MENSAJE DEL DÍA 6 DE AGOSTO DE 1983, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

LA VIRGEN:

Hija mía, Dios Padre todavía tiene misericordia de los humanos; todavía sigue dándoles oportunidad para salvar su alma, hija mía.

Pide, hija mía, pide por las almas consagradas. Pide, hija mía, y haz sacrificio. Dios Padre hace mucho tiempo que está dando avisos por medio, primero, de sus ángeles, hija mía; los mandó a Sodoma y Gomorra, para avisarles de tanto pecado de impureza, de toda clase de vicios. Pero, como no hicieron caso a sus mensajes, las destruyó con nube de fuego. Destruyó dos ciudades, hija mía; pues aquí va a pasar igual, hija mía. Toda la raza humana se rebela contra Dios.

En los conventos, hija mía, hay abominaciones, y en las iglesias, en muchas iglesias, ha llegado la abominación con el pecado, hija mía; pide por esas almas. ¿Dónde están esas flores puras y lozanas que estaban en los conventos, hija mía? No se encuentran almas. Sacrificio pido, sacrificio y oración.

El enemigo astuto, hija mía, se apodera de esas almas para escoger el mayor número para cuando llegue el momento. Claro, hija mía, tú tienes que ser víctima en reparación de los pecados del mundo.

Sí, hija mía, vas a sufrir mucho. Pide por las almas consagradas. El demonio se apodera de muchas almas y las introduce dentro de esos conventos. Hija mía, los conventos que todavía quedan, que siguen la vida de Cristo con la vida de sacrificio, de amor, de caridad, de fe, de pureza, el demonio quiere destruir esa obra. Que estén alerta, hija mía, para ver a quién meten en esos conventos, porque el demonio se quiere hacer el rey de todos esos corazones para destruir la obra de mi Hijo. ¡Pobres almas, hija mía, necesitan oración y sacrificio! Las almas que quiere mi Hijo tienen que ser pobres, humildes, puras y sacrificadas, hija mía. ¿A dónde se encuentra esto?

El enemigo, con su astucia, se está apoderando de todas esas almas; por eso pido, hija mía —hace muchos años que estoy pidiendo—, sacrificio y oración.

Mi Hijo, primero, puso a sus ángeles por mensajeros para la raza humana; y luego ha puesto a su Madre por mensajera, para coger instrumentos pequeños y humildes, para comunicárselo a la raza humana; que tenga cuidado, hija mía, que el mundo está a punto de ser destruido.

Dios le da pena de destruir esta raza; pero los hombres le pagan con crímenes, hija mía, con pecados de impureza y con todas las clases de vicios. Por eso os pido, hijos míos: el tiempo se aproxima y los hombres no cambian, y Dios Padre va a descargar su ira de un momento a otro, hija mía. Que hagan sacrificio, que se arrepientan, que Dios Padre los está esperando a todos con los brazos abiertos, hija mía. Que pidan luz al Espíritu Santo, que Él los iluminará para estar en gracia de Dios.

Hija mía, besa el suelo en sacrificio por las almas consagradas... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de los pobres pecadores; por las almas consagradas, ¡las amo tanto, hija mía, y qué mal me corresponden! Por eso os pido, hijos míos, que hagáis sacrificios por los que no lo hacen y que hagáis oración por los que no rezan, hijos míos.

La ira del Padre se aproxima y mi Corazón está transido de dolor. Las profecías que yo he dado hace mucho tiempo, hija mía, a Melania y a Bernardita se van a cumplir. Estamos en el fin de los fines, en el fin de los tiempos, hija mía, y no encontramos almas para ser apóstoles de los últimos tiempos. Sólo, hija mía, con que hubiese diez almas, diez almas puras, mi Hijo imploraría a su Padre que no descargara su ira sobre esta Humanidad. Pero no encontramos almas víctimas, hija mía; no encontramos almas que quieran reparar los pecados de los demás. ¿Qué han hecho con la Iglesia de mi Hijo, qué han hecho, hija mía? ¡Qué pena de almas! Pedid por ellas, hijos míos, porque Dios Padre les va a dar por su pecado y por los demás, por los demás que han arrastrado al abismo.

Vas a ver un momento, hija mía, la Transfiguración de Cristo. No podrás tocar, hija mía.

