"Yo
prometo a todo el que rece el Santo Rosario diariamente y comulgue
los primeros sábados de mes, asistirle en la hora de la muerte." (El Escorial. Stma. Virgen, 5-03-82) |
"Todos
los que acudís a este lugar, hijos míos, recibiréis
gracias muy especiales en la vida y en la muerte." (El Escorial. El Señor, 1-1-2000) |
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MENSAJE DEL DÍA 29 DE JUNIO DE 1983(SAN PEDRO Y SAN PABLO)
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, hoy es un día importante, hija mía, día de los Apóstoles de Cristo, hija mía. Sed imitadores, imitadores de los discípulos de Cristo; pero para ser discípulos, hijos míos, tenéis que ser perfectos como vuestro Padre Celestial fue perfecto, hijos míos.
Necesitamos apóstoles para los últimos tiempos, pero tenéis que ser humildes y sentir amor, amor hacia vuestros semejantes. También pensad, hijos míos, que sin humildad no se puede ser apóstol de Cristo. Sed como san Pablo, hijos míos, que decía: “¿De qué importa todo esto, hijos míos? ¿Qué importa todo el sufrimiento de la Tierra para el premio que espera en el Cielo?”. Esto lo decía san Pablo constantemente, hijos míos; por eso os digo que, para seguir a Cristo, tiene que ser por el camino del sacrificio.
¿Cómo, hijos míos, cómo podéis pensar que Dios es tirano? Dios es misericordia y amor, pero dará a cada uno —os he repetido muchas veces— según sus obras, hijos míos.
Hablad de Cristo por todas las partes del mundo, por todos los rincones de la Tierra. Llevad la luz de los Evangelios. Estamos en los últimos tiempos, hijos míos, y es preciso que se publique la palabra de Dios por todas las partes.
¡Cuántos sois como san Pedro, hijos míos! ¡Cuántos hay aquí que negáis a Cristo! Pero, hijos míos, estáis a tiempo; san Pedro se arrepintió con tiempo; vosotros podéis hacer lo mismo.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hijos míos, sirve para salvar almas. Vosotros podéis hacerlo diariamente y ofrecerlo por esas almas que no han conocido a mi Hijo.
Hijos míos, seguid rezando el santo Rosario, ¡me agrada tanto esa plegaria!, y con el Rosario se pueden salvar muchas almas, hijos míos. También os pido que hagáis visitas al Santísimo, ¡mi Hijo está triste y solo esperándoos a todos, hijos míos!
Sed humildes, hijos míos, sed humildes para poder conseguir el Cielo. El mundo está cada día peor y las almas se meten cada día en el Infierno por sus pecados, porque no quieren, hijos míos, no quieren recibir la gracia de Dios. ¡Pobres almas, hijos míos! Pedid por las almas consagradas. Pedid, hijos míos, como decía mi Hijo: “Pedid y recibiréis”.
Mira, hija mía, mi Corazón sangra de dolor por todos mis hijos, por todos sin distinción de razas, hijos míos. Os quiero salvar a todos, hijos míos, pero hay almas que no quieren recibir la gracia que les doy. Mira cómo está mi Corazón, hija mía... (Luz Amparo, ante esta visión, llora desconsoladamente). Pero, hija mía, se han purificado tres almas; vuestras oraciones están salvando muchas almas. Quita tres, hija mía, quita tres espinas de mi Inmaculado Corazón... No toques más, hija mía, no toques más, siguen sin purificar, hija mía.
Haced sacrificios, hijos míos, haced sacrificios y oración. Con el sacrificio y la oración, podéis salvar muchas almas, hijos míos.
Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Hay muchos nombres, hija mía, en el Libro de la Vida.
Seguid rezando mi plegaria favorita, hijos míos; seguid rezando para la salvación de las almas. ¡Cuántas almas, hijos míos, se condenan porque nadie reza por ellas!
Besa los pies, hija mía, en recompensa de tu sufrimiento, hija mía...
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.
29-Junio-1983
«Hija
mía, hoy es un día importante, hija mía, día
de los Apóstoles de Cristo, hija mía. Sed imitadores,
imitadores de los discípulos de Cristo; pero para ser discípulos,
hijos míos, tenéis que ser perfectos como vuestro Padre
Celestial» (La Virgen).
