MENSAJE DEL 15 DE ENERO DE 1.982

HABLA EL SEÑOR:

            Sí, hija mía, aquí estoy. No digas que no puedes más. Coge mi Cruz y sigue conmigo estos dolores. Ya sé que sufres mucho, pero es preciso que sufras; sufre con ánimo y con valor. Date cuenta de que, gracias a este sufrimiento, se están salvando muchas almas. Así, hija mía, recibe con alegría y con humildad todos estos dolores.

            Vamos a participar los dos en estos sufrimientos; es muy importante recibirlos con humildad y con amor. No tengas miedo de nada. Date cuenta de que te he escogido porque eres muy miserable, para que vean una vez más que no busco la grandeza ni la apariencia de santidad; que busco las almas más pequeñas y más insignificantes para todos. ¡Cuántas almas hay que ante los ojos de los demás son justas y ante los ojos de mi Padre están condenadas! No te importe, hija mía, que te calumnien, que te desprecien, porque esto lo hacían conmigo, lo hacían con mis discípulos, porque ya les decía yo a mis discípulos: “Porque no sois del mundo os aborrece el mundo”. Y a ti te digo, hija mía, que te des cuenta de que, porque no eres del diablo, el diablo te persigue; pero tú tienes que ser fuerte y vencer al enemigo. Acepta con humildad este sufrimiento. Ya sé que te pesa mucho esta cruz de dolores; pero es preciso, porque hay muchas almas que están ofendiendo a la Divina Majestad de mi Padre y pisoteando mi Sangre.

            Me pesa tanto esta Cruz, porque muchas veces no saben apreciar este sufrimiento tan horrible. Date cuenta de que se están condenando constantemente tantas almas. ¡Cuánto estamos sufriendo para salvarlas! Tú date cuenta de que estoy contigo, que no estás sola. Quiero que seas humilde, que seas bondadosa con todos, porque el que tiene amor a los demás, me tiene amor a mí. Tienes que abandonarte, hija mía, abandonarte a mi sufrimiento; por eso te digo, hija mía: sigue luchando; sé fuerte. Date cuenta de que todo lo de aquí, de la Tierra, pasará; pero el Cielo no se acabará nunca, nunca jamás se acabará. Por eso te pido que recibas mi Cruz con alegría y con humildad.

            Date cuenta de que cuántas almas se condenan por su propia voluntad. ¡Pobres almas ésas que no han querido salvarse! Porque no se condenarán aquellas almas que no me conocen; pero las que me conocen y, aun conociéndome, me han despreciado para seguir una vida de placeres, de pecados, esas almas no saben lo que les espera. Porque no te hablo sólo de las almas del mundo, sino también de mis almas escogidas. Porque hay muchas que, aun siendo escogidas, desean gozar de los placeres de la vida y se pierden, porque mi camino es el camino del sufrimiento y del dolor, y lo único que les daría fuerzas para seguir sería la cruz; pero la desprecian, la pisotean, no quieren saber nada de ella; ésos se condenan por su propia voluntad, hija mía; ellos se lo han buscado. Yo les entregué mi Cruz y ellos me la despreciaron; por eso, hija mía, diles a todos mis hijos que se arrepientan, que dejen el pecado, que vuelvan sobre sí y sean humildes, que no hacen caso de la ley de mi Evangelio, que es la ley de mi Iglesia Santa, Católica y Apostólica. Porque fuera de mi Iglesia diles que no habrá salvación; que dejen el pecado, que crean en mí, que hagan penitencia, que guarden mi doctrina, que se aparten de todas aquellas doctrinas falsas, de aquellos pastores falsos que predican las doctrinas contrarias a las mías y a las de mis primeros apóstoles.

            Que no hagan caso, que el tiempo se aproxima; que todos ésos que publican esas doctrinas están equivocados, que tengan humildad, que vengan a mí; que yo vine a la Tierra con mi Cruz para salvarlos a todos; que me hagan caso, que no quieren escuchar la perfecta observancia de la pobreza evangélica; que me escuchen. ¿Cómo avisarles para que nos hagan caso? Mira, hija mía, hay veces que el sufrimiento no sirve para nada; sé humilde, hija mía; sobre todo, te pido la humildad. Sé constante en la oración. Adiós, hija, adiós.     

15 DE ENERO DE 1.982

HABLA LA SANTISIMA VIRGEN:

            Sí, hija mía, ya estoy aquí como tu Madre gloriosa, como la Madre de todos mis hijos. Escucha, hija mía, lo que te voy a decir:

 

            Diles a todos que no piensen en otra cosa que en hacer oración; que recen el santo Rosario, que el Castigo está muy cerca, que caerá pronto, muy pronto, sobre toda la Humanidad; que no sean tan desdichados y tan desagradecidos; que hagan oración, que están en un gran peligro.

