MENSAJE DEL DÍA 29 DE ENERO DE 1983

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

LA VIRGEN:

     Hija mía, hija mía, va a ser un mensaje muy corto, hija mía. Levanta la voz, para que todos te oigan, hija mía, para que mis almas consagradas presten atención; va a haber un castigo, hija mía, sobre toda la Humanidad; no quieren esas almas escuchar mis mensajes. Hija mía, te he dicho que fueses astuta; te lo he dicho; tú lo has cumplido; no te dejes someter, hija mía, a ninguna prueba más. Quieren confundirte, para destruir como en otros lugares, hija mía. Hija mía, vas a sufrir mucho; esas almas, hija mía, esos pecados de esas almas consagradas..., los ángeles del Cielo están pidiendo venganza al Padre por ellos. No hacen caso, hija mía; se dejan engañar por la astucia del enemigo, el enemigo ha oscurecido sus inteligencias, hija mía, para meterlos en los placeres del mundo. Poco a poco, hija mía, se van condenando... ¡Qué pena de almas! Hija mía, sobre este planeta Tierra se avecina un castigo muy grande, como jamás ha habido en la Humanidad. Grandes nubes de humo, hija mía, y de fuego destruirán lo que los hombres han construido. Grandes terremotos, hija mía; también habrá fuertes huracanes, grandes sequías, hija mía; será horrible.

     Yo quiero que se salven todos, hija mía, pero ¡qué pena de almas! Estoy dando avisos, hija mía, para toda la Humanidad; derramo gracias, hija mía, pero no quieren salvarse los humanos, hija mía; tienen los corazones endurecidos, hija mía. El Padre Eterno está ofendido, hija mía, y su ira está próxima... (palabra ininteligible), hija mía.

     Mira, hija mía, mi Corazón Inmaculado, cómo está por todos mis hijos sin distinción de razas, hija mía. He venido a consolarte, hija mía; no podía faltar tu Madre, tu Madre celestial. Te quiero, hija mía, con todo mi Corazón, como quiero a todos mis hijos sin distinción de razas, hija mía; para mí no existe la distinción de ninguna raza. Tendrás grandes pruebas; sé humilde, hija mía, no dejes al enemigo astuto que te confunda, hija mía; haz caso, hija mía, y cumple mi voluntad, hija mía.

     Quita una espina de mi Corazón, hija mía, sólo una, hija mía... No toques más, hija mía, no toques más... Están muy clavadas, estas almas no quieren purificarse, hija mía, están entregadas al vicio y al pecado, hija mía.

     Reza por las almas consagradas, hija mía, para que abandonen los placeres del mundo y se entreguen a la oración y a la penitencia. En estos momentos el mundo está necesitado, hija mía, de oración y de sacrificio, sacrificio para toda la Humanidad. Quiero que se salve la tercera parte de la Humanidad. No hacen caso de mis mensajes, se ríen, hija mía, de todo esto; ¡qué pena de almas, hija mía! Sigue, hija mía, sigue adelante, no te dejes engañar por la astucia del enemigo... (Frase ininteligible). Están intentando destruir todo esto.

     Escribe otro nombre, hija mía... Ya hay otro nombre más, hija mía; está escrito en el Libro de la Vida; nunca jamás se borrará este nombre, hija mía. Besa el suelo, hija mía... Por mis almas consagradas, hija mía, por mis almas consagradas; son las que menos, hija mía, hacen caso de mis mensajes; no quieren escuchar mis palabras; ¡qué pena de almas, hija mía! Humíllate, hija mía, que todo el mundo vea tu humillación; ofrécete por la salvación de las almas. Vuelve a besar el suelo, hija mía... Besa mis pies...

     LUZ AMPARO:

     ¡Están fríos! ¡Qué fríos!

     LA VIRGEN:

     Sí, hija mía, así de frío tienen el corazón los humanos; así, hija mía.

     Esta vez, hija mía, no vas a beber del cáliz del dolor; quiero consolarte solamente. No te abandones, hija mía, sigue adelante, hija mía; yo estaré contigo, que no te acobarden, sé fuerte, hija mía, como mi Hijo, hasta el último momento.

     Os bendigo, hijos míos, como mi Hijo os bendice en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.


 

COMENTARIO A LOS MENSAJES

                                           29-Enero-1983

     «...no te dejes someter, hija mía, a ninguna prueba más. Quieren confundirte, para destruir como en otros lugares, hija mía. Hija mía, vas a sufrir mucho» ( La Virgen ).

