MENSAJE DEL DÍA 4 DE DICIEMBRE DE 1982, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LUZ AMPARO:

     En este cuarto misterio, la santísima Virgen nos va a bendecir a todos. Levanten todos los objetos.

 

     LA VIRGEN:

     Yo os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

     (A partir de aquí, según se aprecia en la grabación, es cuando propiamente parece entrar en éxtasis la vidente y transmite el mensaje de la Virgen. En los instantes previos, se percibe cómo va contactando con lo sobrenatural por el tono de voz).

     En estos momentos, hija mía, voy a hacer un llamamiento muy urgente, hija mía. Este llamamiento va a ser para todos los discípulos de Dios; los discípulos del Dios vivo, Rey de reyes en el Cielo. También hago este llamamiento para todos los imitadores de Cristo en la Tierra, a todos aquéllos que han vivido en la pobreza, en la humildad, en el sacrificio y en la castidad, todos aquéllos que han estado olvidados de ellos mismos y del mundo. También llamo a mis verdaderos hijos y devotos de mi Inmaculado Corazón, a todos aquéllos que han confiado en mí.

     Quiero, hijos míos, que salgáis para llevar la luz por todas las partes de la Tierra, esa luz de la fe, hijos míos. Éstos son los apóstoles de los últimos tiempos. Apresuraos, hijos míos, no tengáis miedo, ¡adelante! Si está Dios con vosotros, ¿a quién podéis tener miedo? No os avergoncéis, hijos míos, de publicar por todos los rincones de la Tierra la palabra de Dios. Pensad, hijos míos, que todo aquél que niegue a Cristo en la Tierra, los ángeles le negarán ante el Padre Celestial. Salid, hijos míos, salid a publicar la luz y la oración; esta oración que es la del santo Rosario.

     Ha llegado el fin de los tiempos, el fin de los fines, hijos míos. Apresuraos a salvar almas, hijos míos; pedid por las almas consagradas (1).

     Hija mía, besa el Libro, el Libro de la Vida... Escribe otro nombre, hija mía... Ya tienes otro nombre escrito; este nombre, como los demás, no se borrará jamás... (Palabras ininteligibles).

     Quita dos espinas, hija mía. No toques más, hija mía, éstas no están purificadas. Ve apurando el cáliz del dolor. Está amargo, hija mía. ¡Qué amargura sienten nuestros Corazones por toda la Humanidad y por esas almas que se llaman pastores de mi Iglesia y que son lobos revestidos con piel de oveja! Rezad por ellos, hijos míos, ¡me dan tanta pena!

     Hija mía, pronto habrá un aviso; este aviso será para toda la Humanidad. Muchos, hija mía, se ríen de mis mensajes, ¡pobres, más les valiera no haber nacido! Mira otra clase de castigo... (Luz Amparo explica que vio una clase de Infierno con todos sus horrores). Todo esto, hija mía, es para los que no cumplen con los santos mandamientos de la Ley de Dios.

     Y tú, hija mía, vas a sufrir mucho; ofrécelo por los pobres pecadores. Rezad el santo Rosario por todo el mundo. Es mi plegaria favorita.

     Sed humildes, sin humildad no se consigue el Cielo, hija mía.

     Besa mis pies...

     Adiós.

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(1) Aquí se corta la grabación en audio; el texto siguiente, hasta el final, es trascripción del o. c., nº 1, pp. 89-90.

      


COMENTARIO A LOS MENSAJES

4-Diciembre-1982

 

            «En estos momentos, hija mía, voy a hacer un llamamiento muy urgente, hija mía. Este llamamiento va a ser para todos los discípulos de Dios; los discípulos del Dios vivo, Rey de reyes en el Cielo. También hago este llamamiento para todos los imitadores de Cristo en la Tierra, a todos aquéllos que han vivido en la pobreza, en la humildad, en el sacrificio y en la castidad, todos aquéllos que han estado olvidados de ellos mismos y del mundo. También llamo a mis verdaderos hijos y devotos de mi Inmaculado Corazón, a todos aquéllos que han confiado en mí» (La Virgen).

 

            En este mensaje, la Virgen hace un llamamiento a «todos los imitadores de Cristo», y menciona algunas de las virtudes que les han de acompañar: pobreza, humildad, sacrificio, castidad... En varias intervenciones más vuelve a señalar esas virtudes y otras. Es emblemático el mensaje de 5 de septiembre de 1987, donde la Virgen propone unas reglas, en forma de virtudes, para aquéllos que se integren en su Obra: «Quiero que todos aquéllos que quieran pertenecer a esta Obra, guarden estas reglas, hijos míos:

            Silencio, obediencia, humildad, caridad, pureza de corazón, espíritu de pobreza entre vosotros. La castidad es importante para esta Obra. También quiero que entre vosotros reine la alegría.

            Quiero, hijos míos, que ninguno os creáis superior al otro; que el que se crea mayor, que se haga el más pequeño.

            Quiero mansedumbre en esta Obra. Fuera el orgullo y la soberbia.

            En esta Obra tiene que ser espíritu de humildad; el orgulloso, el soberbio está incapacitado para recibir la gracia.

            Quiero oración profunda.

