MENSAJE DEL DÍA 3 DE SEPTIEMBRE DE 1983, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

     LA VIRGEN:

     Hija mía, empiezo con el sacrificio y con la oración y os termino diciendo: sacrificio y oración, hijos míos.

     La sociedad, hijos míos, está a punto de ser castigada con un castigo terrible, hijos míos. La Tierra temblará para todos aquéllos que no han querido cumplir con los mandamientos de la Ley de Dios; serán castigados, hija mía. También para aquellas almas consagradas que fingen servir a Dios y se han abandonado en la oración y en el sacrificio, para adorarse ellos mismos. Sí, hija mía, será terrible, porque Dios Padre los va a abandonar en manos de sus enemigos. Sí, hija mía, el golpe fulminante de la cólera de Dios está próximo; está próximo, hija mía, porque los hombres con sus desórdenes y con sus crímenes han traspasado las bóvedas del cielo, hija mía; por eso os pido, hijos míos, sacrificio y oración.

     Sí, hijos míos, en aquellos lugares que haya más pecado habrá mayor castigo. París, hija mía, será envuelto en llamas y grandes naciones serán engullidas bajo la tierra, hija mía. Por eso os pido, hijos míos, que pidáis perdón a Dios Padre, que todavía tenéis tiempo para arrepentiros, hijos míos.

     Por eso os pido que améis a vuestro prójimo, porque si no amáis a vuestro prójimo, no podéis amar a Dios; porque el amor viene de Dios, y todo aquél que no ama no es nacido de Dios, hijos míos. Por eso os pido: amad a vuestros semejantes, porque si no amáis a vuestros semejantes, no podéis amar a Dios, hijos míos, porque el amor viene de Dios. También, si alguno os dice, hijos míos, que ama a Dios y no ama a su prójimo, no le creáis, hijos míos, porque está mintiendo, está mintiendo; no puede amar a Dios que no lo ve, si no ama a su hermano que está viéndole diariamente, hijos míos. Por eso os pido que hagáis sacrificios, sacrificios y oración, y que pidáis por aquéllos que no rezan y que améis a vuestro prójimo; porque los carros de fuego de Dios Padre están preparados, hijos míos, para transportaros a la Tierra Prometida. Pero estad atentos, hijos míos, que muchos sois los llamados hijos de Dios, pero pocos seréis los escogidos, hijos míos.

     No os aferréis a las cosas terrenas, hijos míos; no podéis servir a dos amos: al dinero, a los placeres y al mundo y a Dios; tenéis que dejar uno de los dos, hijos míos; o los placeres y el dinero o a Dios Padre, hijos míos. Pensad, hijos míos, que las riquezas no iban a servir nada más que para condenaros, hijos míos. Pensad lo que mi Hijo dejó escrito, hijos míos: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Es más difícil, hijos míos, que un rico entre en el Reino del Cielo, que un camello por el ojo de una aguja, hijos míos. Por eso os pido que no os apeguéis a las cosas terrenas. Que si tenéis dos túnicas, dad una a vuestro hermano, hijos míos; dad una a vuestro hermano. Llevad la vida de Cristo, que iba por los caminos con una alforja y una túnica y unas sandalias sin tener de repuesto nada, hijos míos.

     Hija mía, es duro el camino de Cristo, porque para seguir a Cristo hay que seguir por el camino del dolor. Todos aquéllos que estáis disfrutando de todas vuestras riquezas y de vuestros lujos, hijos míos, tendréis que dar cuenta a Dios Padre.

     Tú, hija mía, esparce la simiente por todas las partes, déjala caer en todos los corazones, pero el que quiera que la coja, hijos míos, y dé fruto de ella, y el que no, dará cuenta a Dios.

     Sí, hija mía, es muy fácil vivir como el rico avariento sin acordarse de dar las migajas a los pobres. La vida de Cristo es el sacrificio y la oración, hijos míos, y el amor a vuestro prójimo.

     Mira, hija mía, cómo tienen mi Corazón los pecados de los hombres... Quita dos espinas; sólo se han purificado dos... No toques más, hija mía, sólo se han purificado dos.

     Seguid con vuestras oraciones. Haced vigilias, hijos míos; ofrecedlo por la salvación de las almas.

     Sí, hija mía,... (Habla en un idioma extraño durante unos instantes). Este tiempo falta para destruir la mayor parte de la Humanidad; por eso, hija mía, os pido oración y sacrificio por esos pobres corazones que rechazan la gracia de Dios, que están tan duros, hija mía.

     Besa el suelo, hija mía, por la salvación de las almas... No te importe, hija mía, esta humillación. Piensa que el que se humilla será ensalzado ante Dios, hija mía; no te importen las burlas ni que te calumnien. Piensa en Cristo Jesús, a Él también le calumniaron siendo inocente, hija mía. Tu misión es la de salvar almas; por eso te pido que seas humilde, hija mía; con humildad, con oración y sacrificio puedes salvar a muchas almas para la salvación del mundo, hija mía. Piensa en Cristo Jesús y hazte pequeña, pequeña, para luego que subas alta, muy alta.

     Las moradas están preparadas, hijos míos; haced sacrificios para poder alcanzar las moradas; ya sabéis que el camino de Cristo es muy estrecho, hijos míos, y el camino del enemigo es ancho, muy ancho, y lleno de felicidad y de placer.

