MENSAJE DEL DÍA 15 DE AGOSTO DE 1982, LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, hija mía, hija mía, si la Humanidad no cambia, hija mía, me veré obligada a aceptar... Sí, hija mía. Hijos míos, hijos míos, si no cambia la Humanidad, me veré obligada, hija mía, a mandar un gran castigo. Penitencia, hijos míos, penitencia; penitencia y oración.
Hijos míos, hijos míos, haced visitas al Santísimo, que mi Hijo está muy triste y solo; no quiero que os condenéis; quiero que todo el mundo se salve. Oración, hijos míos, oración y penitencia es lo que pido. Si la Humanidad no cambia, hijos míos, me veré obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo, hijos míos.
El Padre Eterno, hijos míos, está muy enfadado. Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo, por mis almas consagradas... No quiero que se condenen, hija mía. La Iglesia está en un gran peligro; haced penitencia y oración, hijos míos. El mundo está en un gran peligro. No me hacen caso, hija mía. ¡Qué ingratos son todos mis hijos! El Castigo será horrible, hijos míos; se oirán grandes sonidos en el aire que causarán terror a toda la Humanidad. Habrá grandes terremotos, hija mía; desaparecerán grandes naciones. Quiero que se salve, por lo menos, la tercera parte de la Humanidad. Haced penitencia y haced oración, hijos míos.
Pedid al Padre Eterno que detenga su ira, hijos míos, que la ira del Padre Eterno está muy próxima.
Os bendigo, hijos míos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
COMENTARIO A LOS MENSAJES
15-Agosto-1982
(La Asunción de la Virgen María)
Este mensaje, de corta duración, lo recibió Luz Amparo una vez pasada la medianoche del día 14 de agosto, mientras se rezaba en la vigilia de la Asunción de María; por tanto, ya iniciado el día 15.
«Hijos míos, hijos míos —dice la Virgen al poco de iniciar el mensaje—, haced visitas al Santísimo, que mi Hijo está muy triste y solo».
No deja de sorprender —aunque sea reiterado en los mensajes— el consuelo que Jesús Sacramentado recibe cuando se le visita en la reserva eucarística, en el tabernáculo. ¿Cómo es posible, Señor —nos preguntamos—, que mendigues las migajas de nuestro amor, siendo tan limitado, tan pobre...? ¿Qué misterio de amor infinito te impele a gritar a las almas la soledad increíble e inexplicable de todo un Dios que espera constantemente, pacientemente ser visitado por unos pobres pecadores? Ya sabemos que miras la buena voluntad y los deseos sinceros de amarte, a pesar de nuestras miserias; si no, ¿qué sería de nosotros?
Es cierto: ¡qué poco se visita hoy a Jesús en la Eucaristía! No negamos la dificultad actual de que muchos templos permanecen cerrados la mayor parte de la jornada (no vamos a analizar aquí los motivos que han llevado a esta situación); por lo cual, esta práctica devocional no se facilita. Mas, ¿tenemos realmente interés?, ¿no es cierto que determinados impedimentos, si se trata de otros asuntos, los acabamos resolviendo? Porque, en todo caso, sería cuestión de buscar soluciones. Al respecto, reprochaba, ya en su época, san Alfonso María de Ligorio: «Muchos cristianos, exponiéndose a grandes peligros y padeciendo muchas fatigas, emprenden largas jornadas sólo con el fin de visitar los lugares de la Tierra Santa en que nuestro Salvador nació, padeció y murió. ¡Ah, y como estos santos excesos acusan nuestros descuidos y nuestra ingratitud! Pues dejamos muchas veces de visitar al mismo Señor que habita en las iglesias pocos pasos distantes de nuestras casas»(1). Juan Pablo II en uno de sus viajes a España, refiriéndose a D. Manuel González, "el obispo de los sagrarios abandonados", señalaba que «él se esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los sagrarios, a la que a veces tan insuficientemente correspondemos. Con su palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir que en el sagrario de cada iglesia poseemos un faro de luz, un contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse»(2).
En uno de los pensamientos escritos por Luz Amparo dice ella, con palabras parecidas a las de san Alfonso María: «Señor, los hombres se afanan por ir a Tierra Santa. ¡Van tan lejos a buscarte estando en cuerpo, alma y divinidad abandonado en los sagrarios!».
Insiste la Virgen durante el mensaje en la oración y la penitencia, y al final del mismo enuncia algunas advertencias condicionadas sobre el futuro de la Humanidad, refiriendo las posibles consecuencias en la naturaleza, con alusión al Castigo y culminando con un mensaje de esperanza: «Si la Humanidad no cambia, hijos míos, me veré obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo (...). La Iglesia está en un gran peligro; haced penitencia y oración, hijos míos. El mundo está en un gran peligro. No me hacen caso, hija mía. ¡Qué ingratos son todos mis hijos! El Castigo será horrible, hijos míos (...). Quiero que se salve, por lo menos, la tercera parte de la Humanidad. Haced penitencia y haced oración, hijos míos».
