MENSAJE DEL DÍA 15 DE AGOSTO DE 1983, LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

      LA VIRGEN:

     Hija mía, hija mía, en un día tan importante como hoy no podía faltar, hija mía. Lo mismo que participas de los dolores de la Pasión de Cristo, vas a participar también de mi gloria, hija mía.

     Vengo, hija mía, como Madre vuestra de misericordia y de amor. Velo constantemente, hija mía, por todos mis hijos, por todos, porque todos sois hijos míos; es la herencia humana, hijos míos, es la herencia que me corresponde.

     Yo viví, hija mía, setenta y tres años en la Tierra entre la raza humana; viví igual a mi Hijo, seguí el camino del Evangelio; pude pecar, hija mía, pero nunca lo hice. Di ejemplo, ejemplo de humildad, di ejemplo de pobreza, y di ejemplo de pureza. También di ejemplo, entre toda la raza humana, de fe, para que tengan fe a Cristo. Dejé esa herencia entre la raza humana. Ése es el ejemplo que di, hija mía, durante toda mi vida.

     También José, mi esposo, Dios Padre le otorgó el privilegio de ser padre adoptivo del Verbo Divino que se engendró en mis entrañas. Le educó en el santo temor de Dios, hija mía, y le dio todo su amor. Por eso pido a todas las familias cristianas que eduquen a sus hijos en el santo temor de Dios, para que luego puedan participar después de la muerte que participó Cristo mi Hijo, también puedan participar de la herencia de su resurrección, hijos míos. Por eso os pido sacrificios, hijos míos, sacrificios acompañados de oración.

     ¡Me gusta esta plegaria tanto, hijos míos! Os he dejado terminar esta plegaria hasta el último misterio, porque me agrada tanto, hijos míos! Es mi plegaria favorita. Con el Rosario, hijos míos, pero siempre pensando estar en gracia de Dios, antes el sacramento de la Confesión y de la Eucaristía, después mi plegaria favorita es ésta, hijos míos. Con esta plegaria se puede salvar toda la Humanidad; os pido, hijos míos, os pido sacrificios y oración.

     Pedid por esas pobres almas que no han conocido la gracia de Dios. Vivid como yo viví, escondida en la oración y en el sacrificio, y esperando que llegase este día, hija mía, este día.

     Vas a ver, en estos momentos, cómo dos ejércitos de ángeles me transportaron a las moradas del Padre y para mí ¡fue un gozo tan grande presentarme ante Dios mi Creador en cuerpo y alma gloriosa, hija mía! Mira, hija mía, vas a participar de esta visión tan importante.

      LUZ AMPARO:

     Estás muerta, estás muerta. ¡Ay, cuántos ángeles, ay!; pero la Virgen está muerta, está muerta.

      LA VIRGEN:

     No, hija mía, fui dormida y transportada en manos de mis ángeles.

      LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay...!

      LA VIRGEN:

     Me transportó Dios mi Creador como Reina y Señora de todo el género humano, y también como Reina de todos los ejércitos celestiales. Son billones y billones de ejércitos de ángeles, hija mía. Mira, cuántos ángeles: billones y billones.

      LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay...!, yo quiero quedarme aquí. Yo quiero quedarme aquí. ¡Ay!, yo quiero quedarme aquí.

      LA VIRGEN:

     No, hija mía, todavía no has cumplido tu misión. Tienes una misión que cumplir; cuando cumplas esa misión... (Habla en idioma desconocido).

      LUZ AMPARO:

     ¡Ay, pero todavía ese tiempo...! (Llora con pena).

      LA VIRGEN:

     Tienes que ofrecerte, hija mía; piensa que mi Hijo te ha escogido víctima para el bien de la Humanidad. Sí, hija mía, y también piensa que mientras haya víctimas para reparar los pecados de los demás, las almas se irán salvando.

     Pide por las almas consagradas, hija mía, ¡las amo tanto! y algunas de esas almas ¡cómo me corresponden, hija mía!

     Besa el suelo en acto de humildad por la salvación de las almas... Hija mía, este acto de humildad vale mucho para la salvación de las almas; con este acto de humildad te ves que no vales nada, hija mía, nada, que eres una miseria y que todavía tienes que purificarte y purificar con tus sufrimientos a tantas almas, hija mía, que tanto lo necesitan.

