hombres. Yo seré servido, adorado y glorificado; la caridad brillará por todas las partes; los nuevos reyes serán el brazo derecho de la Iglesia, la cual será fuerte, humilde, piadosa, pobre, celosa, imitadora de Jesucristo. El Evangelio será predicado por todas las partes y los hombres vivirán en el temor de Dios.
Mi santa Iglesia será fuerte, humilde, piadosa, pobre, celosa, imitadora de las virtudes de Jesucristo; pero hay que pedir, hay que rezar mucho para que se den oportunidades a más almas. Que pidan perdón de sus pecados, que hagan penitencia.
Tú, hija mía, sufre tu pasión, imítame; esos dolores salvan muchas almas; mira lo que sufro; mira qué cuadro de dolor; cuenta cómo lo estás viendo.
LUZ AMPARO:
Veo al Señor en el Huerto de los Olivos. El Señor está muy triste, de rodillas, todo nervioso; se levanta una vez, otra vez, otra, hasta tres veces. Está mirando al cielo, implorando a su Padre Celestial. Hay tres discípulos al lado de Él. También se les ve la cara de sufrimiento de ver al Señor que está muy nervioso y sufriendo mucho. El Señor se pone de rodillas con las manos juntas, ora al Cielo. El Sol empieza a oscurecerse. El Señor sigue rezando, se le ve la frente y la cara que le cae sangre. Lleva una túnica blanca hasta los pies. Se ve que le cae sangre hasta por debajo de la túnica.
Hay varios soldados, lo cogen, lo amenazan con una espada. El Señor los mira con lástima y, entre los soldados, está Judas. El Señor le vuelve a mirar con una mirada de pena. Judas se pone delante de todos los soldados y le dice... (palabras en idioma extraño). Yo no sé lo que es eso, no lo he aprendido.
Y los discípulos están allí, están muy enfadados, están gritando... (se escuchan varias palabras en idioma extraño). Yo no sé lo que quiere decir esto, no lo entiendo.
San Pedro está al lado de Jesús y con una espada corta la oreja de un soldado. El Señor le dice: “¿Qué has hecho? Yo rogué a Dios, y es por ellos. Mete la espada en tu vaina. ¿No sabes que el que a hierro mata, a hierro muere?”. Entonces san Pedro le dice: “Rabí, si te han amenazado y te han dado con la espada...”.
“Kefas, ponte de rodillas; sé piedra de... (palabra ininteligible) por ellos”.
¡Señor! Ha cogido la oreja y se la ha puesto al soldado... (1)
(corte) están haciendo, que vuelve por la salvación de su alma...
(corte). Esto le ha dicho el Señor a san
Pedro... (corte).
Hay muchos soldados con Jesús. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce... (corte), dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte. Luego vienen tras Él (2) muchos más, con unas túnicas muy raras, con cintas muy brillantes. Las cintas están alargando las túnicas, son muy brillantes. También en este momento hay cuatro verdugos; están atando al Señor a una viga. Ya le han quitado toda la ropa...
(A continuación, Luz Amparo describe, entre llanto, la escena de la
flagelación, pero la mayoría de las palabras no se entienden por la emoción de
la vidente y deficiencias en la grabación. Trascribimos las que se escuchan con
relativa claridad).
¡Es horrible! ¡Ay! ¡Es horrible...! (Palabras ininteligibles). En el cuerpo, en las piernas, en el pecho, está todo ensangrentado como un..., llorando... el Señor. Está en el suelo, maltratado, ensangrentado. Le ponen un hierro (así se entiende, aunque con dificultad) ardiendo sobre sus partes. Le dan patadas, le están escupiendo en la boca. Se hacen pis en Él.
¡Es horrible! ¡Esto es horrible! ¡Qué dolor tengo más fuerte! ¡Ay, qué dolor!
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, esto constantemente lo estoy sintiendo yo por los pecadores, por la perversidad del mundo, por los pecados de impureza.
En otro momento, seguirás viendo toda la crueldad que hicieron conmigo. Ya sé que estás sintiendo esos dolores tan profundos, pero ofrécelos por la salvación del mundo; también ofrécelo por la conducta del clero y la relajación futura de los conventos; por todos mis sacerdotes; por los pecados de impureza que están cometiendo constantemente. Han descuidado la oración, tienen olvidadas las cosas de Dios; ellos, con sus oraciones, podían salvar muchas almas.
