MENSAJE DEL DÍA 24 DE SEPTIEMBRE DE 1983
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, no podía faltar, hija mía, este día; no vengo rendida de dolor, hija mía, pero vengo llena de dolor. Mi Corazón sigue sufriendo porque los hombres no dejan de pecar, hija mía, no dejan de pecar, y el tiempo se aproxima. El día del Señor está próximo, hija mía, próximo. Vendrá Jesús en una nube, hija mía, rodeado de ángeles como os he dicho otras veces, hijos míos, y a cada uno retribuirá según sus obras; por eso os pido, hijos míos, sacrificios, sacrificios y oración, hijos míos; el tiempo está próximo y los hombres no cambian, hijos míos.
Está muy próximo el fin de los fines. Prestad atención, hijos míos: habrá señales en la Luna, en el Sol y en las estrellas. Esto es muy importante, hijos míos, que prestéis atención, porque es el fin de los fines, y está mi Hijo dando avisos para toda la Humanidad; pero los hombres no hacen caso, hijos míos, no hacen caso de mis avisos. ¡Pobres almas! ¡Pobres almas, hija mía, qué pena me dan!
Pedid por las almas consagradas, ¡las amo tanto, hijos míos!, ¡y qué mal me corresponden a ese amor!
Mira, hija mía, vas a ver una escena de Cristo, hija mía; cuenta lo que ves...
LUZ AMPARO:
Veo a Cristo en un altar, lleva un libro en la mano, lleva un libro. Hay siete ángeles, cada uno tiene una trompeta en la mano. Uno va a tocar la trompeta. Ha tocado la trompeta. ¡Ay!, ¿qué pasa? ¡Ay...! (Llora desconsoladamente). ¿Qué está cayendo? ¡Ay!, ¿qué cae? ¡Ay!
LA VIRGEN:
Hija mía, ha sonado la primera trompeta. El mundo está próximo... Por eso pido sacrificio y oración, que se conviertan, hija mía, que estamos en el fin de los fines.
No os riáis, hijos míos, no os riáis de mis avisos. Os estoy dando avisos constantemente, porque no quiero que os condenéis.
LUZ AMPARO:
Hay 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24 hombres, veinticuatro hombres. ¡Qué mayores son esos hombres! ¡Ay!, ¿quién son esos hombres que hay allí? ¡Ay...!
LA VIRGEN:
Esos veinticuatro hombres, hija mía, tienen una misión muy importante que cumplir.
LUZ AMPARO:
¡Ay!, pero, ¿cómo pueden estar aquí así? ¡Ay, ay!, pero la cara no la tienen de mayor; son jóvenes... ¡Ay...! ¿Qué es eso que hay ahí?
LA VIRGEN:
Hija mía, en esta parte vas a ver muerte y destrucción, por toda la parte de... (Habla en idioma desconocido).
LUZ AMPARO:
¡Ay, ay, ay...! (Llora durante unos instantes). Pero, ¿qué pasa ahí, Dios mío? ¡Ay...!
LA VIRGEN:
Esto pasará, hija mía, si los hombres no cambian y dejan de ofender a Dios. Pero mira esta otra parte, hija mía... Aquí estarán los escogidos, hija mía. Vale la pena, hijos míos; haced oración y sacrificios para recibir la Tierra Prometida, hijos míos. ¡Vale la pena!
LUZ AMPARO:
¡Ay, qué bien se está aquí! ¡Ay, qué bien! ¡Ay...!
LA VIRGEN:
Sí, hija mía, pero hay que sufrir mucho, hay que sufrir mucho para conseguir esta tierra, y hay que ir por el camino del dolor y del sufrimiento. Con el sacrificio y con la oración podréis conseguirlo, hijos míos.
LUZ AMPARO:
¡Ay, Madre mía! ¡Ay, llévame, llévame!
LA VIRGEN:
Ya te dije en otra ocasión, hija mía: no seas soberbia, hija mía; cuando llegue el momento, mi Hijo será el que... (palabras en idioma desconocido). Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas.
Seguid rezando, hijos míos, seguid rezando el santo Rosario. Con el Rosario se salvan muchas almas, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión y al sacramento de la Eucaristía, hijos míos; haced visitas al Santísimo; mi Hijo está triste y solo esperándoos a todos.
Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor, hija mía, hace mucho que no lo has probado... Está muy amargo, hija mía; esta amargura siente mi Corazón por toda la Humanidad, por toda, hijos míos, sin distinción de razas.
Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida; este nombre no se borrará jamás, hija mía.
Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Por las almas consagradas, hijos míos; ¡qué pena me dan!
Levantad todos los objetos, todos serán bendecidos; servirán para curaciones de almas y cuerpos...
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!
COMENTARIO A LOS MENSAJES
24-Septiembre-1983
«Mi
Corazón sigue sufriendo porque los hombres no dejan de pecar, hija mía, no
dejan de pecar, y el tiempo se aproxima. El día del
Señor está próximo (...). Vendrá Jesús en una nube, hija mía, rodeado de ángeles, como os he dicho otras veces, hijos míos, y a cada uno retribuirá
según sus obras (...).
