MENSAJE DEL 16 DE OCTUBRE DE 1.981

HABLA LA SANTISIMA VIRGEN:
"Hija mía, sé como sufres, pero tú sabes cuánto mérito tienen estos dolores; cuántos pecadores se están convirtiendo y acercándose a la sagrada Eucaristía. Diles que sigan cumpliendo, que cumplan con los mandatos de mi Hijo. Diles que Cristo Jesús ha dicho que se reconcilien con Dios todos los días; los que no lo hayan hecho que se confiesen de sus pecados y comulguen los primeros sábados de mes, también los primeros viernes de mes en honor del Corazón de mi Hijo; que todos los que lo hagan, les dará mi Hijo vida eterna y los resucitará en el último día, hija mía.

¡Ay, hija mía, qué dolores tan horribles! Date cuenta de lo que pasó mi Hijo en esa Cruz y lo que Yo pasé al pie de la Cruz, abrazada, destrozada, desgarrándose mi Corazón. Di, hija mía, a cuantos hicieran algún sacrificio, que lo ofrezcan por la salvación de toda la humanidad. Todos los sacrificios tienen valor, todo lo que se ofrezca a mi Hijo Cristo Jesús. Decid cuando hiciéseis algún sacrificio: "Jesús mío, por tu amor, todo te lo ofrezco por la conversión de los pecadores, por la conversión de Rusia y por el Corazón Inmaculado de tu Madre María santísima."

Ofrecedlo, hijos míos, pero que nadie se entere, que lo que haga vuestra mano derecha, que no lo sepa nunca vuestra mano izquierda, hijos míos; que el que quiera salvar su vida, la perderá y el que quiera perder su vida por amor a mi Hijo, la encontrará, por amor a mi Hijo y a Mí. Hija mía, ofrécete a Dios para soportar todos tus sufrimientos, que El te ayude en reparación por los pecadores, por tantas ofensas hechas a mi Hijo y a M í, que somos ofendidos constantemente.

Deseo repetirte, hija mía, ofrécelo todo por la conversión de los pecadores, pero sobre todo, acepta y soporta con humildad los sufrimientos que mi Hijo te envía, ofrécelo hija mía. Mira, date cuenta de que todo el que es hijo heredero de Dios y heredero con Cristo tendrá que padecer con El a fin de que perciba con El su gloria. Es muy importante salvar el alma, el cuerpo no tiene importancia, el cuerpo no vale ni para estiércol en la tierra. No decaigas, pide consejo a tu padre espiritual, que él te dirija, hija mía. Vas a tener muchas contrariedades y vas a sufrir mucho, pero sigue luchando; sigue luchando, que Yo también sigo luchando para poder salvaros a todos.

Hija mía, tienes muchas dudas; crees que son visiones tuyas, que si no estaré realmente presente en el santo Rosario. Te dije en la primera aparición que todos los días estaré presente para dar la santa bendición a todos los que vayan a rezar el santo Rosario, también te dije, hija mía, que muchos de ellos serán escogidos y marcados con una cruz en la frente. Que no te confundan, hija mía, porque Yo estoy allí como Reina gloriosa sobre la tierra, llevando a todos los pueblos la salvación y la paz. No lo dudes, puedes seguir diciéndolo en cada Rosario, todos mis hijos serán bendecidos. Hay muchos que tienen muchas dudas, son tan incrédulos que si no ven la marca del clavo en las manos no creen.

Hija mía, ¡cuánto vas a sufrir!, pero ya sabes lo que dice mi Hijo, que, si para creer tienen que ver, eso no tiene mérito. Dichoso el que cree sin ver; eso sí que tiene mérito muy grande ante mi Hijo. Te sigo insistiendo, hija mía, quiero que continuéis rezando el santo Rosario todos los días, rezad, hijos m íos, haced mucho sacrificio por los pecadores, que muchas almas están en el infierno, porque no han tenido quien rece por ellas, hija mía, y ¡qué horrible es estar en el lago de las llamas!. Hija mía, mira un instante como es: . . . (Aqu í Amparo articula interjecciones e indescriptibles expresiones de horror). No, hija mía, no te horrorices, el que va al fondo de ese lago es porque quiere; porque tiene muchas facilidades de salvarse y no las quiere coger, hija mía. Tú ayuda a todos los pecadores, pero piensa que el que se condena es por su pro- pia voluntad.

Di a todos que procuren hacer apostolado en cualquier parte del mundo; que necesitan muchas almas recibir los mensajes de su Madre Celestial. Hija mía, que recen mucho, que se salven todos, que estoy constantemente dando avisos y no me hacen caso, no quiero que se condenen, pero muchos de ellos, ni aún en el momento del castigo sentirán temor de Dios. Hija mía, ayuda a salvar muchas almas, que muchas ovejas han vuelto a su rebaño, ¡cuántas había descarriadas!, ¡cuántas! y han vuelto al redil de mi Hijo, han vuelto a su rebaño, hija mía.

Adiós, sé humilde, hija mía, es el consejo de cada día, la humildad, adiós, adiós, hija mía."

COMENTARIO A LOS MENSAJES

16-Octubre-1981

«Diles que sigan cumpliendo, que cumplan con los mandatos de mi Hijo» (La Virgen).

