MENSAJE DEL DÍA 2 DE SEPTIEMBRE DE 1983

EN SAN LORENZO DE EL ESCORIAL (MADRID)

      (Luz Amparo entra en éxtasis, recibe los estigmas de la Pasión; se la ve sangrar por la frente, manos y pies. Al rato, la santísima Virgen le comunica el siguiente mensaje).

      LA VIRGEN:

     Sí, hija mía, aquí estoy para consolarte y para ayudarte a soportar este sufrimiento. Mi Hijo también sufre diariamente para la salvación de las almas; por eso mi Hijo coge víctimas como tú y otras para reparar los pecados de los hombres.

     Sufre, hija mía, que mi Corazón también sufre. Porque estoy dando avisos para toda la Humanidad. La Humanidad no hace caso, está vacía; por eso sufro, hija mía. Mi Corazón está transido de dolor por todos mis hijos, no hacen caso a mis avisos y el mundo sigue peor.

     Esta raza humana se rebela contra Dios; todos los días se precipitan en el abismo millones de almas para toda la eternidad. ¡Qué pena de almas! Haced sacrificio y oración. Al pie de la Cruz mi Hijo os dejó una herencia, y esa herencia es ser yo Madre de toda la Humanidad; por eso soy Corredentora del género humano.

     Quiero avisar que el tiempo se aproxima y los hombres no dejan de ofender a Dios. Os pido sacrificio y oración para la salvación de las almas. Vale la pena sufrir y no condenarse para toda la eternidad. Es para toda una eternidad vuestra condenación o vuestra salvación. Por eso os pido que no os abandonéis en la oración. Acercaos al sacramento de la Confesión y la Eucaristía.

     Mira, hija mía, cómo está mi Corazón transido de dolor por todos mis hijos sin distinción de razas... Sí, hija mía, mi Corazón no deja de sufrir —como cualquier madre que sea buena sufre— al ver que millones de hijos se precipitan al abismo, se condenan por su propia voluntad. Por eso os pido oración y sacrificio. ¿De qué os vale tener todas las cosas del mundo si en un segundo podéis perder vuestra alma?

     Los humanos tienen el corazón endurecido, no tienen compasión de este Corazón Inmaculado, que será el que triunfe sobre toda la Humanidad. No puedes tocar el Corazón de tu Madre, hija mía, no se ha purificado ningún alma. Qué ingratos son los humanos, hija mía.

     Escribe un nombre en el Libro de la Vida; en recompensa, escribe el nombre que tú quieras, hija mía... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida, otro nombre que no se borrará jamás.

     Vale la pena sufrir para recibir la recompensa. Mira qué recompensa espera a estas almas víctimas por la salvación de la Humanidad... (Luz Amparo expresa alegría ante la visión que le presentan). ¡Qué felicidad se siente aquí, hija mía! Aquí no hay envidias ni guerras, aquí no hay más que paz, amor y felicidad. Vale la pena hacer sacrificios y oración para conseguir las moradas que están preparadas. Es duro este camino, pero luego, ¡qué recompensa tan grande, qué recompensa!

     Pedid a mi Inmaculado Corazón gracias, que él os las concede para la salvación de las almas.

     Sed humildes y amaos como mi Hijo os ama. Vale la pena este amor para luego gozar de su presencia.

     Yo os bendigo, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. Adiós.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

2-Septiembre-1983

     «Sí, hija mía, aquí estoy para consolarte y para ayudarte a soportar este sufrimiento. Mi Hijo también sufre diariamente para la salvación de las almas; por eso mi Hijo coge víctimas como tú y otras para reparar los pecados de los hombres» (La Virgen).

 

     En la recopilación de los mensajes, dice una nota aclaratoria al incluir éste: «Luz Amparo entra en éxtasis, recibe los estigmas de la Pasión... Al rato, la santísima Virgen le comunica el siguiente mensaje».

     En aquellos años, Luz Amparo recibía, de vez en cuando y según los planes de Dios, los estigmas, como una forma de participación en la Pasión de Jesucristo. También el Señor se sirvió de dichas estigmatizaciones para convertir a muchas almas que las presenciaron, y conducirlas por el camino del bien, recordándoles la Pasión de Cristo y su inmenso amor a las almas.