Está muy próximo el fin de los fines. Prestad atención, hijos míos: habrá señales en la Luna, en el Sol y en las estrellas» (La Virgen).
¡Qué poca importancia se da al pecado! El
corazón del ser humano se ha endurecido de tal forma que se podría aplicar de
nuevo la exclamación del salmista: «¡Oh, si escucharais hoy su voz!: “No
endurezcáis vuestro corazón”» (Sal 95 [94], 7-8). Incluso se justifican los
mismos pecados, como explicaba acertadamente el Cardenal Newman: «El pecado se
dignifica con nombres elegantes: a la avaricia se le designa como el propio
cuidado de la familia o de la industria; al orgullo se le llama independencia;
a la ambición, grandeza de espíritu; al resentimiento, amor propio y sentido
del honor, y así sucesivamente»(1). Vienen
a propósito las palabras que dirigiera ya en su tiempo el papa Pío XII: «El pecado del siglo es la pérdida del sentido del
pecado»(2).
Los párrafos del mensaje transcritos más
arriba son, en realidad, una sucesión de citas bíblicas; por ejemplo, cuando
anuncia que «habrá señales
en la Luna, en el Sol y en las estrellas», no hace
sino recordar el Evangelio de san Lucas:
«Habrá señales en el Sol, en la Luna y en las estrellas; y en la Tierra,
angustia de las gentes» (Lc 21, 25).
Cuando se refiere a acontecimientos
futuros, a que «el día del Señor está
próximo»; etc., hay que entenderlo según el lenguaje de muchos pasajes
bíblicos, cuyo estilo aparece en diferentes mensajes de Prado Nuevo. El mundo
de las profecías no es fácil de interpretar: hay profecías absolutas,
condicionadas, etc. Más de una vez, la visión profética aproxima hechos
cercanos y lejanos en el tiempo, y los une entre sí; ocurre así que los más alejados
parecen próximos en el tiempo. Por lo cual, no debe extrañarnos que los
mensajes hablen, a veces, de esta manera. Por ello, aclaraba el Señor en el
mensaje de 2 de diciembre de 2000: «Mi tiempo no es el tiempo de la Tierra». En
distintos pasajes del Apocalipsis,
todo parece inminente; así en los versos que ponen fin a este libro profético:
«Dice el que da testimonio de todo esto: “Sí, vengo pronto”. ¡Amén! ¡Ven, Señor
Jesús!» (Ap 22, 20).
Después, la Virgen muestra a Luz Amparo una
visión y le pide que describa lo que ve:
«Veo a Cristo en un altar, lleva
un libro en la mano, lleva un libro. Hay siete ángeles, cada uno tiene una
trompeta en la mano. Uno va a tocar la trompeta. Ha tocado la trompeta. ¡Ay!,
¿qué pasa? ¡Ay...! (Llora
desconsoladamente). ¿Qué está cayendo? ¡Ay!, ¿qué cae? ¡Ay!».
La visión concuerda perfectamente con las
que aparecen en el Apocalipsis. Es
interesante detenerse en el significado de las trompetas, que vemos a
continuación:
En la Sagrada Escritura, la trompeta adquiere varios significados.
En el libro del Levítico tiene un
tono festivo: «En el mes séptimo, el
primero del mes, tendréis un descanso solemne, una fiesta memorable con toque de trompetas, una asamblea santa» (Lv 23, 24); asimismo, se utiliza para anunciar el año de jubileo: «Entonces, en el mes séptimo, el diez del
mes, harás resonar la trompeta sonora; en el día de la Expiación haréis
resonar la trompeta por toda vuestra tierra» (Lv 25, 9). Como aviso de una teofanía (o
manifestación de Dios) son tañidas en Éxodo 19, 16-17: «Al tercer día, al rayar el
alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte, y también un
toque penetrante de trompeta (...). Entonces Moisés hizo salir al pueblo
del campamento para ir al encuentro de Dios». San Pablo la refiere en
cuanto a signo de la venida de Cristo: «Porque
el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al
son de la trompeta de Dios» (1
Ts 4, 16). Muchas veces, se proclama con ella la majestad de Yahveh, y
también resuena como aviso de calamidades, cuando se van nombrando las siete trompetas del Apocalipsis (capítulos 8, 9 y
11).
Con este último sentido
profético parece que habla el mensaje que comentamos, pues, a lo largo del
mismo se hacen advertencias sobre el futuro de la Humanidad, si ésta no vuelve
los ojos a Dios: «Esto
pasará, hija mía, si los hombres no cambian y dejan de ofender a Dios...», le confirma la Virgen a
Luz Amparo tras ofrecerle una visión, que la deja impresionada.
[1]
Sermón
del Dom. I de Cuaresma: entrega a Dios.
[2]
Al Congreso Catequístico de Boston,
26-10-1946.