Seguir a Jesucristo lleva consigo cumplir los mandamientos; Él mismo nos lo enseñó así: «Si me amáis observaréis mis mandamientos (...). El que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama, y al que me ama lo amará mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 15. 21). Y los mandamientos son diez; por lo cual, no basta con cumplir algunos de ellos, sino con todos. El camino para llegar al Cielo es semejante a un puente construido con diez arcos; si se derrumba uno sólo, se hace imposible alcanzar la otra orilla. Por tanto, hay que cumplir la Ley de Dios al completo. El mismo Jesús profundiza en esas palabras y añade: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (...). Este es mi mandamiento: amaos unos a otros como yo os amé» (Jn 15, 10. 12). Todos los mandatos del Señor se resumen en el precepto de la caridad; por eso, dice san Pablo que «la plenitud de la Ley es el amor» (Rm 13, 10).

Como es frecuente en los mensajes, también en éste hay una llamada a confesar los pecados. Hace, además, una promesa la Virgen: «Diles que Cristo Jesús ha dicho que se reconcilien con Dios todos los días; los que no lo hayan hecho que se confiesen de sus pecados y comulguen los primeros sábados de mes, también los primeros viernes de mes en honor del Corazón de mi Hijo; que todos los que lo hagan, les dará mi Hijo vida eterna y los resucitará en el último día».

¡Cuántos miles de "peregrinos" se han reconciliado con Dios y con la Iglesia gracias a las bendiciones recibidas en Prado Nuevo! El sacramento de la Penitencia es un medio imprescindible para avanzar en el camino de la conversión y del encuentro con Cristo. Cuando el sacerdote perdona los pecados, es el Señor quien perdona a través de su ministro. Todos necesitamos recibir el perdón, porque somos pecadores y no estamos libres de culpa. «Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y no estaría con nosotros la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Él es justo y fiel, nos perdona nuestros pecados y nos purifica de toda iniquidad» (1 Jn 1, 8-9).

«Decid cuando hiciereis algún sacrificio: "Jesús mío, por tu amor, todo te lo ofrezco por la conversión de los pecadores, por la conversión de Rusia y por el Corazón Inmaculado de tu Madre María Santísima". Ofrecedlo, hijos míos, pero que nadie se entere, que lo que haga vuestra mano derecha, que no lo sepa vuestra mano izquierda».

Sencilla y profunda fórmula para ofrecer sacrificios, que han de hacerse de manera oculta, para que sean vistos por Dios, «no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 18).

«Mira, date cuenta de que todo el que es hijo heredero de Dios y heredero con Cristo tendrá que padecer con Él, a fin de que perciba con Él su gloria. Es muy importante salvar el alma».

Seguir a Jesucristo es tratar de imitarlo; con lo cual, se ha de cumplir en todo cristiano lo que dice el Evangelio: «No está el discípulo por encima del maestro» (Mt 10, 24), en cuanto a las tribulaciones que acompañan siempre al fiel seguidor de Jesús, quien advierte en ese mismo pasaje de san Mateo, infundiendo ánimo y esperanza: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquél que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna» (Mt 10, 28). Ahora bien, como indica el mensaje en consonancia con esta cita evangélica: ¡la salvación es lo principal!, y a su consecución han de encaminarse todos los trabajos y oraciones de cada día, pues aunque es Dios el que salva, no es menos verdad lo que afirmaba san Agustín: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti»(1); en el mismo sentido, recomendaba este santo doctor: «El que quiera ser feliz, encamínese presuroso al Reino de los Cielos; éste no está cerrado sino para aquel que quiera excluirse él mismo».

Tras mostrar a Luz Amparo unas imágenes del Infierno, le dice la Virgen: «No, hija mía, no te horrorices; el que va al fondo de ese lago es porque quiere; porque tiene muchas facilidades de salvarse y no las quiere coger, hija mía. Tú ayuda a todos los pecadores, pero piensa que el que se condena es por su propia voluntad».

Tremendo misterio el de la libertad humana, que puede conducir a un alma a condenarse, apartándose voluntariamente de Dios para toda una eternidad. Duras son estas palabras, pero plenamente coincidentes con la palabra de Dios y con la Tradición, así como con lo predicado por tantos santos en la Historia de la Iglesia; ignorarlas u ocultarlas sería caer en el engaño y faltar a la verdad. El Concilio Vaticano II no cometió, desde luego, esa omisión al enseñar, refiriéndose al Señor, que «si queremos entrar con Él a las nupcias, merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt 25, 31-46); no sea que como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt 25, 26) seamos arrojados al fuego eterno (cf. Mt 25, 41), a las tinieblas exteriores en donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22, 13 y 25, 30). En efecto, antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer "ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada cual según las obras buenas o malas que hizo en su vida mortal" (2 Cor 5,10); y al fin del mundo "saldrán los que obraron el bien, para la resurrección de vida; los que obraron el mal, para la resurrección de condenación" (Jn 5,29; cf. Mt 25,46)».(2)

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1  Sermón 169.
2  Lumen Gentium, 48

"Haced apostolado por todas las partes del mundo, hijos míos,
extended los mensajes, hijos míos.
¡Cuántos se ríen de mis mensajes!
Llevadlos por todos los rincones de la tierra.
(Stma. Virgen: 1-10-1983)

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