MENSAJE DEL DÍA 29 DE SEPTIEMBRE DE 1983

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

      LA VIRGEN:

     Hija mía, vengo muy acompañada, vengo con mis tres arcángeles y con mis veinticuatro patriarcas, hijos míos.

     Cuenta lo que ves, hija mía, cuenta lo que ves...

      LUZ AMPARO:

     Veo veinticuatro hombres, veo veinticuatro hombres. ¿Qué es eso, qué es eso?

      LA VIRGEN:

     Estos veinticuatro hombres, hija mía, tienen una misión muy importante, también con los arcángeles, hija mía. El día de la venida de Cristo vendré rodeada de todos mis ángeles, de los veinticuatro patriarcas, de Henoc y Elías. Sí, cuenta lo que tiene cada arcángel en la mano, hija mía.

      LUZ AMPARO:

     San Miguel tiene un peso en la mano, arriba tiene una cruz muy grande en una parte; en otra tiene... —¡oy!— como un globo, que sale de ahí un globo... ¡Ay, ay, con ventanas! En cada ventana hay una cruz, en el fondo del peso hay otra cruz. En la otra parte hay... —¡ay!— una cabeza de una serpiente con tres ojos; en el centro de la frente tiene tres seis, en el peso tiene tres seis; hay también ventanas que tienen tres seis puestos en la ventana. ¡Ay...!

     El otro ángel tiene como si fuese un... —¿qué es eso?—. ¡Ay!, ¿cómo se llama eso? Un celemín, ¡ay!... Coge el trigo de un saco, lo echan en el peso... —¡ay, qué negro, se vuelve negro!—, en el peso de los tres seis. Se cae al suelo... ¡Ay, cuánta sangre!, ¡ay, cuánta sangre!, ¡ay...! ¡Se llena todo de sangre!... ¡Ay, las montañas se derrumban! ¡Ayyy..., cómo cogen a las personas de esa parte, ¡ayyy...! Va un ángel a los conventos, hay muchos conventos, muchos, ¡huy! ¡Ay, cómo las sacan de ahí, ay, ay! ¿Dónde las llevan? ¡Ay!, ¿dónde las llevan?, ¿dónde las llevan a esa parte negra? El ángel las lleva allí, pero, ¿cómo puede hacer eso el ángel? ¡Ayyy, ay!, otras las pone en la otra parte. Cogen trigo del saco, lo echan en la parte de la cruz del peso. ¡Cómo sale de...!; eso, ¿qué es?: luz; eso parece oro. ¡Ay!, los granos son de oro, ¡ay!, se vuelven oro en esta parte; se caen por todo el suelo, se vuelven luz, quita todas las piedras. ¡Ay!, la hierba se quita también. ¡Ay!, esas personas las traen a esta parte, ¡ay, qué bien se está ahí en ese lado! ¡Ay, el Señor está en el centro de esa parte! ¡Ay, qué bien, ay, lleva a todas ésas! ¡Ay, lleva..., llévate más a esa parte, llévate más! ¡Ay del otro lado, cógelas!

      LA VIRGEN:

     No, hija mía, todas las que están en esa parte no pueden pasar a este otro lado, hijos míos.

      LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay!, el Señor tiene un libro en la mano. ¡Ay, qué luz, ay, qué luz, ay, qué luz hay ahí!... ¡Ay, qué luz! ¡Ay, qué bonito es esto! ¿Pero qué es esta parte tan bonita?

      LA VIRGEN:

     Todos los de esta parte, hija mía, son los escogidos, los marcados con la cruz en la frente, hija mía; todos los de la izquierda están sellados con el seiscientos sesenta y seis.

      LUZ AMPARO:

     ¡Ayyy..., ya no pueden pasar a esta parte, ya no pueden pasar, ay, ay...!

      LA VIRGEN:

     Todos los que están ahí, hija mía, se han condenado por su propia voluntad, hija mía... Sacrificio os pido, sacrificio y oración, hijos míos. ¿Ves este libro, hija mía?, lo va a abrir el arcángel san Rafael.