            Diles a todos que sigo repitiendo que hagan oración y penitencia, que el mundo está al borde del precipicio, que soy su Madre y quiero que se salven todos; que yo he llorado muchas veces por todos ellos y sigo llorando y pido sólo por la salvación de sus almas.

            Diles, hija mía, que tengan confianza en Dios y que confiesen sus culpas, que se arrepientan, que se den prisa, que recen el santo Rosario todos los días, que pido mi Rosario en todos los lugares del mundo. El Rosario puede salvar al mundo, pues, de lo contrario, va a perecer la mayor parte de la Humanidad, de esta pobre Humanidad que está ciega y se deja cegar por el demonio, que está siempre acechándolos a todos. Que dejen el vicio, que me escuchen, que piensen más en hacer oración; que estáis al borde de los últimos tiempos; que el Padre Celestial los está esperando a todos, que el gran Castigo está muy próximo.

            Diles a todos que he recorrido todo el mundo haciendo milagros y dando gracias por toda la Humanidad. Diles a todos, hija mía, que estoy sosteniendo la ira de Dios Padre, pero que no puede ser más; que recen el santo Rosario, que el santo Rosario es lo que más me agrada; mi Rosario, hija mía. Yo quiero que recen mi plegaria preferida. El Castigo es horrible, hija mía, y mi Hijo vendrá a castigar a todos los que no han querido atender a sus llamadas.

            Diles que se arrepientan, hija mía, que mi Corazón sangra de dolor por todos ellos. ¡Qué pena, hija mía!, algunos morirán ese día sólo de la impresión. Satanás está al acecho de todas esas almas, hija mía; quiero que se salven todas.

            Dad los mensajes de vuestra Madre misericordiosa por todo el mundo. Daos cuenta de que hay muchas almas que no nos conocen. Que se acerquen a la Eucaristía, que mi Hijo está muy solo, que no esperen hasta el último instante. La Humanidad está amenazada, está en un gran peligro, hija mía; que me escuchen; estoy muy triste, me he aparecido en muchos sitios de la Tierra y no me escuchan; el Castigo se aproxima; la Segunda Venida de mi Hijo Jesús está cerca, hija mía; que estén preparados, que estén a la derecha del Padre, hija mía; que confiesen sus culpas, que se arrepientan, que mi Hijo está con los brazos abiertos esperándolos a todos. ¡Qué dolor más grande, hija mía! No quieren salvarse los humanos, son unos desagradecidos. Hija mía, sé humilde; la humildad es la base principal de todo. Hija mía, ayuda a todos a salvar muchas almas. Diles a todos los que están contigo que me agrada mucho lo que han empezado; que sean constantes en seguir esa obra tan importante que es el santo Rosario. Es lo que más me agrada, hija mía; lo que más poder tiene y fuerza para salvación del mundo: el santo Rosario. Que sean constantes, que yo les daré fuerzas a todos para poder extender el santo Rosario por cualquier parte del mundo. Que no se acobarden, que vayan de pueblo en pueblo. Tendrán muchos obstáculos, les pondrán en algunos sitios muchos inconvenientes; pero que sigan, que sigan con el santo Rosario, que es muy importante. Con el santo Rosario se puede salvar toda la Humanidad y evitar una gran guerra.

            Qué alegría, hija mía, más grande ver que todavía tengo almas que van sembrando buena semilla y que luego recibirán el fruto en el Paraíso celestial. Diles, hija mía, que es muy importante ayudar a las almas; que sigan con esta misión, que les estaré muy agradecida. ¡Cuánto odia el demonio las plegarias de vuestra santa Madre! Daos cuenta de que para ser salvados hace falta rezar. Lo que más cuesta es rezar el santo Rosario. Lo que más os cuesta a vosotros y lo que más me agrada a mí. Sed constantes en la oración, hijos míos. Seguid extendiendo las plegarias de vuestra Madre. Por lo menos, a ver si podemos salvar la tercera parte de la Humanidad; y seguid luchando, hijos míos, daos cuenta de que la Humanidad está en un gran peligro y que el Padre Celestial quiere mandar sobre los hombres su justicia, y esta vez castigará mucho más severamente que cuando castigó con el Diluvio. Los grandes perecerán, porque ante los ojos de los hombres son grandes, pero ante los ojos de Dios son miseria; son fariseos hipócritas que están engañando, arrastrando muchas almas al pecado; y de eso recibirán su justicia, su merecido. Dios los castigará muy severamente porque tienen un doble pecado. ¡Qué pena, hija mía, qué pena de Humanidad! Están vacíos, no piensan nada más que en divertirse. Date cuenta de que no se salvarán, hija mía, nada más que los verdaderos cristianos; los que crean en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo. Diles que se arrepientan, hija mía, que los estamos esperando a todos, hija mía. Seguid rezando el santo Rosario todos los días y diles que los que puedan que recen los quince misterios.