LUZ AMPARO:

¡Ay, ay, ay...! (Se lamenta repetidas veces y continúa hablando entre sollozos). ¡Ay,qué luz! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, ay! ¡Ay, qué luz! ¡Ay! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, ay, ay...! ¿Quién es ésos que hay ahí, quién son...? Moisés, es Moisés, y Henoc. ¡Ay!, pero, ¿qué le pasa al Señor? ¡Ay, qué cara! ¡Qué luz! ¡Ay, qué luz...! ¡Ay, ay, ay..., qué luz! (Atraída por el misterio, extiende la mano para tocar). ¡Ay, ay, ay..., qué luz tan densa, ay, ay...! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, qué luz! ¡Ay, ay, ay...!

LA VIRGEN:

Esta luz, hija mía, es la Transfiguración de Cristo. Has visto su cara, hija mía, como el Sol de brillante, como el Sol. Nadie, nadie puede alcanzar esa energía divina. ¡Nadie, hija mía! No intentes tocarla, ¡no intentes!

LUZ AMPARO:

¡Ay, lo que sale, ay, lo que sale, ay de la luz del cuerpo, ay del cuerpo ese tan grande! ¡Ay, lo que sale! ¡Huy! ¡Ay, se forma, se forma un brazo! Se está formando otro brazo. ¡Ay, se forma el cuerpo! ¡Ay, se forma la cara! ¡Un pie, el otro pie! ¡Con rayos que salen del cuerpo, de ese cuerpo tan grande! Del centro del pecho salen los rayos; se ha formado un hombre. ¡Ay, es el Señor ese hombre! ¡Ay, es el Señor! ¡Ay, con pelo y todo lo ha formado!

Ahora siguen saliendo rayos de dentro de ese cuerpo. ¡Ay, que se forma un ala, otra ala! ¡Ay, una cabeza de un...! ¡Ay, una paloma, una paloma! ¡Ay, se ha formado también una paloma! ¡Ay, de esos rayos de ese cuerpo tan grande! ¡Qué hombre, si no puedo verle la cara!; el pelo muy largo y la barba; pero la cara no puedo verla. ¡Qué pies tan grandes, ay! ¡Qué brazos tiene, Dios mío! ¡Ay, ¿quién es ése tan grande?! ¡Ay, por eso no lo puedo ver!

LA VIRGEN:

Ése, hija mía, es Dios Padre; nadie, nadie le podrá ver ni tocarle, hija mía. Es la luz divina, la luz para toda la Humanidad. Y ahora, hija mía, vas a ver cómo esos cuerpos se destruyen lo mismo que se han construido y se meten dentro de ese cuerpo.

LUZ AMPARO:

¿Qué van a hacer ahora? ¡Ay!, pero ¿cómo lo hacen? Se está quitando otra vez. ¡Ay!, los rayos se meten dentro de ese cuerpo otra vez. ¡Ay!, todo se está destruyendo otra vez. ¡Ay!, se han metido dentro de ese cuerpo tan grande. La paloma también se ha metido dentro de ese cuerpo. Pero, ¿qué es esto, Dios mío, qué es eso? ¡Ay!

LA VIRGEN:

Esto, hija mía, son las Tres Divinas Personas: el Padre, que nadie le ha podido ver, el Hijo y el Espíritu Santo. Todo viene del Padre, hija mía: de la energía divina del Padre se forma el Hijo y se forma el Espíritu Santo.

LUZ AMPARO:

¿Y esos brazos tan grandes?

LA VIRGEN:

Significan que quieren abarcar todo el Universo, hija mía; así es de grande Dios Padre. Pero, a veces, hija mía, la raza humana le hace tan pequeño, tan pequeño, y está tan ofendido, que va a descargar su cólera de un momento a otro, hija mía.

LUZ AMPARO:

¡Ay, Dios mío, Dios mío! ¡Ay, Dios mío; perdónalos, Dios mío! ¡Ten misericordia de todos, Dios mío! ¡Ay, ay, ay, si es que no hacen caso, Dios mío! ¡Ay, ay, ay...!

LA VIRGEN:

Por eso te digo, hija mía, y te he repetido muchas veces, que la raza más “rebeladora”(1) es la raza humana; la que más se ha rebelado contra Dios. Y, sin embargo, hija mía, Dios Padre tiene misericordia de ellos. Pedid que se convierta, hija mía, quiero que se salve... (Habla en idioma desconocido durante unos segundos).

