"Yo prometo a todo el que rece el Santo Rosario diariamente y comulgue los primeros sábados de mes,
asistirle en la hora de la muerte.
"
(El Escorial. Stma. Virgen, 5-03-82)

"Todos los que acudís a este lugar, hijos míos, recibiréis gracias muy especiales en la vida y en la muerte."
(El Escorial. El Señor, 1-1-2000)

MENSAJE DEL DÍA 24 DE JULIO DE 1983

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, me manifiesto a menudo, hijos míos, porque el mundo está al borde del precipicio, y los hombres no hacen caso. Sacrificio os pido, hijos míos, sacrificios y oración, para poder salvar por lo menos, hijos míos —os sigo repitiendo—, la tercera parte de la Humanidad. Los hombres no dejan de ofender a Dios, pero con el sacrificio y con la oración, hijos míos, podéis ayudar a tantas almas. Hija mía, se van a presentar profetas falsos; ten cuidado, hija mía, que entre la Humanidad está la raza maldita del Anticristo, y el Anticristo está entre los cuatro ángulos de la Tierra, para confundir a las almas; pero con sacrificio y con oración, hijos míos, y con humildad, nunca el enemigo se podrá apoderar de vuestras almas.

     El cáliz está lleno, hijos míos, está saliéndose, y la mano de mi Hijo va a hacer justicia sobre toda la Humanidad.

     Humildad pido, hijos míos, no os dejéis engañar por la astucia del enemigo; el enemigo quiere sellar con el 666 a sus almas, hijos míos, no os dejéis engañar; sacrificio, sacrificio y oración.

     Confesad vuestros pecados, hijos míos; el Padre Eterno está triste y enfadado, porque muchos no os habéis acercado a ese sacramento; ¡qué pena, hijos míos! No os metáis en la profundidad de los placeres del mundo, el mundo no sirve nada más que para vuestra condenación. Sí, hija mía, tu sufrimiento y el de otras almas víctimas sirven para la salvación de la Humanidad.

     Se reirán de ti, hija mía, se burlarán, te levantarán calumnias, pero piensa en Cristo; Cristo Jesús fue calumniado, hija mía, fue calumniado, y ¿qué podían calumniar?... (Palabras en idioma extraño).

     Sí, todo esto tenlo presente, hija mía, todo esto lo recibirás. Serás martirizada, hija mía; pero recibirás la palma del martirio, porque vale la pena todos los sufrimientos del cuerpo para luego que tu alma esté en una morada, en la morada de las almas escogidas, hija mía. Hazte pequeña, pequeña como mi Hijo te dice, hija mía, para poderte subir muy alta; pensad que todas las almas pequeñas, tienen un puesto elevado en las moradas.

     No os aferréis a las cosas terrenas, hijos míos; sólo sirven para condenar vuestra alma.

     Besa el suelo, hija mía, por los pecadores, hija mía... Este acto de humildad, hija mía, sirve en reparación de tantos pecados como se cometen, hija mía, y los ultrajes a mi Inmaculado Corazón.

     Refugiaos en el Corazón Inmaculado de vuestra Madre. Mi Corazón triunfará, hijos míos. Sed humildes, sed humildes, hijos míos, y sed sacrificados; las almas sacrificadas son las que importan en el mundo de pecado, hija mía; el alma sacrificada es el alma pura e inmaculada que Dios quiso por Madre, hija mía. Dios se sacrificó por el bien de la Humanidad, pero su Madre fue también víctima de dolor al pie de la Cruz, hija mía. Yo estuve amarrada, amargamente amarrada al pie de la Cruz, hija mía, viendo agonizar a mi Hijo; por eso tú eres madre, hija mía; pide por tus hijos, que en mi Corazón hay espinas de ellos también, hija mía. Piensa que si uno de tus hijos —te lo he repetido muchas veces— le vieses cómo se profundizaba en el fondo del abismo, hija mía, ¡qué dolor tan inmenso, porque eres madre, hija mía! Así está mi Corazón diariamente, sufriendo por todos mis hijos, por todos, sin distinción de razas, hija mía. Sed humildes, hijos míos...

     (Luz Amparo llora desconsoladamente y explica después: “Veo como un planeta muy oscuro y muy seco con piedras y polvo, sin nada de vegetación, y veo a muchas personas muy desnutridas, que buscan desesperadamente agua”).

     Estas almas, hija mía, se encuentran aquí, porque no han querido recibir la llamada de Cristo, hija mía, para toda la eternidad, hija mía. Nada más que piensa diariamente en que la condenación es para toda, toda una eternidad; por eso pido, hijos míos, que hagáis sacrificio y oración por las almas que no han conocido la llamada de Dios, hijos míos, esta luz divina. Hay muchas almas que están muy necesitadas, pero que nadie, nadie reza una oración por ellas, hijos míos. Humíllate, hija mía, vuelve a besar el suelo por estas pobres almas, hija mía... Nunca te avergüences, hija mía, de ser humillada; piensa lo que dijo mi Hijo: “Bienaventurados los que se humillen, porque ellos serán ensalzados”.