     En la Historia de la Iglesia se han producido estos fenómenos en no pocas personas, que luego —la mayoría— han alcanzado la santidad. El papa Juan Pablo II habló en diferentes oportunidades sobre este hecho sobrenatural; en referencia al Padre Pío de Pietrelcina (ya canonizado), «el fraile de las llagas», como se le ha denominado, decía en un discurso: «Recogido completamente en Dios, y llevando siempre en su cuerpo la pasión de Jesús, fue pan partido para los hombres hambrientos del perdón de Dios Padre. Sus estigmas, como los de san Francisco de Asís, eran obra y signo de la misericordia divina, que mediante la Cruz de Cristo redimió el mundo. Esas heridas abiertas y sangrantes hablaban del amor de Dios a todos, especialmente a los enfermos en el cuerpo y en el espíritu» (3-5-1999).

       Los estigmas en Luz Amparo

     Lo acontecido a Luz Amparo hay que situarlo en el campo de los misterios cristianos, que únicamente la Iglesia puede interpretar. Nos encontramos, entonces, ante un posible carisma recibido por Amparo, con el fin de hacerla partícipe de la Pasión de Cristo, conforme a la cita de san Pablo: “...completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). Así les sucedió, aparte de los santos mencionados más arriba, a santa Catalina de Siena, santa Gema Galgani, santa Brígida de Suecia, etc.

     Santa Brígida, declarada co-patrona de Europa por Juan Pablo II, a la edad de solo siete años, tuvo ya una visión de la Virgen. A los diez, vio al Señor clavado en la Cruz sangrando, y escuchó estas palabras: «Mira en qué estado estoy, hija mía». «¿Quién os ha hecho eso, Señor?», preguntó la niña. Y Cristo respondió: «Los que me desprecian y se burlan de mi amor». Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.

       «Haced sacrificio y oración. Al pie de la Cruz mi Hijo os dejó una herencia, y esa herencia es ser yo Madre de toda la Humanidad; por eso soy Corredentora del género humano» (La Virgen).

     Aunque el título de «Corredentora de la Humanidad» no esté definido dogmáticamente, existen no pocas declaraciones del magisterio de los Papas que hacen referencia a él. Además, se puede defender apoyándose en la Sagrada Escritura, que, si bien no lo manifiesta explícitamente, sí contiene textos que nos conducen a esta certeza. Lo mismo podemos afirmar de la tradición cristiana, cuyos testimonios son continuos (desde san Justino y san Ireneo hasta nuestros días). ¿Qué razones se pueden aportar para decir que la Virgen fue real y verdaderamente Corredentora? Principalmente dos:

1.  Por ser Madre del Redentor, lo que conlleva la maternidad espiritual de todos los redimidos.

2.  Por su compasión al pie de la Cruz, íntimamente asociada al sacrificio de Jesucristo Redentor.

       Acaba de publicarse una nueva edición de un libro clásico que lleva por título La amarga Pasión de Cristo, de la Beata Ana Catalina Emmerick. La mística alemana fue beatificada por Juan Pablo II; en la homilía pronunciada el día de su beatificación (3-10-2004), se recordaba cómo ella «contempló la “dolorosa Pasión de nuestro Señor Jesucristo” y la experimentó en su propio cuerpo». El prólogo de la actual edición lo hace el Cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino. Curiosamente, utiliza la expresión «género humano» para referirse a la Humanidad, como en el mensaje; así afirma que «la Virgen participó constantemente en los dolores físicos y morales de su Hijo, y este libro resalta su papel de corredentora principal del género humano»; para añadir que «la Virgen, que era exclusivamente humana, contribuyó a la redención del género humano con sus propios padecimientos asociados a los de su Hijo».

 

     «¡Qué felicidad se siente aquí, hija mía! Aquí no hay envidias ni guerras, aquí no hay más que paz, amor y felicidad. Vale la pena hacer sacrificios y oración para conseguir las moradas que están preparadas. Es duro este camino, pero luego, ¡qué recompensa tan grande, qué recompensa!» (La Virgen).

       Hermosas palabras de la Virgen, que dirige a Luz Amparo al mostrarle seguramente una visión del Cielo. Con razón exultó san Pablo ante una experiencia parecida: «...lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1 Co 2, 9). No olvidemos, sin embargo, lo que añade el mensaje: «Es duro este camino, pero luego, ¡qué recompensa tan grande, qué recompensa!». A la luz y a la Gloria se llega por la cruz; de ahí que recomendara Jesús en el Evangelio: «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!» (Mt 7, 13-14).