MENSAJE DEL DÍA 22 DE ENERO DE 1983

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

     LA VIRGEN:

     (Durante casi dos minutos habla en idioma desconocido).

     ...Hija mía, hija mía, este mensaje es privado para ti; tú lo entiendes, hija mía.

     No te abandones, hija mía, mi Hijo estará contigo. Muchos sacerdotes, hija mía, se han abandonado en la oración. Algunos obispos, cardenales, hija mía, no hacen caso de mis mensajes; no escuchan mi palabra; se abandonan en la oración y en el sacrificio; van sembrando ellos mismos su propia condenación, hija mía. El Vicario de Cristo está en un gran peligro... (palabra ininteligible), la masonería está metida dentro; haced sacrificio y oración. Será un gran mártir, hija mía; yo estaré con él hasta el último momento. ¡Cómo se han abandonado esas almas consagradas, hijos míos!; ¡qué pena me dan todos ellos!

     Tú, hija mía, ofrécete como víctima para la salvación de los pobres pecadores; vas a seguir recibiendo pruebas muy duras, hija mía. No te dejes tocar, no te dejes ingresar en ningún sitio, hija mía; están intentando destruir todo esto. Y todo aquél que haya recibido un testimonio, me agradaría, hija mía, que lo diera, porque son cirios, como te he dicho en otras ocasiones, para poder salvar muchas almas. Hija mía, piensa en mi Hijo, hija mía.

     Hijos míos, hijos míos, os quiero a todos con todo mi Corazón. No os abandonéis; pensad, hijos míos, que está próximo a venir el Hijo del Hombre, para juzgar a toda carne del género humano, hijos míos. El tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios.

     Tú, hija mía, te sigo repitiendo: sé astuta como la serpiente y sé sencilla como la paloma, hija mía.

     Querrán confundirte, hija mía, los pastores de la Iglesia; ¿qué han hecho de mi Iglesia, hija mía? ¡Qué pena! Bebe, hija mía, otras gotas del cáliz del dolor; ya queda poco, hija mía; cuando el cáliz se acabe, hija mía, vendrá un gran castigo sobre toda la Tierra, hija mía. Bebe unas gotas... Está muy amargo, hija mía; te repito que esta amargura la siento yo por todos mis hijos, por todos sin distinción de razas. Quita una espina, hija mía, una sola; mi Corazón está cercado... Arráncala, hija mía. No toques más, no toques más, están sin purificar.

     Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Otro nombre, hija mía, que no se borrará jamás.

     Sé humilde, hija mía, recibirás muchas pruebas; ofrécete como víctima en reparación de todos los pecados del mundo.

     Mira, hija mía, el premio que os espera a todo el que quiera cumplir con las reglas del Padre, hija mía; esto les espera. Procurad, hijos míos, entregar vuestras obras al Padre Eterno... (Luz Amparo hace exclamaciones de admiración al ver una morada celestial con mucha luz y personas sumamente felices en ella). Todo el que quiera llegar aquí, hija mía, tiene que ser por el camino del dolor y del sufrimiento. Pedid al Padre Eterno, hijos míos, que os está esperando; es misericordioso, hijos míos, pero también pensad que es un juez muy severo.

     Y tú, hija mía, humíllate, que el que se humille será subido muy alto, hija mía. Besa el suelo, hija mía... Por mis almas consagradas, hija mía. Levántate; esto es un acto de humildad, para que todo el mundo se fije, hija mía; ofrécelo por la conversión de Rusia. Rusia será el azote de la Humanidad; está preparando, hija mía, la guerra atómica; será una lucha en el aire; los ángeles de Dios con los enemigos de la Tierra.

     Arrodíllate, hija mía; vuelve a besar el suelo... Este acto de humildad es por todos los pecadores.

     Muchos se ríen de mis palabras, hija mía, pero cuando se presenten ante el Padre Celestial, hija mía, allí estaré yo como mediadora para la salvación de toda la Humanidad. Quiero, hija mía, que se salven todos mis hijos. Piensa, hija mía, que tú eres madre de siete hijos; si uno de tus hijos lo ves precipitarse en el fondo del abismo, ¡qué dolor sentirías, hija mía! Piensa en el dolor que siente mi Corazón al ver cómo millares de hijos se precipitan en el fuego eterno, hija mía.

     Oración quiero, hija mía, pero la oración tiene que estar acompañada del sacrificio, hijos míos.