El deseo expresado por la Virgen de que se salve al menos la tercera parte de la Humanidad, se encuentra en varios mensajes de Prado Nuevo, y tiene concordancia con el pasaje siguiente de la profecía de Ezequiel: «Y sucederá en toda esta tierra —oráculo de Yahveh— que dos tercios serán en ella exterminados (perecerán) y el otro tercio quedará en ella. Yo meteré en el fuego este tercio: los purgaré como se purga la plata y los probaré como se prueba el oro. Invocará él mi Nombre y yo le responderé; diré: "¡Él es mi pueblo!", y él dirá: "¡Yahveh es mi Dios!"» (Za 13, 8-9).
MENSAJE DEL DÍA 19 DE AGOSTO DE 1982
EN ALICANTE
LA VIRGEN:
Repite, hija mía: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. Así me gusta, hija mía, que recéis pensando en la Humanidad.
En estos momentos, el mundo necesita oración y penitencia. Son unos momentos muy difíciles para la Humanidad, la Humanidad está en un gran peligro; oración, oración y penitencia, hija mía, pero que esta oración sea salida del corazón; te voy a repetir cómo me gusta que recéis el santo Rosario, con el Rosario se salvará la mayor parte de la Humanidad.
Pedid a mi Inmaculado Corazón que cambie el mundo, que mi Corazón os salvará; haced oración y penitencia.
Bebe del cáliz, hija mía, éste es el cáliz, hija mía, que está rebosando para la salvación de la Humanidad...
Te voy a repetir, hija mía, cómo me gusta que recéis: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. ¡Qué contenta me pongo cada vez que oigo el avemaría!
Pedid por los pecadores; vas a sufrir mucho, hija mía; te calumniarán; piensa que también calumniaron a Jesús y ofrécete, hija mía, como víctima al Padre por la salvación de la Humanidad.
Besa mi mano, hija mía. Te bendigo, hija mía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Adiós, hija mía.
COMENTARIO:
19-Agosto-1982
Se trata igualmente de un mensaje breve, como el anterior. Luz Amparo lo recibió en Alicante, donde se encontraba de paso. El día indicado comenzó a padecer intensos dolores y a sufrir la Pasión de Cristo, recibiendo un mensaje que se inicia con la intervención de la Virgen María, quien recita dos veces el avemaría, la oración mariana por excelencia y de una gran eficacia para librar a la Humanidad de múltiples peligros en estos tiempos tan graves.
Hay unas líneas que infunden ánimo y esperanza cuando la Virgen menciona la oración y, en concreto, la oración del Rosario, su plegaria predilecta, según los mensajes, y que fue asimismo la preferida por nuestro querido papa Juan Pablo II:(3) «...oración, oración y penitencia, hija mía, pero que esta oración sea salida del corazón; te voy a repetir cómo me gusta que recéis el santo Rosario, con el Rosario se salvará la mayor parte de la Humanidad.
Pedid a mi Inmaculado Corazón que cambie el mundo, que mi Corazón os salvará; haced oración y penitencia».
«Te voy a repetir, hija mía —le dice la Virgen a Luz Amparo casi al final—, cómo me gusta que recéis: "Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús". ¡Qué contenta me pongo cada vez que oigo el avemaría!».
¿Qué tendrá en avemaría que tantas maravillas puede obrar? Escuchemos al beato Alano de la Rupe, que tan bellamente lo explica: «Por la salutación angélica Dios se hizo hombre, una virgen se convirtió en Madre de Dios, las almas de los justos fueron liberadas del Limbo, se repararon las ruinas del Cielo y los tronos vacíos fueron de nuevo ocupados, el pecado fue perdonado, se nos devolvió la gracia, se curaron las enfermedades, los muertos resucitaron, se llamó a los desterrados, se aplacó la Santísima Trinidad y los hombres obtuvieron la vida eterna. Finalmente, la salutación angélica es el arco iris, la señal de la clemencia y de la gracia dadas al mundo por Dios»(4).
Recemos muchas avemarías, pero hagámoslo con suma devoción, que la oración «sea salida del corazón», según el mensaje que estamos comentando, y entrelacémoslas para formar la corona de rosas que constituye el Rosario.
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1 Visitas al Santísimo Sacramento, 23.
2 Homilía, Sevilla (España), 12-6-1993.
3 Así lo expuso claramente en alguna ocasión: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad» (Juan Pablo II, 29-10-1978).
4 De dignitate psalterii, p. 4ª, c. 49; Antonino Thomas, Rosal místico, 1ª dec., c. 3.
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