     Muchos creen, hija mía, que Dios no puede manifestarse a los humanos. Dios se manifiesta a los humildes para confundir a los poderosos. Sí, hija mía, si Dios quisiese, sólo con mover un dedo podría hacer arder el mundo entero, hija mía, pero está dando avisos por medio de almas humildes como tú y como otros instrumentos, que coge para salvar a la Humanidad, hija mía; pero hay que ser muy humilde y pensar que eres muy poca cosa, que no eres nada, que mi Hijo te ha escogido por miserable y pecadora, no por mística ni santa, hija mía. Por eso tienes que decir muy alto a los humanos que cambien sus vidas, que sean humildes y que ordenen su vida, hija mía, que están viviendo en un mundo de desorden y de vicio, y que la juventud, hija mía, está cometiendo muchos pecados de impurezas; muchas ofensas se están cometiendo a Dios Padre, y Dios Padre va a descargar su cólera de un momento a otro, hijos míos. Por eso os pido que vistáis con pudor vuestros cuerpos, para no ocasionar escándalo al ser humano.

     Sí, hija mía, con sacrificio y con oración se pueden salvar muchas almas.

     Vuelve a besar el suelo por todos los pecadores del mundo, por todos sin distinción de razas... Te sigo repitiendo, hija mía, que durante todo el día puedes hacer este sacrificio. Sirve, hija mía, como humillación ante el Padre para la salvación de las almas. Mi Hijo, hija mía, se pasaba días enteros humillándose con la cabeza en el suelo para la salvación de los pobres pecadores.

     Seguid rezando, hijos míos, mi plegaria favorita. También os pido que sigáis haciendo vigilias, ¡me agradan tanto, hijos míos! ¡Me agrada tanto la oración!

     También os digo, hijos míos, que améis a vuestro prójimo, que todo aquél que no ama al prójimo, no ama a mi Hijo.

     También a ti, hija mía, te digo: no tengas miedo —te lo he repetido muchas veces—, estando Dios contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía?

     También, hija mía, hay muchas personas de la raza humana que son, como cuando Cristo estaba en la Tierra, sepulcros blanqueados, que ante los ojos de los hombres parecen justos, hija mía, pero ante los ojos de Dios están condenados. No seáis fariseos, hijos míos.

     Con el corazón, con el corazón implorad a Cristo, que vuestra oración no salga de vuestros labios, que salga de vuestro corazón. Haced visitas al Santísimo, hijos míos; mi Hijo os está esperando. Está triste y solo; consoladle, hijos míos, consoladle, que, para mí, hija mía, es el mayor orgullo el que consoléis a mi Hijo; como cualquier madre buena, hija mía, que le hacen una caricia a su hijo, ¡qué gozo siente, hija mía!; pues el mismo siento yo cuando veo que todos amáis a mi Hijo.

     Sí, hijos míos, sacrificios y oración pido.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos, hijos míos; recibirán gracias especiales...

     Besa el pie, hija mía, te voy a conceder este privilegio de que beses el pie...

     Adiós, hijos míos. Adiós.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

15-Agosto-1983

(Continuación)

     «También José, mi esposo, Dios Padre le otorgó el privilegio de ser padre adoptivo del Verbo Divino que se engendró en mis entrañas. Le educó en el santo temor de Dios, hija mía, y le dio todo su amor. Por eso pido a todas las familias cristianas que eduquen a sus hijos en el santo temor de Dios» (La Virgen).

 

     En los mensajes de Prado Nuevo, la figura de san José se hace presente en varias ocasiones. Concretamente, se le menciona o interviene él mismo en las siguientes fechas: 15-8-1983; 23-12-1984; 31-12-1984; 1-1-1985; 5-1-1985; 6-1-1985; 12-1-1985; 13-1-1985; 2-1-1988; 6-2-1988; 1-1-1994.

