MENSAJE DEL DÍA 20 DE NOVIEMBRE DE 1981
EL SEÑOR:
Aquí me tienes, hija mía, como tu Padre que soy, para ayudarte a soportar esos sufrimientos. Ofrécelo, hija mía, por la conversión de los pecadores, porque cada día son peor. Escucha bien lo que te digo, hija mía, y comunícaselo a todo el mundo: como no cambien y sigan abusando de mi misericordia, el mundo se verá envuelto en una gran guerra, serán destruidas varias naciones, habrá muchas muertes, caerán nubes de fuego que abrasarán la Tierra; todo esto será lo más horrible que se ha conocido por la Humanidad.
Diles a todos que no hacen caso de los mensajes de mi Madre, ni de sus súplicas; pero que sepan todos que el castigo está muy cerca; que sepan todos también que es mi Madre la que está sujetando ese castigo con sus lágrimas, con sus dolores. Todo lo que está sufriendo por todos sus hijos, dando sus avisos, porque no quiere que se condenen, pero no le hacen caso. Diles a todos, hija mía, que el tiempo pasa y los hombres no cambian, que siguen cometiendo pecados sacrílegos y crímenes. No quieren salvarse, hija mía, son unos ingratos; diles que el juicio de las naciones está muy cerca. Diles a todos que hagan oración, que confiesen su culpabilidad, que se arrepientan, que Dios va a castigar a toda la Humanidad; dará castigo como jamás se ha visto; que pidan perdón a Dios, que hagan oración, que el Padre Eterno está esperándolos; que se arrepientan de sus culpas, que en el mundo va a haber grandes desgracias y en varias naciones habrá grandes terremotos. Este es un castigo del Cielo, hija mía; están abusando de la misericordia de Dios. Que se arrepientan, que estamos avisando constantemente; que mi Madre Santísima se está apareciendo en muchas partes y está dando mensajes para que se difundan por todo el mundo, y no le hacen caso.
Sí, hija mía, se están salvando muchas almas, pero hay muchos que están en pecado mortal; ofrece tus dolores por todos ellos; ayúdame a mí también a soportarlos, a consolarme; ayuda a mi Madre también, que el Corazón lo tiene traspasado de dolor por la ingratitud de tantos pecadores que no quieren hacer caso. Sí, hija mía, es muy duro, pero es preciso que sufras; es preciso que se salve por lo menos una tercera parte de la Humanidad.
Sé humilde, hija mía, habla con tu padre espiritual, que te dirija; no te dejes, hija mía, date cuenta de que el enemigo está rodeando todo esto y no sabe cómo destruirlo.
Este mensaje, hija mía, lo puedes dar a todos mis hijos, díselo a todos, hija mía, que se arrepientan, que hagan mucho sacrificio, que hagan penitencia. Es muy importante rezar el santo Rosario todos los días. Sobre todo, diles que lo hagan con mucha devoción, hija mía, que el mundo está muy mal, que con su oración se están salvando muchas almas; díselo a todos mis hijos, hija mía.
Adiós, hija mía, te doy mi santa bendición.
LA VIRGEN:
Hija mía, hija mía, aquí me tienes, para consolarte; aquí me tienes, estaré hasta el último instante contigo, hija mía; ofrece esos dolores por todos mis hijos, por todos los pecadores. Muchos de ellos no han conocido a mi Hijo, hija mía; no tienen culpa de estar materialmente en pecado mortal; no han tenido quien los enseñe, pide por todos ellos como yo suplico a mi Hijo.