     Mira cómo sangra mi Corazón..., mi Corazón Inmaculado, hija mía. Y al final este Corazón Inmaculado será el que triunfará, hija mía. Pedid a este Corazón, que os espera lleno de misericordia y de amor y perdón, hijos míos.

     Y tú, hija mía, te sigo repitiendo: sé astuta, hija mía. Intentarán confundirte, hija mía; piensa que estamos contigo y estando Dios contigo y tu santa Madre, ¿a quién puedes tener miedo, hija mía? Pero sé humilde y no te abandones en la oración.

     Os bendigo, hijos míos, como mi Hijo os bendice en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

     También me agrada, hija mía, que cuando recéis el santo Rosario, lo recéis pausadamente, pensando lo que significa cada palabra. En el “Dios te salve, María”, hija mía, rezadlo así: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo; bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. Pero, hijos míos, meditad cada avemaría, hija mía, y ofrecedlo para la salvación de toda la Humanidad. Y tú, hija mía, te sigo repitiendo: ofrécete como víctima, como mi Hijo se ofreció para redimir a toda la Humanidad. Pero esta Humanidad le corresponde con pecado sobre pecado, hijos míos.

     No seáis, hijos míos, como Caín —sed como Abel, hijos míos—, que ofrecía a mi Hijo lo peor de su cosecha, hija mía. Ofreced los mejores frutos de vuestra cosecha, las buenas obras, hijos míos, y cumplid con las reglas, las reglas del Padre Eterno.

     Acercaos a la Eucaristía, pero hacedlo antes, hijos míos, con el sacramento de la Confesión. Seguís cometiendo sacrilegios, profanando el Cuerpo de mi Hijo todos los días. ¿No os da pena, hijos míos, que está de día y de noche en el sagrario para fortaleceros, hijos míos?

     Pedid, hijos míos, pedid por la salvación de vuestra alma, que el alma es lo más importante; que el cuerpo, os sigo repitiendo, no servirá ni para estiércol, hijos míos. Seguid rezando el santo Rosario; ¡me agrada tanto esta plegaria! Con el santo Rosario podéis ayudar a muchas almas, hijos míos.

     Te hago una cruz en la frente, hija mía... Y adiós.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

 

22-Enero-1983

     «El Vicario de Cristo está en un gran peligro (...). Será un gran mártir, hija mía; yo estaré con él hasta el último momento» ( La Virgen ).

     En estas primeras líneas del mensaje, la Virgen se refiere claramente al Papa, Vicario de Cristo en la Tierra ; pero, ¿a cuál de ellos? ¿A Juan Pablo II, que fue el Pontífice de la Iglesia Católica mientras se recibieron estos mensajes y estaba en la Sede de Pedro en 1983? Si entendemos el martirio como la muerte padecida a causa de la fe, no lo podemos atribuir a él, pues el citado Papa ya fue llamado al seno del Padre, falleciendo de muerte natural el día 2 de abril de 2005, primer sábado de mes, en la vigilia del Domingo de la Misericordia. Si consideramos el martirio en sentido más amplio, sin duda alguna, Juan Pablo II, «el Grande», fue un auténtico «mártir», que inmoló su vida hasta el último aliento por la Iglesia y la Humanidad. Así , afirmaba el Señor en otro de los mensajes de Prado Nuevo: «El Vicario de Cristo es un mártir de la Iglesia ; no hace falta que muera para saber que es mártir» (4-10-1997). No se puede olvidar tampoco que Juan Pablo II derramó su sangre en la plaza de San Pedro (Roma), el 13 de mayo de 1981, cuando Alí Agca atentó contra su vida, no muriendo entonces por la intercesión milagrosa de la Virgen de Fátima. Puesto que el mensaje no especifica su nombre, no hemos de excluir que se trate de otro Sucesor de San Pedro, quien haya de sufrir el martirio cruento en un momento posterior de la Historia.

     «Tú, hija mía, ofrécete como víctima para la salvación de los pobres pecadores; vas a seguir recibiendo pruebas muy duras, hija mía. No te dejes tocar, no te dejes ingresar en ningún sitio, hija mía; están intentando destruir todo esto» ( La Virgen ).

     Desde los primeros años, Luz Amparo vio cumplida en ella el anuncio de Jesús: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!» [1] . Y en verdad que ha tenido que sufrir diversos tipos de agravios: burlas, calumnias, insultos... Esta realidad se refleja en diferentes momentos de los mensajes; le dice el Señor, p. ej., el 2 de enero de 1999: «No van contra ti, van contra mí, hija mía. Por eso te pido: sé muy humilde, hija mía, y te repito que el discípulo no es más que el Maestro. ¡Si a mí me llamaban Belcebú y tantas y tantas perversidades, hija mía!, ¿cómo vas a ser tú más que el Maestro?».

