MENSAJE DEL 22 DE ENERO DE 1.982

HABLA EL SEÑOR:

"Sí, aquí me tienes, no temas ¿por qué temes, por qué tienes miedo? Si soy Yo el que te lo manda. Yo te lo mando, pero te ayudo a llevar esa cruz. Date cuenta de que es preciso; que los hombres no cambian, que cada día cometen más pecados; que se arrepientan, que el castigo está muy próximo; que viven los últimos segundos antes de la catástrofe; para Mí son segundos; por eso vuestra Madre os manda los mensajes y no hacéis caso.

El castigo alcanzará y destruirá las dos terceras partes de la humanidad, pero, a pesar de eso, de todos los avisos, no hacen caso, que se arrepientan, que hagan caso de los mensajes de su Madre. Que Yo pongo a mi Madre por mensajera, mensajera para toda la humanidad.

El mundo, hija mía, camina hacia el abismo por la maldad de los hombres, por sus pecados; cerca está el día del juicio final de las naciones y la sentencia del Padre. Yo quiero salvar a todos. Si ellos quisieran salvar a los demás con sus oraciones, con sus buenos ejemplos, pero no hacen caso.

A muchas almas como a ti les revelo mi agonía, mi amor; también les revelo la profecía del desastre que el mundo traerá sobre sí, y también les revelo el amor inmenso de mi Corazón; pero cierran sus oídos, no quieren escuchar. Como a ti a muchas almas he revelado todo esto, he dado mis mensajes para el mundo para que les dé tiempo a arrepentirse; pero se hacen los sordos. Satanás se muestra bajo fingidas apariciones; apariencias para seducir a muchos; y a él sí le creen. Pero tú, hija mía, dilo, dilo a todo el mundo; afírmales que soy Yo el que te habla; aunque no te crean, aunque te calumnien, aunque te llamen farsanta, aunque tengas que sufrir mucho. Diles que el tiempo se aproxima, que como no se arrepientan el castigo será horrible. Díselo a todos, hija.

Hoy para ti este mensaje es muy corto, te pido humildad, aunque te humillen ofréceselo al Padre, aunque te calumnien, ofrécelo todo.

Adiós, hija, adiós."


COMENTARIO A LOS MENSAJES

22-Enero-1982

En este breve mensaje aparecen ideas comunes a otros ya comentados; por ello, incluimos sólo las líneas que son de interés por el tema a que se refieren:

«Como a ti, a muchas almas he revelado todo esto, he dado mis mensajes para el mundo, para que les dé tiempo a arrepentirse; pero se hacen los sordos, porque Satanás se muestra bajo fingidas apariciones; apariencias para seducir a muchos; y a él sí le creen. Pero tú, hija mía, dilo, dilo a todo el mundo; afírmales que soy yo el que te habla; aunque no te crean, aunque te calumnien, aunque te llamen farsanta, aunque tengas que sufrir mucho» (El Señor).

Con estas palabras, confirma el Señor que Él se revela cuando quiere, donde quiere y a quien quiere...; que ciertamente hay un número limitado de almas que son depositarias de un mensaje con un contenido común para esta etapa de la Humanidad, denominada, en los mensajes de Prado Nuevo, «últimos tiempos», «fin de los tiempos», «final de los tiempos»..., distintos del fin del mundo. Estamos hablando de revelaciones privadas o particulares, que, para ser auténticas, han de reunir unas condiciones. Hay que advertir que el Diablo, el padre de la mentira (cf. Jn 8, 44), se muestra a veces como ángel de luz, para sembrar confusión, y utiliza seres humanos a su servicio para tal fin: «Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos» (Mt 24, 24). Alerta, por ello, san Juan en su primera epístola: «Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo» (1 Jn 4, 1).