     No analizamos las primeras líneas del mensaje, pues su contenido ya ha sido comentado en ocasiones anteriores; lo que se refiere al “Castigo” (aludido dos veces) y su significado en los mensajes de Prado Nuevo, se explicaba, por ejemplo, en el comentario de 7 de septiembre de 2002.

       Las primeras palabras de la Virgen que incluimos son un aviso dirigido a Luz Amparo, para advertirla de posibles engaños y manipulaciones a su persona. Eran momentos en que se intentaba confundirla con el fin de acabar con Prado Nuevo y el movimiento de espiritualidad aquí surgido. Entre otros hechos, se puede anotar que:

       El 12 de agosto de 1982 la Virgen dijo a Amparo: «Están formando planes diabólicos contra ti, porque intentarán destruir todo esto». El 20 de enero de 1983 vuelve a insistir: «...quieren destruir esto. Sé astuta como la serpiente y sencilla como la paloma». Y en el mismo mensaje: «No tengas miedo, acude a esa cita. Yo estaré contigo. Sé muy humilde en todos los momentos. Intentarán destruirlo todo; pero estando yo con vosotros, no tengáis miedo». Sólo dos días después, el 22 de enero de 1983, vuelve a decir: «Tú, hija mía, te sigo repitiendo: sé astuta como la serpiente y sé sencilla como la paloma, hija mía. Querrán confundirte». Posteriormente, el 15 de mayo de 1984, le dice la Virgen en referencia a una entrevista que acababa de tener: «Tú, hija mía, has sido muy poco astuta, muy poco astuta. Te lo avisé anticipadamente: que fueses astuta, porque muchos de los que tú ya sabes, hija mía —no quiero dar nombres, pero son astutos—... También tú tenías que haber sido astuta». Varios miembros de una Comisión creada a los efectos pretendían obtener de ella respuestas a favor a sus intereses, y llegaron a conclusiones inciertas.

     En cuanto a la astucia referida, podríamos indicar que hay dos tipos: una buena y otra mala; la primera es la de quien se muestra hábil para evitar el engaño; acerca de ésta le advierte la Virgen a Luz Amparo que ha «sido muy poco astuta»; se trata de la sagacidad evangélica: «Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas» (Mt 10, 16). La otra es practicada por los que se las ingenian para engañar o lograr artificiosamente cualquier fin; por eso, dice a continuación: «...muchos de los que tú ya sabes, hija mía —no quiero dar nombres, pero son astutos—».

     «No hacen caso, hija mía; se dejan engañar por la astucia del enemigo, el enemigo ha oscurecido sus inteligencias, hija mía, para meterlos en los placeres del mundo. Poco a poco, hija mía, se van condenando... ¡Qué pena de almas!» ( La Virgen ).

     El enemigo de las almas aquí citado es indudablemente el diablo; como avisa san Pedro: «Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 P 5, 8). Y recomienda, infundiendo a la vez esperanza: «Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará» (1 P 5, 9-10). En este sentido, escribe san Beda, desenmascarando a este enemigo: «Perverso maestro es el diablo, que mezcla muchas veces lo falso con lo verdadero, para encubrir con apariencia de verdad el testimonio del engaño» (1).

       En cuanto a la condenación aquí mencionada —«Poco a poco, hija mía, se van condenando...»—, podemos señalar lo que sigue:

       La perdición eterna o condenación es posible. Al hablar del Infierno, el papa Juan Pablo II subrayó, en una conocida catequesis sobre el tema, que la «condenación sigue siendo una posibilidad real», y aclaraba: «Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o Infierno (...). La “condenación” consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado (...). El pensamiento del Infierno (...) representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar “Abbá, Padre” (Rm 8, 15; Ga 4, 6). Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia , como lo atestiguan, por ejemplo, las palabras del Canon Romano: “Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”» (2).

     En esta línea expuesta por el papa Juan Pablo II, se encuentran las siguientes palabras de la Virgen en el mensaje que comentamos: «Yo quiero que se salven todos, hija mía, pero ¡qué pena de almas! Estoy dando avisos, hija mía, para toda la Humanidad ; derramo gracias, hija mía, pero no quieren salvarse los humanos, hija mía; tienen los corazones endurecidos».


(1) Catena Aurea, vol. IV, p. 76.

(2) Audiencia, 28-8-1999.