      LUZ AMPARO:

     ¿Qué tiene ahí, qué es eso que tiene ahí? Está sellado con siete sellos; ¡ay!, ¿qué es?, ¿uno tiene ahí caballos? ¡Ay!, otro tiene otro caballo de otro color. ¡Ay!, ¿qué es eso?

      LA VIRGEN:

     ¡Éste es muerte y destrucción, hija mía! Los humanos no quieren salvarse, no dejan de ofender a Dios.

      LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay!, ese ángel, ¿qué tiene?, ¿otra trompeta?

      LA VIRGEN:

     Ésta es la última trompeta, hija mía, la trompeta que tiene este ángel; cuando suene esta trompeta, será el final, hija mía. Todavía estáis a tiempo, hijos míos; os pido sacrificios y oración, confesad vuestras culpas, hijos míos.

      LUZ AMPARO:

     ¡Ay...!, que estás fuera de ahí... ¡Ay!, ¿de dónde viene esa luz?, ¿de dónde viene?... ¡Ay, ay, ay...!

      LA VIRGEN:

     Sí, hija mía, para conseguir las moradas, hay que hacer sacrificio y oración; sin sacrificio no se gana el Cielo, hijos míos.

      LUZ AMPARO:

     Y ése, ¿qué tiene ahí? Una flecha...

      LA VIRGEN:

     La lucha está preparada, hijos míos; los ángeles del Cielo están esperando el aviso para destruir la mayor parte de la Humanidad. Estad preparados, hijos míos, que el enemigo quiere apoderarse, quiere apoderarse de vuestras almas, hijos míos. Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... En reparación de todos los pecados del mundo, hijos míos. Sí, hijos míos, los hombres no cambian, y la ira de Dios Padre está próxima.

     Mira, hija mía, mira cómo está mi Corazón, hija mía, transido de dolor, por todos mis hijos... No puedes quitar ninguna espina, hija mía, no se han purificado. Yo también lloro, hija mía; enjuga mis lágrimas... (Luz Amparo eleva sus manos para realizar lo que le pide la Virgen). Enseña las manos, hija mía... Enséñalas, hija mía, que toquen mis lágrimas, que toquen mis lágrimas... (Algunas de las personas presentes tocan los dedos humedecidos de Luz Amparo).

     Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

29-Septiembre-1983

     En esta ocasión, la Virgen le ofrece una visión a Luz Amparo, pidiéndole que describa lo que va contemplando. En conjunto, se trata de un diálogo entre ambas: Amparo expone lo que ve y hace preguntas, y la Virgen interviene, para responder, aclarar...

     Las imágenes descritas son muy parecidas a las que contiene el libro del Apocalipsis, por lo que no son de fácil explicación. Iremos comentando algunos fragmentos:

     «Hija mía, vengo muy acompañada, vengo con mis tres arcángeles y con mis veinticuatro patriarcas, hijos míos.

     Cuenta lo que ves, hija mía, cuenta lo que ves...» (La Virgen).

 

     Los «tres arcángeles» a que se refiere la Virgen son, sin duda, Miguel, Gabriel y Rafael, pues el día de esta visión coincidió con la Fiesta que la Iglesia dedica a estos tres espíritus celestes (29 de septiembre); además, a continuación, cita a dos de ellos con sus nombres (Miguel y Rafael).

     En los mensajes de Prado Nuevo aparecen con cierta frecuencia los ángeles, pues, no en vano, Dios les ha asignado un papel muy importante en la Historia de la salvación. Hoy día se habla poco de los ángeles en las predicaciones, catequesis, etc., pero la existencia de los mismos es una verdad de fe, como afirma con toda claridad el Catecismo de la Iglesia Católica: «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición» (n. 328).