     La Iglesia tiene en gran estima a san José, hasta el punto de haberle declarado Patrono de la Iglesia, entre otros títulos. El papa Juan Pablo II le dedicó una exhortación apostólica titulada Redemptoris Custos; es decir, Custodio del Redentor, donde dice cosas preciosas sobre este santo varón; tomando las palabras de Pablo VI, escribía el Pontífice anterior: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas» (n. 24).

     «Dios Padre le otorgó el privilegio de ser padre adoptivo del Verbo Divino». Estas palabras de la Virgen recuerdan las que el mismo Juan Pablo II dijera en la exhortación que estamos citando al referirse a san José: «Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre» (n. 8).

 

     «Vas a ver, en estos momentos, cómo dos ejércitos de ángeles me transportaron a las moradas del Padre, y para mí ¡fue un gozo tan grande presentarme ante Dios mi Creador en cuerpo y alma gloriosa, hija mía! Mira, hija mía, vas a participar de esta visión tan importante» (La Virgen).

 

     En ese momento, es cuando Luz Amparo recibe la gracia de ver el misterio de la Asunción de María a los cielos en cuerpo y alma. No es extraño, pues, que la vidente manifieste gozo y alegría, y que desee participar ya de esa gloria: «Yo quiero quedarme aquí. ¡Ay!, yo quiero quedarme aquí», le pide a la Virgen, quien le responde: «No, hija mía, todavía no has cumplido tu misión. Tienes una misión que cumplir; cuando cumplas esa misión...», recordándole dicha misión para la que ha sido elegida por el Señor: «Tienes que ofrecerte, hija mía; piensa que mi Hijo te ha escogido víctima para el bien de la Humanidad. Sí, hija mía, y también piensa que mientras haya víctimas para reparar los pecados de los demás, las almas se irán salvando (...). Todavía tienes que purificarte y purificar con tus sufrimientos a tantas almas, hija mía, que tanto lo necesitan».

 

     «Haced visitas al Santísimo, hijos míos; mi Hijo os está esperando. Está triste y solo; consoladle, hijos míos, consoladle» (La Virgen).

 

     Inspirada en ésta y otras revelaciones del Señor, y movida por su amor a Jesús Sacramentado, Luz Amparo compuso la poesía —sencilla pero profunda— titulada «Al Santísimo». La trascribimos como estímulo para crecer en nuestro amor a Jesucristo en la Eucaristía:

Voy, Jesús, que Tú me llamas;

me estás esperando aquí,

metidito en el sagrario

para enseñarme a sufrir.

Gritando estás a las almas,

que vengan a consolar

a este pobre «Prisionero»,

que de amor muriendo está.

Hermanos, vamos deprisa

a visitar a Jesús,

que se encuentra triste y solo

y dio su vida en la Cruz.

 

«¿No os da pena de mí?

—me decía el “Prisionero”—

Dadme un poquito de amor,

que aquí me encuentro sediento».

¿Quién es capaz de negarle

ese poquito de amor?

Amad mucho a mi Jesús,

que Él es nuestro Redentor,

y nos da ciento por uno

y eso sólo lo hace Dios»
(14-2-1996).

 


(1) Este mes, la bendición de la Virgen va acompañada de una aclaración que nos advierte de la grave situación de la Humanidad, en especial, por lo que se refiere a los jóvenes, a los que tanto ama la Madre de Dios. A alguien puede parecer excesiva esta declaración de la Virgen sobre el panorama mundial; sin embargo, basta con observar a nuestro alrededor para darle la razón: guerras, violencia, odios, desórdenes de todo tipo, etc., que no pueden explicarse si no es por la intervención de un poder superior y maligno que sólo busca destruir. En cualquier caso, si comparamos las palabras de la Virgen María con la palabra de Dios, podemos comprobar cómo coinciden. ¿Exagera, por ejemplo, san Juan cuando proclama en su primera carta que «el mundo entero yace en poder del Maligno» (1 Jn 5, 19)?

      La bendición nos recuerda también algunos versículos más de la mencionada carta del apóstol san Juan: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno (...).Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno» (1 Jn 2, 13-14).

      Es en el libro del Apocalipsis donde aparece el número seiscientos sesenta y seis (cf. Ap 13, 18), y la marca de la Bestia (cf. Ap 13, 16-17; cf. Ap 14, 9. 11; 16, 2; 19, 20; 20, 4).