     A su vez, la Obra de Prado Nuevo ha sido signo de contradicción y ha tenido enemigos declarados, padeciendo distintos tipos de persecución. Primero, por parte de algunos miembros de la Iglesia ; más tarde, por alguna Entidad pública, y cuando se constituyó la Asociación Pública de Fieles, por la oposición de algún familiar de algún miembro de la misma Asociación. Más recientemente, desde finales del año 2005, un reducido grupo de personas viene mostrando una fuerte hostilidad hacia la Obra de El Escorial, porque no aceptan la decisión libre y voluntaria de alguno de sus parientes, mayores de edad, que se han incorporado a esta Obra de la Iglesia Católica. No es éste el lugar para analizar estos hechos; queda aquí la constancia de ellos, como prueba en relación con los mensajes.

     «Y todo aquél que haya recibido un testimonio, me agradaría, hija mía, que lo diera, porque son cirios, como te he dicho en otras ocasiones, para poder salvar muchas almas» ( La Virgen ).

     En cambio, multitud de peregrinos de Prado Nuevo han visto cómo sus vidas han cambiado radicalmente. Se sienten atraídos por una espiritualidad que ha enriquecido su vida cristiana, o ha supuesto una regreso a la Iglesia para aquéllos que se habían alejado de ella. Las conversiones y vocaciones brotadas de este lugar son numerosas; incluso se han producido curaciones, según diferentes testimonios, aunque esto último tendrá sus frutos más notables cuando se construya la Capilla pedida por la Virgen María. Entretanto, los peregrinos y devotos que acuden a El Escorial esperan pacientemente a que la Iglesia se pronuncie, mientras siguen acudiendo a este lugar de bendiciones, siguiendo las llamadas de la Virgen en sus mensajes. En los archivos creados al efecto, se acumulan testimonios escritos de no pocas personas que han sido agraciadas en Prado Nuevo, haciéndose eco de los mensajes, como el que estamos comentando; o por citar otro, donde la Virgen reclama: «Hija mía, quiero que sean agradecidos y den testimonio de tantas, tantas gracias como reciben. Prometí derramar muchas gracias sobre este lugar; las estoy derramando, pero las almas se quedan mudas y sordas. Dad testimonio, hijos míos, vuestra Madre os lo pide» (4-4-1987).

     Los siguientes párrafos del mensaje contienen enseñanzas que se han ido extrayendo en comentarios anteriores a los mensajes; comentemos el siguiente:

     «Muchos se ríen de mis palabras, hija mía, pero cuando se presenten ante el Padre Celestial, hija mía, allí estaré yo como Mediadora para la salvación de toda la Humanidad. Quiero , hija mía, que se salven todos mis hijos» ( La Virgen ).

     En varias ocasiones, los mensajes de El Escorial utilizan indistintamente el título de «Mediadora» y «Medianera» para la Virgen María. La Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II dedica el nº 62 de este documento a «María Mediadora» y recuerda que « la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador»; entendido así, ciertamente que podemos invocar a María, pues Ella intercederá por nosotros, «para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo», como rezamos en la Salve.

     Y concluimos el comentario de este mes con la siguiente frase del mensaje, que nos parece oportuno resaltar:

     «Oración quiero, hija mía, pero la oración tiene que estar acompañada del sacrificio, hijos míos» ( La Virgen ).

     En varios mensajes, especialmente los años 1983 y 1984, se insiste en que la oración ha de ir unida al sacrificio [2] . Explica el P. Alonso Rodríguez, S. I., en su libro clásico Ejercicio de perfección y virtudes cristianas: «Siempre han de andar juntas y hermanadas estas dos cosas, y la una ha de ayudar a la otra, porque la mortificación es disposición necesaria para la oración, y la oración es medio para alcanzar la perfecta mortificación» [3] .


[1] Mt 10, 24-25; cf. Lc 6, 40.

[2] Sobre este tema, se pueden consultar los siguientes: Año 1983: 14-1; 30-9; 22-10; 1-11; 5-11; 3-12. Año 1984: 14-4; 28-4; 5-5; 20-5; 31-5; 16-6; 14-7; 15-9; 3-11. Año 1985: 2-3; 3-8. Año 1987: 7-3-1987.

[3] O. c. (Madrid, 2003) p. 686.