Sí, hija mía, tú no sabes cuántas almas están subiendo al Cielo por medio de vuestras oraciones; están subiendo en tropel luminoso, en bandas luminosas al Cielo; esto me causa mucha alegría, a pesar de que tengo mucha tristeza porque hay muchos pecadores que no quieren salvarse. Yo estoy suplicando por ellos, pero no me hacen caso; no quieren salvarse. Ya lo sé, hija mía, que estás pidiendo por los sacerdotes. Muchos sacerdotes no son dignos ni de una oración, son los que están constantemente ofendiendo a mi Hijo. Sí, hija mía, algunos sacerdotes ministros de mi Hijo, por su mala vida, por sus errores, irreverencias, hija mía, por su mala disposición al celebrar los santos misterios, por el amor al dinero, al honor y a los placeres carecen de la debida pureza, hija mía. Los pecados de las personas consagradas claman al Cielo y atraen la venganza, hija mía; he aquí, que la venganza está a sus puertas, porque ya no se encuentra casi a nadie para implorar misericordia y perdón para el pueblo; no hay almas generosas, ni hay casi nadie digno de ofrecerle una víctima sin mancha al Eterno a favor del mundo. Dios va a castigar de una manera sin precedentes.
¡Ay, hija mía! Pobres de los habitantes de la Tierra y de los ministros de la Iglesia. Dios va a lanzar su castigo y nadie podrá sustraerse a tantos males juntos. Sí, hija mía, algunos sacerdotes ofenden mucho a mi Hijo; muchos de ellos no son dignos de celebrar los sagrados misterios de la Eucaristía por su falta de fe y por sus manos manchadas de impurezas. Vendrá un gran castigo sobre ellos, pues tienen todavía más responsabilidad que otros, porque están condenando a muchas almas. Sí, hija mía, ciertos jefes y guías del Pueblo de Dios han descuidado la oración y la penitencia, y el demonio ha oscurecido sus inteligencias. Los malos libros abundarán en la Tierra; los espíritus de las tinieblas esparcirán por todas partes el relajamiento universal en todo lo que pide el servicio de Dios, hija mía. El Vicario de mi Hijo tendrá mucho que sufrir, porque durante un tiempo la Iglesia será entregada a grandes persecuciones; será el tiempo de las tinieblas; la Iglesia tendrá una crisis horrorosa. Sí, hija mía, se abolirán el poder civil y el eclesiástico. Cada individuo tendrá que guiarse por sí mismo e imponerse a sus semejantes. Toda justicia será hollada y no se verá pronto por todas partes otra cosa que homicidios, odios, discordias, sin amor en la Humanidad, ni en las familias.
Sí, hija mía, sí, muchos sacerdotes están destruyendo el amor a mi Hijo, muchos, hija mía; muchas almas se están condenando por el mal ejemplo de todos ellos. No quiero pensar el castigo que se les avecina. Hijos míos, ayudadlos a todos con vuestras oraciones; pedid por ellos y haced muchos sacrificios; pedid que se purifiquen sus almas, hijos míos. Mi Hijo lleva una cruz muy pesada por todos ellos; no os importe sufrir, hijos míos, que luego, mira lo que os espera; qué maravilloso es todo esto. Aquí no hay envidias, hijos míos; aquí no hay maldades, todo es amor, todo es felicidad, todo es pureza. Sufrid, hijos míos, que vale la pena sufrir para alcanzar todo esto. Sé humilde, hija mía, ya sabes que la humildad es la base principal de todo y la soberbia es la que condena a todos los humanos, pues el Infierno está lleno de soberbios, y Satanás ha formado su ejército con la soberbia. Sé humilde, hija mía, guarda obediencia a tu padre espiritual, haz caso de sus consejos. Distribuid mis mensajes por todos los lugares del mundo.
Adiós, hija mía, sé fuerte, hija mía. Adiós.
COMENTARIO A LOS MENSAJES
20-Noviembre-1981
Los profetas cristianos participan del profetismo de Jesús. Según san Pablo, en su primera epístola a los Corintios, «el que profetiza, habla a los hombres para su edificación, exhortación y consolación» (1 Cor 14, 3), para llamarlos a la conversión (v. 24); y, a través de ellos, Dios revela sus misterios (1 Cor 13, 12). Esto mismo viene realizando desde hace años a través de Luz Amparo.