LUZ AMPARO:

¡Ay, Dios mío! ¡Ay!, ¿tan poco falta, Señor, tan poco falta? Pido que se conviertan todos, Dios mío.

LA VIRGEN:

Vas a ver otra clase de castigo, hija mía... (Luz Amparo se lamenta con la voz entrecortada por el llanto). Por eso mi Corazón de Madre sufre tanto; por eso no quiero que se condenen; por eso mi Hijo me ha puesto por mensajera para la salvación de la Humanidad.

Vuelve a besar el suelo, hija mía, por los pobres pecadores... Por todos los pecadores, por todos mis hijos, hija mía, sin distinción de razas. Pido, hija mía, sacrificio y oración; haz sacrificio y penitencia con la oración, hija mía. Vale la pena seguir para recibir una recompensa en las moradas celestiales.

Mira cómo está mi Corazón transido de dolor por todos mis hijos, hija mía, por todos, por mis almas consagradas... No puedes quitar ninguna espina, hija mía, no están purificadas. Pero te voy a dar una oportunidad de que escribas otro nombre en el Libro de la Vida, hija mía... Ya hay otro nombre más, hija mía, en el Libro de la Vida. Estos nombres no se borrarán jamás, hija mía.

Todavía queda algún alma, hija mía, que aman nuestros Corazones, hija mía. Que pidan gracias a mi Inmaculado Corazón, que él derramará gracias sobre toda la Humanidad. Pedid que se conviertan los pobres pecadores; ¡me dan tanta pena, hija mía!

Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Levantad los objetos, hijos míos.Todos los objetos serán bendecidos, hijos míos; muchos de ellos recibirán gracias especiales que servirán para la conversión de muchas almas, hija mía...

Os pido sacrificio, hija mía, sacrificios y humildad.

Adiós, hijos míos. Adiós. Adiós.

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(1) No existe, como tal, esta palabra, que equivaldría a “rebelde”; es decir, como aclara a continuación, “la que más se ha rebelado contra Dios”.


COMENTARIO A LOS MENSAJES 
6-Agosto-1982

 

     Estamos ante un mensaje de especial interés; nos ceñiremos, en el comentario, a algunos de sus fragmentos.

     En el opúsculo ¿Continúa Dios manifestándose a los humildes?, nº 2, la fecha de este mensaje es un año posterior: 1983. Se trata de un error, cuyas causas ignoramos; para subsanarlo y confirmar el dato correcto, se ha consultado a los testigos de aquel éxtasis, así como una edición privada de la narración de los hechos (¿El dedo de Dios?), que preparó el director espiritual de Luz Amparo, P. Alfonso María López Sendín, O. C. Ambas fuentes confirman 1982 como el año exacto.

     «Sí, hija mía, vas a sufrir mucho. Pide por las almas consagradas. El demonio se apodera de muchas almas y las introduce dentro de esos conventos. Hija mía, los conventos que todavía quedan, que siguen la vida de Cristo con la vida de sacrificio, de amor, de caridad, de fe, de pureza, el demonio quiere destruir esa obra. Que estén alerta, hija mía, para ver a quién meten en esos conventos» (La Virgen).

     Ya lo advirtió Nuestra Señora de La Salette en el secreto que transmitió a Melania en presencia de Maximino, el otro vidente: «Que los que están al frente de las comunidades religiosas vigilen a las personas que han de recibir, porque el demonio usará de toda su malicia para introducir en las órdenes religiosas a personas entregadas al pecado» (19 de septiembre de 1846) [2] . Coincide, pues, con el mensaje de Prado Nuevo. Hay un peligro claro en esta cuestión: la escasez de vocaciones hace que se admitan con mayor facilidad candidatos sin discernir debidamente su idoneidad; el ambiente de deformación moral que se vive, especialmente entre la juventud, llega hasta los conventos y casas religiosas de la mano de esas posibles vocaciones, introduciendo el germen del mal con costumbres mundanas y criterios que se oponen al Evangelio.

     «Mi Hijo, primero, puso a sus ángeles por mensajeros para la raza humana; y luego ha puesto a su Madre por mensajera, para coger instrumentos pequeños y humildes, para comunicárselo a la raza humana» (La Virgen).

