MENSAJE DEL DÍA 5 DE MARZO DE 1983, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, aquí estoy como vuestra Madre para daros la bendición. Vengo llena, hijos míos, de amor, de misericordia y de perdón. Pero mi Corazón Inmaculado viene lleno de dolor porque los humanos, hija mía, no dejan de ofender a Dios.
Comunícaselo, hija mía, que dejen de ofender a Dios. Que la ira de Dios Padre va a caer sobre la Humanidad de un momento a otro, hijos míos. Levanta la voz, hija mía, levanta la voz, para que los sacerdotes presten atención a mis mensajes y se los comuniquen a todos los humanos. Que hagan sacrificio, que cambien sus vidas, hija mía. Algunos han dejado albergar en sus corazones al demonio y éste los está introduciendo en la vida de placeres, para luego introducirlos en la ciénaga del Infierno, hija mía. Que cambien sus vidas y publiquen los Evangelios por todas las partes del mundo, para la salvación de las almas. Sí, hija mía, el mundo sigue cada día peor.
Mira, hija mía, mi Corazón Inmaculado, cómo está, hija mía. Quita tres espinas, hija mía, se han purificado tres... No toques más, hija mía, no están purificadas.
Hija mía, seguid rezando el santo Rosario; ¡me agrada tanto!... Y también con esa devoción, hijos míos, sed constantes en recibir la Eucaristía. Haced visitas al Santísimo, hijos míos.
Besa el suelo, hija mía, por mis almas consagradas; es un acto de humildad en reparación por todos los pecados del mundo. El mundo está en un gran peligro, hija mía.
Los gobernantes de los pueblos, hija mía, no cumplen con las Tablas de la Ley de Dios. Dios Padre dijo: “No matarás”; pero se les ha introducido el demonio en sus mentes, hija mía, y están matando seres inocentes e indefensos.
Difundid la palabra de Dios por todas partes, hijos míos. No os acobardéis; seguid luchando. Los representantes de gobiernos, hijos míos, acabarán profanando la Eucaristía y prohibiendo la palabra de Dios.
No ocultes nada, hija mía; sigue adelante sin miedo. Estando Dios contigo, ¿a quién puedes temer?
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida. Este nombre no se borrará jamás.
Pedid, hijos míos, por las almas consagradas. Hijos míos, id por el camino del Evangelio; es de la única manera que os salvaréis.
Sí, hija mía, haced sacrificio y oración, que el mundo está en un gran peligro. Los hombres, hija mía, cada día son peor. Tú, hija mía, refúgiate en mi Inmaculado Corazón, que es el que al final triunfará.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por la conversión de todos los pecadores; por todos, que todos son hijos míos. ¿Qué madre buena, hija mía, no siente dolor por un hijo que se va metiendo en la profundidad del abismo?
Rezad, hijos míos, rezad el santo Rosario; el Rosario tiene mucho poder para salvar las almas.
Bebe unas gotas, hija mía, del cáliz del dolor. Se está acabando y cuando el cáliz se acabe, será el fin de los fines, hija mía... ¡Qué amargura sientes, hija mía!; asíestá mi Corazón, hija mía. Esta amargura la siente mi Corazón diariamente de ver que mis hijos van por el camino del abismo y de la perdición. Pocos son los escogidos, hija mía. Seguid rezando para que se pueda salvar por lo menos la tercera parte de la Humanidad. Y yo estoy aquí, hijos míos, para bendeciros a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Oración y sacrificio, hijos míos. Haced caso de mis mensajes.
¡Adiós.
5-Marzo-1983
«Hija mía, aquí estoy como
vuestra Madre para daros la bendición. Vengo llena, hijos míos, de amor, de
misericordia y de perdón. Pero mi Corazón Inmaculado viene lleno de dolor
porque los humanos, hija mía, no dejan de ofender a Dios.
Comunícaselo, hija mía, que dejen de
ofender a Dios» (La Virgen).
La santísima Virgen es Madre de amor, de misericordia y de
perdón, como subraya en este mensaje; pero su Corazón Inmaculado sufre por las
ofensas que continuamente se cometen contra Dios, aunque su gran amor a las
almas nos abra las puertas de la misericordia. Escribe san Cipriano: «Él nos ha
prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya que, al
enseñarnos a pedir que sean perdonados nuestras ofensas y pecados, nos ha
prometido su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón»[1].
Hay una gran indiferencia entre las almas por lo que significa la ofensa a
Dios; en cambio, el actual Catecismo de
la Iglesia nos insiste en las consecuencias del pecado: «El pecado es, ante
todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él. Al mismo tiempo, atenta
contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el
perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y
realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación»[2].