En las primeras líneas de este mensaje, el Señor formula unos anuncios proféticos condicionados; es decir, que dependen, para su cumplimiento, de la respuesta humana a la petición realizada. En los primeros años de Prado Nuevo, son más frecuentes este tipo de revelaciones proféticas. Dice así: «Como no cambien y sigan abusando de mi misericordia, el mundo se verá envuelto en una gran guerra, serán destruidas varias naciones, habrá muchas muertes, caerán nubes de fuego que abrasarán la Tierra; todo esto será lo más horrible que se ha conocido por la Humanidad».
Podríamos decir, parafraseando las palabras anteriores: "Si cambian y dejan de abusar de mi misericordia, el mundo evitará una gran guerra, no serán destruidas varias naciones, etc". Transcurridos más de veinte años, desde que fueron comunicadas dichas palabras, ¿podemos afirmar que la situación se ha regenerado desde entonces? Lamentablemente, no. La Humanidad no ha cambiado a mejor, adentrándose, cada vez más, por caminos que se alejan de la Ley de Dios. El sentido del pecado se ha ido deteriorando progresivamente; la inmoralidad es cada vez más acentuada y el tejido social se va, por decirlo así, gangrenando. Ciertos comportamientos, que hace tan sólo unos años eran considerados por la inmensa mayoría como negativos y denunciables, gozan hoy de aceptación social y son, incluso, amparados por la legalidad. Dios ha sido expulsado de la sociedad y estamos pagando las consecuencias.
A continuación, el Señor manifiesta, por una parte, alegría y, al mismo tiempo, dolor: «Sí, hija mía, se están salvando muchas almas, pero hay muchos que están en pecado mortal; ofrece tus dolores por todos ellos; ayúdame a mí también a soportarlos, a consolarme; ayuda a mi Madre también (...); es preciso que se salve por lo menos una tercera parte de la Humanidad».
La salvación de las almas: ¡qué importante y trascendental tarea! Debe ser para nosotros, desde luego, una ocupación primordial: buscar la propia salvación y tener un celo constante por la salvación eterna de nuestros hermanos. ¡Qué bellamente lo dice la poesía clásica atribuida a Campoamor!: «La ciencia más consumada / es que el hombre bien acabe, / porque al fin de la jornada, / aquél que se salva sabe, / y el que no, no sabe nada». Otro poeta, éste santo, Francisco de Asís, al hablar de la "hermana muerte" en su sublime "Cántico de las criaturas", escribe: «Ningún viviente escapa de su persecución; / ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!», advirtiendo así del gran peligro de no vivir en gracia. Por eso, él mismo recomienda: «Ruego a todos que aprendan el tenor y sentido de las cosas que están escritas en esta vida para la salvación de nuestra alma, y que las traigan frecuentemente a la memoria».
Dirigiéndose a Luz Amparo, el Señor nos ofrece, en el mensaje, algunas pautas para caminar rectamente en este camino que conduce a la vida eterna: «Díselo a todos, hija mía, que se arrepientan, que hagan mucho sacrificio, que hagan penitencia. Es muy importante rezar el santo Rosario todos los días. Sobre todo, diles que lo hagan con mucha devoción, hija mía, que el mundo está muy mal, que con su oración se están salvando muchas almas».
¿Queremos en verdad salvarnos? ¿Estamos haciendo todo lo posible por alcanzar gracia tan extraordinaria? ¿Vivimos en esta vida pensando en la eterna, que nunca se acaba? Adentrándonos de nuevo en la vena poética, que hemos iniciado, acudimos a santa Teresa de Jesús que, en unos conocidos versos suyos, exclama: «Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero (...). / Mira que el amor es fuerte; / vida no me seas molesta, / mira que sólo te resta, / para ganarte, perderte; / venga ya la dulce muerte, / venga el morir muy ligero, / que muero porque no muero». Las almas grandes experimentan esa ausencia de Dios que, en esta vida, no se puede poseer en plenitud; por ello, la vida temporal sólo adquiere su auténtico valor y dimensión desde la perspectiva de la eternidad.
Ya lo dijo el Divino Maestro: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará. ¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma?» (Mc 8, 34-36).
(Continuará).
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