            Adiós, hija mía, sé humilde.


COMENTARIO A LOS MENSAJES
15-Enero-1982

«Sí, hija mía, aquí estoy. No digas que no puedes más. Coge mi Cruz y sigue conmigo estos dolores. Ya sé que sufres mucho, pero es preciso que sufras; sufre con ánimo y con valor. Date cuenta de que, gracias a este sufrimiento, se están salvando muchas almas. Así, hija mía, recibe con alegría y con humildad todos estos dolores.

Vamos a participar los dos en estos sufrimientos; es muy importante recibirlos con humildad y con amor» (El Señor).

Con estas palabras se presenta el Señor a Luz Amparo, y le viene a decir que la prueba nunca supera las propias fuerzas cuando viene de Dios. Es lo mismo que afirma san Pablo cuando escribe a los de Corinto: «No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito» (1 Cor 10, 13).

Es claro, en el caso que nos ocupa, la elección de Luz Amparo como alma víctima; por ello, el Señor le dice que es preciso que sufra; le comparte su cruz como signo de predilección hacia ella y le anima a padecer –como hemos visto– con ánimo, valor, alegría, humildad y amor.

«Ya sé que te pesa mucho esta cruz de dolores; pero es preciso, porque hay muchas almas que están ofendiendo a la Divina Majestad de mi Padre y pisoteando mi Sangre».

¡Qué poco apreciamos la Pasión de Jesús y su preciosísima Sangre derramada por amor a nosotros! ¡Qué diferente la actitud de los santos!... Era el año 1533, cuando santa Teresa de Jesús, atravesando el oratorio, vio un busto del "Ecce Homo" que acababan de dejar allí. «Era de Cristo muy llagado –nos cuenta ella misma–, y tan devota (la imagen), que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle».

Es también digna de meditación la siguiente frase del mensaje: «Date cuenta de que todo lo de aquí, de la Tierra, pasará; pero el Cielo no se acabará nunca, nunca jamás se acabará».

¡Cómo nos apegamos a los bienes terrenos, a criaturas y cosas! ¡Cuántas veces, por un afecto desordenado, por algo temporal, despreciamos los bienes eternos, con riesgo de perderlos para siempre! Si pensáramos más en la caducidad de la vida, sin duda que nuestra vida y nuestros intereses cambiarían. Nos asegura Jesús en el Evangelio: «El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán»(2). Y en un pasaje de san Lucas, invitando a la pobreza evangélica, enuncia con claridad: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro que no os fallará en los cielos, donde no llega el ladrón, ni roe la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón»(3). ¿Dónde está, pues, nuestro corazón?, ¿en las cosas del Cielo o en las terrenales? ¿Pensamos con frecuencia en los valores del espíritu, o nos dejamos seducir por los atractivos del mundo y sus placeres? Nos jugamos, queridos hermanos, la eternidad: ¡eternamente felices o eternamente desdichados! Relacionado con lo que estamos exponiendo, añade el Señor en el mensaje: «No se condenarán aquellas almas que no me conocen; pero las que me conocen y, aun conociéndome, me han despreciado para seguir una vida de placeres, de pecados, esas almas no saben lo que les espera. Porque no te hablo sólo de las almas del mundo, sino también de mis almas escogidas. Porque hay muchas que, aun siendo escogidas, desean gozar de los placeres de la vida y se pierden». Por eso, la Virgen en su intervención asegura: «Soy su Madre y quiero que se salven todos; que yo he llorado muchas veces por todos ellos y sigo llorando y pido sólo por la salvación de sus almas».

En la parte final, la santísima Virgen se refiere una y otra vez y recomienda el Rosario; es uno de los mensajes donde más insiste en el rezo de esta plegaria mariana, tan querida por los Sagrados Corazones. Sabemos que el Papa actual, Juan Pablo II, es un propagador constante de esta excelente oración, que considera --como la Virgen— su "oración predilecta". Él mismo suele regalar rosarios a aquéllos que recibe en audiencias. Ponemos dichas citas, para terminar, como homenaje a María en el mes de mayo, dedicado especialmente a Ella, y con el fin de alcanzar una fervorosa devoción a esta oración celestial:

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(1) Este mes, además de la bendición, se concede la gracia especial de un sello en las frentes, conforme al último mensaje de Prado Nuevo: «No habrá más mensajes, pero habrá bendiciones muy especiales y marcas que quedarán selladas en las frentes» (4-5-2002).

(2) Mt 24, 35; cf. Mc 13, 31; Lc 21, 33.

(3) Lc 12, 33-34.

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