     Los ángeles, a los que dedicamos el comentario del mes de junio, son mensajeros del Cielo. Santo Tomás afirma en la Suma Teológica: «Ángel significa mensajero, y por eso a todos los espíritus celestes se les llama ángeles, en cuanto que manifiestan las cosas divinas» [3] . La Virgen María es también mensajera, más en los tiempos que vivimos, donde Dios le ha otorgado un papel fundamental para recordar a la Humanidad el Evangelio, para avisar de los peligros que corre y proponer los remedios pertinentes; esto lo realiza mediante «instrumentos pequeños y humildes», que son las almas elegidas para comunicar sus mensajes, como es el caso de Luz Amparo.

     «Estamos en el fin de los fines, en el fin de los tiempos, hija mía, y no encontramos almas para ser apóstoles de los últimos tiempos» (La Virgen).

     Los apóstoles de los últimos tiempos se citan varias veces en los mensajes de Prado Nuevo; es conocida la alusión que hace a ellos san Luis María Grignion de Montfort, quien en su excepcional librito Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen esboza los rasgos que definirán a dichos apóstoles; en el nº 59 del mismo asegura: «Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al santo Evangelio y no a los códigos mundanos (...). Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios; sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha, el crucifijo; el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo».

     A continuación, le es mostrada a Luz Amparo una escena evangélica; concretamente, la de la Transfiguración de Jesús ante Pedro, Santiago y Juan. «Vas a ver un momento, hija mía, la Transfiguración de Cristo», le dice la Virgen, haciéndola partícipe de ese momento de gloria, de ese misterio de luz.

     A partir de aquí, la vidente, con aclaraciones de la Virgen, va describiendo las imágenes que contempla y que muestran el misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Algún teólogo, al escuchar de labios de Luz Amparo esta descripción, comentó no haber conocido otra explicación mejor, mediante imágenes, del misterio referido. Los detalles de esta escena se los relató a su director espiritual, P. Alfonso María López Sendín, O. C. (cf. ¿El dedo de Dios?, edic. privada) y están recogidos también, con alguna variante, en la obra de una periodista francesa referida más abajo en nota a pie de página.

     Luz Amparo ve a su derecha, en las alturas, a Moisés, Elías con barba y cabellera largas y blancas. Algo más arriba, también a su derecha, está la santísima Virgen de blanco, sin manto, ceñidor azul con rosas; abajo, franja rosa. Sus facciones son hermosísimas, su cabellera es larga y preciosa. A su izquierda, los tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Delante, una intensa y gloriosa luz, de cuyos rayos brota una figura humana de grandes proporciones, toda saturada de esa luz; puede entrever en ese instante —de modo misterioso— los rasgos del rostro del Padre, con larga barba, cabello crecido y blanco como la nieve; «su faz —describe Luz Amparo— me pareció la del Señor, la de Jesús (...). Era tal la intensidad, que parecía que me quemaba, que me abrasaba la cara y los ojos. Entonces —añade—, comenzó a alargarse, como a salir de sí misma, del centro del pecho, otros rayos de luz, los cuales iban tomando o configurando una persona que, al terminarse de constituir, era la imagen del Señor, con su expresión inconfundible. A continuación (...), vi que brotaban otros rayos más pequeños, asimismo del centro, que daban forma a un cuerpo como de paloma, pero que no era una paloma, sino que tenía su aspecto o algo parecido a ella. Salía todo aquello del pecho, de dentro. Luego vi cómo se colocaba la imagen con alas un poco por debajo del Señor, en el medio de la gran silueta» [4] (). Según el trabajo citado más arriba, ¿El dedo de Dios?, la figura humana surgida del pecho de la anterior y que identificamos con Dios Hijo, era de facciones parecidas a la primera (Dios Padre), aunque de aspecto más joven. De ambas, en una unidad, comenzaron a salir centellas de luz que dibujaron una paloma luminosa (Dios Espíritu Santo). Para conocer más detalles sobre esta preciosa visión, léase el mismo mensaje.

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[1] Cuando la Familia, célula básica de la sociedad, es atacada de modo tan descarado, sobre todo en España, el Señor nos concede esta bendición protectora para las familias a través de su Madre bendita.

[2] Cf. Abate Gouin, Profecías de Nuestra Señora de La Salette (Madrid, 1977) p. 73.

[3] I, q. 108, a. 5, ad 1.

[4] Loyer-Krause, A., ¿Son verdad las apariciones de El Escorial? (Quito, Ecuador, 1996) p. 418.

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