     Hijos míos, os pido oración y sacrificios para poder salvar por lo menos la tercera parte de la Humanidad.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo, hijos míos.

     Levantad los objetos, hijos míos, serán bendecidos; todos los objetos recibirán gracias especiales para la curación de los enfermos y para la conversión de los pecadores, hijos míos...

     Adiós, hijos míos. Adiós.

 


COMENTARIO A LOS MENSAJES

3-Septiembre-1983

     «Por eso os pido que améis a vuestro prójimo, porque si no amáis a vuestro prójimo, no podéis amar a Dios; porque el amor viene de Dios, y todo aquél que no ama no es nacido de Dios, hijos míos. Por eso os pido: amad a vuestros semejantes, porque si no amáis a vuestros semejantes, no podéis amar a Dios, hijos míos, porque el amor viene de Dios. También, si alguno os dice, hijos míos, que ama a Dios y no ama a su prójimo, no le creáis, hijos míos, porque está mintiendo, está mintiendo; no puede amar a Dios que no lo ve, si no ama a su hermano que está viéndole diariamente» (La Virgen).

 

     Al presentar este mes el comentario al mensaje de 3 de septiembre de 1983, omitimos —como viene siendo habitual— los fragmentos cuyo contenido ya ha sido comentado en ocasiones anteriores.

     Esta vez, comenzamos con algo fundamental en el Evangelio, y que es el tema más repetido y valorado, con mucho, a lo largo de los mensajes de Prado Nuevo: la caridad.

     Ha habido quienes, por ignorancia o torcida intención, han descalificado los mensajes recibidos por Luz Amparo, resaltando aquellos que —según su criterio— eran negativos, y ocultando las numerosas citas que hablan de amor, misericordia, entrega, oración, etc. El Evangelio contiene, asimismo, cosas agradables y desagradables, dulces y amargas... Todo con el fin de convertir a las almas y conducirlas al feliz puerto de la salvación. Veamos algunos ejemplos tomados de los Evangelios:

         Jesús es el mismo cuando pronuncia: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28), que al denunciar la hipocresía de los escribas y fariseos: «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?» (Mt 23, 33).

         Habla tiernamente al corazón de Pedro arrepentido —«Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos”» (Jn 21, 15)—, pero en otra ocasión le reprende con dureza: «¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mc 8, 33).

         Se presenta más de una vez lleno de mansedumbre y bondad —«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29)—; pero esto no le impide gritar contra el pecado y expulsar a los mercaderes del templo: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (Jn 2, 16).

     Las palabras de la Virgen citadas más arriba son un recordatorio de la primera Carta de san Juan, donde el apóstol y evangelista insiste en esta virtud principal, uniendo amor a Dios y amor al prójimo. Esta enseñanza era el centro de su vida; la había aprendido de su Maestro, en cuyo Corazón reclinó su cabeza. Cuenta san Jerónimo que encontrándose el apóstol san Juan en Éfeso, al final de sus días, no pudiendo decir muchas palabras seguidas en voz alta, no dejaba —en cambio— de repetir esta exhortación: «Hijitos, amaos unos a otros». Entonces, sus discípulos, al escucharle con frecuencia lo mismo, le preguntaron. «Maestro, ¿por qué dices siempre esto?». A lo que les respondió con una frase lapidaria: «Porque éste es el precepto del Señor, y su solo cumplimiento es más que suficiente».(1)

     De modo precioso, relaciona el mensaje de nuestra Señora el amor a Dios y al prójimo. A esta realidad, esencia del cristianismo, dedicó el papa Benedicto XVI su primera encíclica: «Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero».(2) Este sentido auténtico de la caridad lo explica acertadamente san Agustín: «Es, pues, con un mismo amor con el que amamos a Dios y al hermano; pero amamos a Dios por sí mismo, a nosotros y al prójimo por Dios».(3)

     «No os aferréis a las cosas terrenas, hijos míos; no podéis servir a dos amos: al dinero, a los placeres y al mundo y a Dios; tenéis que dejar uno de los dos, hijos míos; o los placeres y el dinero o a Dios Padre, hijos míos. Pensad, hijos míos, que las riquezas no iban a servir nada más que para condenaros, hijos míos. Pensad lo que mi Hijo dejó escrito, hijos míos: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Es más difícil, hijos míos, que un rico entre en el Reino del Cielo, que un camello por el ojo de una aguja, hijos míos. Por eso os pido que no os apeguéis a las cosas terrenas» (La Virgen).

Las palabras del párrafo anterior son una serie de frases evangélicas unidas, e invitan a desapegarse de los bienes terrenales para poner el corazón en los eternos:

 

No os aferréis a las cosas terrenas, hijos míos; no podéis servir a dos amos: al dinero, a los placeres y al mundo y a Dios» (La Virgen).

-«Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Íd.).

-«Es más difícil, hijos míos, que un rico entre en el Reino del Cielo, que un camello por el ojo de una aguja» (Íd.).

-«Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6, 24).

-«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6, 20).

...es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos» (Mt 19, 24).


[1] Cf. San Jerónimo, Comentario sobre la Epístola a los Gálatas, 3, 6.

[2] Deus Caritas est, n. 18.

[3] Trat. sobre la Santísima Trinidad, 8, 12.