El
29 de junio es la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro
y Pablo, unidos en una sola celebración por ser ambos columnas
de la Iglesia. Por eso, la Virgen pide que seamos «imitadores
de los discípulos de Cristo», buscando la santificación. ¿En
qué
podemos imitar nosotros a san Pedro y san Pablo? Ciertamente en su
fidelidad a la Iglesia, en su amor a la misma, en su entrega a la
voluntad de Dios y, desde luego, en su amor a Jesucristo. San Pedro
tuvo el privilegio de ser elegido primer Papa en la Historia de la
Iglesia; es decir, el Vicario de Cristo; aparece en no pocos pasajes
evangélicos proclamando su amor y fidelidad al Maestro, a
veces debilitados por las miserias de Pedro, que incluso llega a
traicionar a Jesús negándole tres veces (cf. Mt 26, 69-74). Pero este mismo Pedro es quien
le ama apasionadamente, manifestándolo en más de una
ocasión, y repara su tres caídas con un triple acto
de amor al Resucitado (cf. Jn 21,
15-17).
En
san Pablo podemos vernos reflejados igualmente nosotros, pues de
algún modo hemos rechazado y perseguido a Jesucristo con nuestros
pecados, pasando un tiempo alejados de la Iglesia o criticándola
en sus ministros. Trataremos de imitar, por el contrario, la fidelidad
posterior del Apóstol, su profundo amor al Señor, su
plena identificación con Él, que le lleva a exclamar: «...no
vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20), considerando todo lo demás
vano comparado con Dios: «...juzgo que todo es pérdida
ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para
ganar a Cristo» (Flp 3, 8).
«...pero para ser discípulos,
hijos míos, tenéis que ser perfectos como vuestro Padre
Celestial»,
señala la Virgen, recordándonos un pasaje del Evangelio
donde el Señor eleva el listón de la santidad: «Amad
a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis
hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos
y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis
a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No
hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis
más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis
de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?
Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 44-48).
Menciona
luego la Virgen a san Pablo, y concluye:
«...por eso os digo que, para seguir a Cristo, tiene
que ser por el camino del sacrificio.
¿Cómo,
hijos míos, cómo podéis pensar que Dios es tirano?
Dios es misericordia y amor(1),
pero dará a cada uno —os he repetido muchas veces— según
sus obras».
Lo
que refiere la Virgen en el mensaje no es otra cosa que lo que está escrito
en el Evangelio, cuando Jesucristo propone las condiciones para ser
verdadero discípulo suyo: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá,
pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 24-25). Es más, el mismo Cristo
llega a decir que quien no carga con la cruz y le sigue no es digno
de Él (cf. Mt 10,
38).
Conviene,
no obstante, recordar cómo la cruz se presenta de muchas maneras,
y que las llamadas cruces cotidianas tienen un gran poder santificador,
si se aceptan con humildad y paciencia: «Donde más fácilmente
encontraremos la mortificación es en las cosas ordinarias
y corrientes: en el trabajo intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu
de sacrificio es la perseverancia por acabar con perfección
la labor comenzada; en la puntualidad,
llenando de minutos heroicos el día; en el cuidado de
las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más
pequeños; y en los detalles de caridad,
para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor
muestra de nuestro espíritu de penitencia... Tiene espíritu
de penitencia el que sabe vencerse
todos los días, ofreciendo al Señor, sin espectáculo,
mil cosas pequeñas»(2).
Explica
la Virgen: «Dios es misericordia y amor, pero dará a
cada uno (...) según sus obras». Si
nos atenemos a las cifras de los mensajes de Prado Nuevo, podemos
anotar ―contrastados los datos mediante la informática― que
la palabra «misericordia» se repite 211 veces; en tanto que otras, como
«castigo» o «justicia», aparecen sólo
137 y 135 veces respectivamente. Si estos dos números los
comparamos, por ejemplo, con la palabra «amor», tan unida a la misericordia, la flor más hermosa
de aquél, como escribió santa María Faustina
Kowalska en su Diario(3), observaremos que alcanza, en los mensajes,
la cifra de ¡852!,
sin añadir «caridad», otro nombre del amor, que
llega a sumar 160. Resulta, a su vez, llamativo que la exhortación más
reiterada en las revelaciones de El Escorial sea el mandato del
amor. Se incluye en aquel lejano mensaje inicial ―«Amaos los unos a los otros», exhortaba el Señor entonces (13-11-1980)―,
y concluyen en el último con la invitación a practicar
el precepto de la caridad: «Amad, hijos míos, pero con un amor puro y santo» (El Señor, 4-5-2002).
(1) Cf. Sb 3,
9-10; Tb 13, 6; Tt 3, 4-5.
(2) S.
J. Escrivá, Antología de Textos, nº 3620 (Madrid, 2003) p. 659.
(3) Cf.
n. 651.