Antes de continuar, parece oportuno recordar que este tipo de manifestaciones no se conceden a cualquier persona, sino a un número de elegidos; mas tampoco son tan infrecuentes como a veces se piensa. Vienen a propósito las palabras que pronunciara el papa Pablo VI en una audiencia general: «Sabemos perfectamente que "el Espíritu sopla donde quiere" (Jn 3, 8), y sabemos que la Iglesia si es exigente con respecto a los verdaderos fieles en sus deberes establecidos, y si frecuentemente se muestra cauta y desconfiada hacia las posibles ilusiones espirituales de quien presenta fenómenos singulares, ella es y quiere ser extremadamente respetuosa de las experiencias sobrenaturales concedidas a algunas almas, o de los hechos prodigiosos que a veces Dios se digna insertar milagrosamente en la trama de las vicisitudes naturales» (29-11-1972). Transcribimos también lo que al respecto enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la Historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia» (n. 67).

El 5 de abril de 1997 el Señor indicaba en Prado Nuevo unas pautas para lograr el discernimiento sobre la procedencia de este tipo de revelaciones. Decía así el Señor en el citado mensaje: «Los falsos profetas están invadiendo el mundo; no vayáis detrás de ellos, hijos míos. ¿Sabéis cómo se conoce el profeta que no es falso?: por su obediencia a la Santa Madre Iglesia, por sus mensajes universales para el mundo, por no creerse superiores a los demás; por su humildad».

La Congregación para la Doctrina de la Fe está preparando un documento para discernir este tipo de fenómenos; mientras se publica, exponemos otro ya existente que la misma Congregación elaboró hace años (25-2-1978). Resumimos su normativa en los puntos siguientes: (1)

  1. Información suficiente: documentación escrita, sonora, en imagen..., que recoja la trayectoria de los sucesos.
  2. Ortodoxia: la conformidad de las revelaciones con la fe de la Iglesia, a la vez que la consonancia con las enseñanzas del Evangelio.
  3. Transparencia: en la persona que recibe los supuestos mensajes y manifestaciones celestiales, honradez probada, sinceridad; también en el ambiente que la rodea.
  4. Signos serios del dedo de Dios. Son, en general, los frutos: conversiones, vocaciones, amor a la Iglesia, etc. Se incluyen aquí igualmente otras señales de la actuación divina (fenómenos extraordinarios, curaciones, etc.), si bien, aquéllas primeras son para la Iglesia las más valoradas a la hora de calificar positivamente unas revelaciones particulares.
  5. Discernimiento de los expertos, sobre todo en los momentos de éxtasis. Hay que advertir en este punto el peligro de su aplicación bajo conceptos racionalistas. Hablando de las cosas de Dios y su grandeza, recita el salmista: «Maravillosa sobremanera es para mí tal ciencia, demasiado sublime, superior a mi alcance» (Sal 139 [138], 6).

Podemos hablar de la plena conformidad de los hechos de Prado Nuevo y del instrumento divino, Luz Amparo, con los criterios anteriores, aunque no entremos aquí en su análisis, porque sería más extenso de lo que nos permiten estas líneas. Bástenos la opinión autorizada de un teólogo de prestigio en estos temas, René Laurentin, quien escribió sobre Luz Amparo: «La conocí en El Escorial, en 1985, en la casa de la familia a la que sirve como doméstica (...). Es una mujer sencilla, sosegada, natural, que no se apasiona, ni tiene pretensiones, ni se mueve por sentimentalismo. Su atavío es modesto, limpio, cuidado, pese a su pobreza. No se muestra azorada ante preguntas difíciles y responde brevemente a la principal cuestión planteada (...). Es un testimonio al que se debe rendir homenaje y que hace desear que estos casos de santidad sean reconocidos con más presteza. Desde un punto de vista evangélico, no cabe duda que estas personas ejemplares no deben ser enjuiciadas desde la suficiencia, sino desde la humildad. Yo, al menos, he tenido la sensación de contemplarla gigante desde mi pequeñez». (2)

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(1) Laurentin, R., “Apariciones actuales de la Virgen María” (Madrid, 1991) p. 62.
(2) Ibíd., pp. 144-146.

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