     Hija mía, seguid rezando el santo Rosario; se están salvando muchas almas. Me agrada, hija mía, que vengáis a este lugar a rezar el santo Rosario.

     Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, en el nombre del Padre con el Hijo y en el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. Adiós.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

24-Julio-1983 (Continuación)

     «Confesad vuestros pecados, hijos míos; el Padre Eterno está triste y enfadado, porque muchos no os habéis acercado a ese sacramento; ¡qué pena, hijos míos! No os metáis en la profundidad de los placeres del mundo, el mundo no sirve nada más que para vuestra condenación. Sí, hija mía, tu sufrimiento y el de otras almas víctimas sirven para la salvación de la Humanidad» (La Virgen).

       Quienes habitualmente seguís estos comentarios mensuales, podéis comprobar que no analizamos por completo cada mensaje. Esto se debe a que no pocos contenidos han sido ya comentados en entregas anteriores; así evitamos la repetición.

     El primer párrafo que hoy presentamos invita, una vez más, a recibir el sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación, como también se denomina; es decir: la Confesión. ¡Qué bello es este sacramento y qué poco se valora! ¡Cuántos son los que no confiesan o lo hacen descuidadamente! ¿Cuántas almas reciben la Comunión en pecado mortal sin haber pasado antes por el confesionario? Sólo Dios lo sabe. Explica san Bernardo, doctor de la Iglesia: «Sólo Él es purísimo y sólo Él puede limpiar a quien ha sido concebido en pecado. Además, contra nuestros pecados instituyó el remedio de la Confesión, pues este Sacramento todo lo lava»(1). Y el papa Pablo VI enseñaba con toda claridad: «Hay que recordar al que libremente comulga el mandato: que se examine cada uno a sí mismo (1 Co 11, 28). Y la práctica de la Iglesia declara que es necesario este examen para que nadie, consciente de pecado mortal, por contrito que se crea, se acerque a la Sagrada Eucaristía sin que haya precedido la confesión sacramental»(2).

     Algunos se extrañan y no aceptan que Dios pueda mostrar su enojo, ira o cólera divina. Quienes así piensan, desde luego que desconocen la Palabra de Dios, donde abundan expresiones antropomórficas de este tipo. Es decir, el Señor se adapta al hombre para transmitir mejor sus deseos con expresiones humanas. En este sentido, podemos ofrecer, entre otras, las siguientes citas bíblicas:

 

         «Pero Moisés trató de aplacar a Yahveh su Dios, diciendo: “¿Por qué, oh Yahveh, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que Tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte?...”» (Ex 32, 11).

         «Por eso, esperadme —oráculo de Yahveh— el día en que me levante como testigo, porque he decidido reunir a las naciones, congregar a los reinos, para derramar sobre vosotros mi enojo, todo el ardor de mi cólera» (So 3, 8).

         «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3, 36).

         «Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios» (Rm 2, 5).

 

     Citemos ahora a santa Margarita María de Alacoque, cuyas revelaciones del Señor sirvieron para fomentar la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús. A propósito del tema que estamos tratando, cuenta la Santa sobre la tercera revelación principal que recibió en 1674: «Jesucristo mi amado Dueño se presentó delante de mí todo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas brillantes como cinco soles, y despidiendo de su sagrada humanidad rayos de luz de todas partes, pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno encendido». Entonces, le hace varias peticiones destinadas a calmar la ira santa de Dios: «...tanto para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, como para suavizar, en cierto modo, la amargura que sentí al ser abandonado por mis apóstoles»(3).

     «No os metáis en la profundidad de los placeres del mundo, el mundo no sirve nada más que para vuestra condenación», advierte a continuación la Virgen en el mensaje. Y es que los placeres que proporciona esta vida son efímeros. Es verdad que no todo placer es pecado; por ejemplo: contemplar una puesta de sol, oler el perfume de una rosa, hacer una lectura interesante, etc. En cambio, sí podemos afirmar que todo pecado encierra un placer, aunque éste se mezcle con la amargura que provoca el mismo. Sentencia el libro del Eclesiástico: «Se afana el rico por juntar riquezas, y cuando descansa, se hastía de sus placeres» (Si 31, 3). Es lo que representa la parábola del sembrador: «Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida» (Lc 8, 14).

     En una de las escasas intervenciones de su pontificado, Juan Pablo I enseñaba precisamente esto: lo que importa es Dios; lo demás es perecedero y no proporciona la felicidad plena; decía el Papa: «Dios es demasiado grande, merece demasiado Él de nosotros, para que podamos echarle, como a un pobre Lázaro, apenas unas pocas migajas de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Él es un bien infinito y será nuestra felicidad eterna; el dinero, los placeres, las fortunas de este mundo, en comparación, son apenas fragmentos de bien y momentos fugaces de felicidad. No sería sabio dar tanto de nosotros a estas cosas y poco de nosotros a Jesús»(4).


(1) Hom. en la festividad de Todos los Santos, 1, 13.

(2) Eucharisticum Mysterium, n. 37.

(3) Sáenz de Tejada, S. J., J. Mª, Vida y obras principales de Santa Margarita María de Alacoque (Madrid, 1977) pp. 24-25.

(4) Audiencia General, 27-9-1978.