            También quiero que vuestro pensamiento esté ocupado la mayor parte del día en la oración, en el trabajo. El ocio es un peligro para el alma».

 

            A continuación, la Virgen expone los fines del llamamiento que acaba de realizar: «Quiero, hijos míos, que salgáis para llevar la luz por todas las partes de la Tierra, esa luz de la fe, hijos míos. Éstos son los apóstoles de los últimos tiempos (...). No os avergoncéis, hijos míos, de publicar por todos los rincones de la Tierra la palabra de Dios (...). Salid, hijos míos, salid a publicar la luz y la oración; esta oración que es la del santo Rosario».

 

            En varios mensajes hay referencias a los apóstoles de los últimos tiempos. San Luis María Grignion de Montfort, gran apóstol mariano, les dedica varios números en su famoso Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen (nn. 55-59), obra que Juan Pablo II leyó con auténtico fruto espiritual en su juventud. «La lectura de este libro supuso un viraje decisivo en mi vida», le confiaba a André Frossard en No tengáis miedo, libro-entrevista que este autor sacó a la luz en 1982 (2). San Luis María esboza en este librito excepcional, cuya lectura recomendamos vivamente (así como los demás escritos del santo), los rasgos que definirán a dichos apóstoles(3); hoy, señalamos del mismo Tratado los siguientes: «Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación. Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo para los pobres y sencillos (...). Serán nubes tronantes y volantes, en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, lanzarán rayos contra el mundo, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces (...). Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesaria para realizar maravillas» (nn. 56-58).

 

            «Ha llegado el fin de los tiempos, el fin de los fines, hijos míos. Apresuraos a salvar almas, hijos míos; pedid por las almas consagradas» (La Virgen).

 

            A la etapa marcada por la conmoción general y la tribulación se le denomina en los mensajes de Prado Nuevo de modos diferentes: «últimos tiempos», «fin de los tiempos», «final de los tiempos», «fin de los fines»..., distintos del fin del mundo. La misma Virgen hace esta distinción en los mensajes, como el día 20 de mayo de 1984, cuando al hablar de un gran peligro que se cierne sobre la Humanidad, de artefactos atómicos, de que «varias naciones quedarán en ruinas», aclara: «Pero no se podrá destruir todo el mundo hasta el fin del mundo, hija mía...».

            No se debe confundir, pues, la purificación del mundo a que nos referimos, o Juicio de las naciones, con el Juicio final que llegará al fin del mundo. No es fácil establecer la diferencia entre ambos conceptos; sí podemos decir que en la Sagrada Escritura se habla del «día de Yahveh» y la conversión que sucederá «al fin de los tiempos» (cf. Is 2, 2; Jr 30, 24; Ez 38, 16; Os 3, 5; Mi 4, 1). El libro de Daniel no menciona el «día de Yahveh», pero habla del «tiempo del fin» (Dn 8, 17), «fin de la indignación (...) tiempo del fin» (Dn 8, 19). «Al tiempo del fin» (Dn 11, 40) habrá una angustia como nunca. En el libro de Isaías (6, 11-12) se expone: «Yo dije: “¿Hasta dónde, Señor?”. Dijo: “Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada, y haya alejado Yahveh a las gentes, y cunda el abandono dentro del país”». De varios pasajes bíblicos se desprende que habrá un juicio de naciones (cf. Is 4, 3; 6, 12-13; 24, 6; Za 13, 8-9). Si después de este juicio, que vendrá sobre el mundo en los últimos tiempos o fin de éstos, queda un número de habitantes que viven santamente sobre la Tierra, se ha de seguir que el fin de los tiempos no es el fin del mundo, conforme está escrito en la profecía de Sofonías: «Yo he exterminado a las naciones, sus almenas han sido derruidas, he dejado desiertas sus calles, sin un transeúnte; han sido arrasadas sus ciudades, no queda hombre ni habitante (...). Por eso, esperadme —oráculo de Yahveh— el día en que me levante como testigo, porque he decidido reunir a las naciones, congregar a los reinos, para derramar sobre vosotros mi enojo, todo el ardor de mi cólera. (Porque por el fuego de mi celo la Tierra entera será devorada). Yo entonces volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo (...). Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahveh se cobijará el Resto de Israel. No cometerán más injusticia, no dirán mentiras, y no más se encontrará en su boca lengua embustera. Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los turbe» (So 3, 6. 8-9. 12-13) (4).

            ¿Cuándo llegará el final de los tiempos a su culminación? Sólo Dios lo conoce. Podemos, no obstante, examinar con criterio cristiano las señales para alcanzar discernimiento, acorde con la invitación de Jesús en el Evangelio: «Al atardecer decís: “Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego”, y a la mañana: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío”. ¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir los signos de los tiempos!» (Mt 16, 2-3; cf. Lc 12, 56).

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(1) En la bendición de este mes, la Virgen omite la fórmula acostumbrada: «...os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo», aunque sí bendijera los objetos, como aseguró Luz Amparo al ser consultada.

(2) Barcelona, 1982, pp. 130-132.

(3) En el comentario de julio de 2005 ya incluimos algunos de estos rasgos.

(4) Cf. B. Martín Sánchez, Los últimos tiempos (Zaragoza, 1980).


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