También pide por la conversión de Rusia. Rusia sería convertida si los obispos atienden los deseos de su Padre Celestial y emprenden una verdadera reforma en el clero, pues en mi Iglesia no hay nada más que políticas, y las políticas destruyen mi religión católica... Porque en muchos conventos están destruyendo la fe católica, y no hacen caso; pero, si no hacen caso, Rusia será una vez más el castigo con que Dios los castigue fuertemente. No hacen caso, tienen amor al dinero. Viven como el rico avariento. Ofrece por sus almas la Víctima Divina al Padre Eterno. Esos dolores sirven para purificación de muchas almas.
Este dolor que sientes es una centella del Corazón, que lo tengo traspasado por la ingratitud de tantos pecadores. Cuando lo sientas muy fuerte, cuida de ofrecerlo por esas almas que no quieren saber, que quieren condenarse por su propia voluntad. Hija, ofrece todo a mi Padre Eterno en unión de mis sufrimientos, de mi muerte en la Cruz, de los dolores de mi Madre; ofrécelo todo por la salvación del mundo. En unión mía, todos los días te daré dos horas de agonía; ofrécelas por los sacerdotes, que estoy constantemente sufriendo por ellos. No tengas miedo de sufrir; el sufrimiento es un tesoro que luego ese tesoro te lo recompensarán. Quiero que hagas mucha penitencia y que reces con mucha devoción. No dejes de recibir mi Cuerpo, que yo te confortaré. Tampoco dejes de pedir consejos a tu padre espiritual, que te dirija; ya parece que se le van quitando las dudas; yo le iluminaré para que te dirija, reza por él, que también lo va a necesitar mucho; pero cuanto más le persigan, cuanto más os calumnien, más cerca estáis de Dios. Daos cuenta de que yo vengo para sufrir juntos; yo he sufrido las calumnias, esas impurezas que hicieron conmigo, esas blasfemias. Y en un segundo podría haber destruido el mundo; pero no, no lo hice; quise redimir a la Humanidad, para que se salvasen todos; pero los ingratos me corresponden clavándome cada día y son unos desagradecidos; no quieren escuchar los mensajes; pide por ellos, que se salven todos.
Adiós, hija, te echo la santa bendición.
LA VIRGEN:
Hija mía, hija mía, créeme, siempre estoy contigo. Hija mía, sí, haz todo lo que mi Hijo te manda; ámale, agradécele todo lo que te ha dicho, el favor que te ha hecho llamándote y escogiéndote como hija predilecta suya. Ámale mucho. Date cuenta que Él también está sufriendo contigo. No te dejes por tus propias fuerzas, sino únicamente en Jesús. Él te dará la fuerza necesaria y yo te ayudaré. Esto lo hacemos constantemente con las almas privilegiadas. Esto que te estoy diciendo a ti se lo he dicho ya a varias hijas predilectas. Sé constante en la oración. Rezad el santo Rosario con devoción; ofrécelo por la salvación del mundo y por la salvación de las almas.
Hay que hacer mucho sacrificio y mucha penitencia. Hay que visitar mucho al Santísimo Sacramento, pues mi Hijo está muy triste y muy solo; pero antes hay que ser muy buenos. Díselo a todos: hay que confesar sus culpas; que se confiesen y se arrepientan; que lo hagan, que queremos que se salven todos. Si no lo hacen, vendrá un gran castigo para toda la Humanidad. Haz que se conozcan mis mensajes por cualquier parte del mundo, pues estoy dando muchos avisos. Los sacerdotes, obispos, cardenales y la mayoría del clero van, muchos, por el camino de la perdición, y por ellos se están condenando muchas almas. Hay que rezar por ellos. Ofrece estas dos horas de agonía por ellos. Diles a todos que pidan perdón al Padre Celestial, que los está esperando con los brazos abiertos. Diles que recen las terceras partes del Rosario, los quince misterios diariamente; que lo ofrezcan por la salvación de las almas, por la conversión de los pecadores.
El mundo está en un gran peligro.
Adiós, hija mía, sé muy humilde; no olvides que eres nada, que únicamente con la misericordia de Dios puedes ser algo; ten confianza. Date cuenta que nada puedes; déjate guiar. Da gracias a Dios diariamente.
Adiós, hija mía.