Conociendo nosotros las consecuencias del pecado, ¿no haremos todo lo posible
para evitar ofender a Dios? A lo largo de los mensajes de Prado Nuevo es una
constante el lamento de los Corazones de Jesús y de María ante el desprecio de
las almas por los pecados cometidos:
·
«...te pido, hija mía, que seas víctima de mi Pasión,
porque yo acepté con resignación la última voluntad de mi Padre, que era
sufrir, sufrir hasta el fin; y todo lo hice para borrar el pecado de tantos
pecadores, para que todos pudiesen alcanzar mi Reino; pero no tienen corazón,
son crueles, están cometiendo ofensas constantemente, agraviando nuestros
Corazones, el de mi Madre purísima y el mío» (El Señor, 8-1-1982).
·
«Mi Corazón
Inmaculado está dolorido de tantas ofensas hechas a mi Hijo. Haced penitencia.
Sed humildes. Las moradas están preparadas. Es vuestra herencia y la
conseguiréis con oración y sacrificio. Quitad un poco de agonía a mi Hijo con
vuestra oración y penitencia. ¡Qué ingratos sois los humanos! No correspondéis
al dolor del Corazón de vuestra Madre Inmaculada» (La Virgen,
25-3-1982).
·
«Reuníos, hijos
míos, de los cuatro continentes y orad en este lugar y haced penitencia por
tantos males y tantas ofensas de los hombres de mala voluntad, que hacen a
nuestros Corazones» (La Virgen, 4-9-1993).
·
«Los hombres
están fríos como témpanos de hielo; por eso quiero, hija mía, que hagáis actos
de amor y de reparación por tantas y tantas ofensas que se cometen contra
nuestros Corazones, aun de aquéllos que dicen que me aman y que son míos, pero
que la pasión les puede. Y mira nuestros Corazones rodeados de dolor y de
espinas. Vengo a este lugar para que los hombres alivien nuestros Corazones» (El Señor,
5-1-2002).
Continuando con el mensaje objeto de nuestro comentario: «Levanta la voz, hija mía, levanta la voz,
para que los sacerdotes presten atención a mis mensajes y se los comuniquen a
todos los humanos. Que hagan sacrificio (...). Que cambien sus vidas y
publiquen los Evangelios por todas las partes del mundo, para la salvación de
las almas» (La Virgen).
Una vez más, la Virgen tiene presente a los sacerdotes: para que
presten atención a sus mensajes y comuniquen su contenido a las almas, para que
hagan sacrificio, como parte fundamental de sus vidas, que han de estar
impregnadas por la renuncia, la predicación de la Palabra, el celo por las
almas... La transmisión del Evangelio «por
todas las partes del mundo» es un mandato de Jesucristo a sus discípulos:
«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que
crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16, 15-16)[3].
¡Cuánto amor muestran por los sacerdotes el Señor y la santísima
Virgen en los mensajes de Prado Nuevo! Es verdad que aparecen no pocas
correcciones para ellos, pero ¡son tantas las señales de su amor
superabundante! Por otra parte: ¿no es signo de ese mismo amor la corrección? Lo
deja bien claro la Carta a los Hebreos: «Hijo mío, no menosprecies la
corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por Él. Pues a quien
ama el Señor, le corrige (...). Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a
quien su padre no corrige? Mas si quedáis sin corrección, cosa que todos
reciben, señal de que sois bastardos y no hijos» (Hb 12, 5-8).
Seleccionamos algunos fragmentos de esos mensajes:
·
En primer lugar, incluimos una hermosa oración por
los sacerdotes que la Virgen dio en el primer año de sus manifestaciones: «Jesús mío, por vuestro Corazón amantísimo,
os suplico inflaméis en el celo de vuestro amor y de vuestra gloria a todos los
sacerdotes del mundo, a todos los misioneros, a todas las personas encargadas
de predicar tu divina palabra, para que, encendidas en santo celo, conquisten
las almas y las conduzcan al asilo de vuestro Corazón, donde os glorifiquen sin
cesar» (25-11-1981).
·
En un mensaje posterior, enseñaba el Señor a Luz
Amparo otra bella oración: «Por la Pasión
de tu Hijo te ofrezco todos mis dolores. También te ofrezco, ¡oh Padre
Celestial!, esta corona de espinas de vuestro amado Hijo; por estos dolores os
pido por los sacerdotes: que su vocación sea más grande, que sean puros, que
sean buenos hijos de Dios, dignos de consagrar los santos misterios de la Santa
Misa...» (11-12-1981).