     A la pregunta «¿Quiénes son los ángeles?», responde el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica: «Los ángeles son criaturas puramente espirituales, incorpóreas, invisibles e inmortales; son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Los ángeles, contemplando cara a cara incesantemente a Dios, lo glorifican, lo sirven y son sus mensajeros en el cumplimiento de la misión de salvación para todos los hombres» (n. 60). Dentro de los ángeles, los arcángeles son aquellos que tienen una misión especial. Los más conocidos y venerados son los tres que acabamos de citar. El arcángel san Gabriel es mencionado dos veces en el libro de Daniel(1), y otras dos en el Evangelio de San Lucas(2). Suficientes para comprobar el papel tan importante asignado a este Arcángel; sobre todo, en la Anunciación, momento trascendental en la Historia de la salvación: «Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1, 26-27). San Miguel aparece igualmente en varias citas bíblicas, teniendo una misión reservada al final de los tiempos: «En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones» (Dn 12, 1)(3). Por su parte, el arcángel san Rafael se hace presente en el libro de Tobías(4), donde llega a adquirir figura humana, para ayudar al protagonista de ese libro del Antiguo Testamento.

     «Veo veinticuatro hombres, veo veinticuatro hombres. ¿Qué es eso, qué es eso?» (Luz Amparo).

 

     ¿Quiénes son esos veinticuatro hombres que contempla Luz Amparo? Al inicio del mensaje, la Virgen aclara algo: «...vengo con mis tres arcángeles y con mis veinticuatro patriarcas», y a la pregunta de Amparo —«¿Qué es eso?»—, le responde enseguida:

     «Estos veinticuatro hombres, hija mía, tienen una misión muy importante, también con los arcángeles, hija mía. El día de la venida de Cristo vendré rodeada de todos mis ángeles, de los veinticuatro patriarcas, de Henoc y Elías» (La Virgen).

 

     En el Apocalipsis se hace mención a veinticuatro ancianos en varios pasajes de este libro:

          «Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas (...), los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono» (Ap 4, 4.10)(5).

     ¿Son estos veinticuatro ancianos los veinticuatro patriarcas referidos en el mensaje? No lo sabemos; al tratarse de un lenguaje profético y simbólico, es muy difícil acertar en la interpretación. Entre diferentes autores, se discute quiénes sean estos ancianos bíblicos. Para unos serían hombres glorificados o santos del Antiguo Testamento; para otros habría que identificarlos con los doce patriarcas y los doce apóstoles, que simbolizarían al Antiguo y Nuevo Testamento. Lo que sí se ve claro es que se trata de personajes que «tienen una misión muy importante», según el mensaje, y que el día de la Segunda Venida de Cristo estarán presentes, siempre conforme a las palabras de la Virgen.

     De Henoc y Elías hemos hablado ya en comentarios anteriores. La Sagrada Escritura cita a ambos con frecuencia; incluso de Elías se nos narran diversos acontecimientos de su vida como profeta. Los intérpretes antiguos los identifican, unidos, con los dos testigos del Apocalipsis: «Y daré a mis dos testigos que, vestidos de saco, profeticen durante mil doscientos sesenta días» (Ap 11, 3). La Biblia no habla de su muerte, sino de su desaparición misteriosa en varios pasajes; citemos dos de ellos como ejemplo: «Elías, por su ardiente celo por la Ley, fue arrebatado al cielo» (1 Mc 2, 58)(6). «Por la fe, Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque lo trasladó Dios» (Hb 11, 5)(7).



[1] Cf. Dn 8, 16; 9, 21.

[2] Cf. Lc 1, 19. 26.

[3] Cf. Dn 10, 13. 21; Judas, v. 9; Ap 12, 7.

[4] Cf. Tb 3, 17; 5, 4; 6, 11. 14. 19; etc.

[5] Cf. Ap 5, 8; 11, 16; 19, 4.

[6] Cf. 2 R 2, 9. 11.

[7] Cf. Gn 5, 24; Si 44, 16.