MENSAJE DEL DÍA 12 DE OCTUBRE DE 1983
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hijos míos, hijos míos, os sigo trayendo la paz, hijos míos, pero vosotros seguís buscando la guerra. Haced la paz, hijos míos, que si vosotros no hacéis la paz, no tendréis paz, hijos míos. No busquéis la guerra, tampoco saquéis las armas de fuego para luchar, hijos míos; la mejor arma es la oración y el sacrificio; el arma más potente, hijos míos, es el santo Rosario; el santo Rosario es el ancla para vuestra salvación, hijos míos. Por eso os pido, hijos míos, que busquéis la paz, que el mundo está en un gran peligro, hijos míos. Pedid a mi Inmaculado Corazón, que mi Inmaculado Corazón derramará gracias para toda la Humanidad, hijos míos.
También os pido, hijos míos, que hagáis con devoción todos los primeros sábados de mes. El que haga los primeros sábados de mes, confesando sus culpas, y acercándose a la Eucaristía y rezando diariamente el santo Rosario, promete mi Corazón Inmaculado derramar gracias sobre toda la Humanidad, hijos míos, sobre todos aquéllos que hayan cumplido con lo que yo les pido, hijos míos. También les prometo asistirlos en la hora de su muerte y preservarlos del fuego del Infierno, hijos míos.
Sed humildes, hijos míos, y haced sacrificios y oración.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la conversión de los pobres pecadores.
Humildad pido, hijos míos, sin humildad no se consigue el Cielo.
Y tú, hija mía, hazte pequeña, muy pequeña, para que puedas subir luego alta, muy alta, hija mía. Vas a sufrir mucho, hija mía, tendrás muchas pruebas de toda la Humanidad, hija mía. Los hombres son crueles, hija mía, no corresponden al sacrificio y a la oración.
Mira, hija mía, cómo está mi Corazón... (Luz Amparo llora desconsoladamente). No lo toques, hija mía, no están purificadas estas almas.
Os sigo repitiendo, hijos míos: pedid por las almas consagradas, ¡las ama tanto mi Corazón, hijos míos!, y ¡qué mal me corresponden a ese amor!
Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Este nombre, hija mía, no se borrará jamás; está escrito en el Libro de la Vida.
Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Este acto de humildad, hija mía, es por las almas consagradas; no te importe humillarte, hija mía; piensa que el que se humilla será ensalzado ante el Padre, hija mía.
Besa el pie, hija mía... En recompensa a tus sufrimientos, hija mía.
Sigue ofreciéndote como víctima en reparación de todos los pecadores del mundo, hija mía.
El tiempo se aproxima, hijos míos, y los hombres no dejan de ofender a Dios. Que no ofendan a Dios, hijos míos, que la ira del Padre va a caer sobre toda la Humanidad. Por eso os pido sacrificios, ¡sacrificios y oración, hijos míos! Seguid rezando el santo Rosario, con el santo Rosario se están salvando muchas almas, hijos míos.
Hija mía, sé humilde, sé humilde y no defraudes a mi Hijo; te dará muchas pruebas, acéptalas con humildad, hija mía, y ofrécete en reparación de los pobres pecadores.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!
COMENTARIO A LOS MENSAJES
12-Octubre-1983
«...os sigo trayendo la paz, hijos míos, pero vosotros seguís buscando la guerra. Haced la paz, hijos míos, que si vosotros no hacéis la paz, no tendréis paz, hijos míos. No busquéis la guerra, tampoco saquéis las armas de fuego para luchar (...); la mejor arma es la oración y el sacrificio; el arma más potente, hijos míos, es el santo Rosario; el santo Rosario es el ancla para vuestra salvación, hijos míos. Por eso os pido, hijos míos, que busquéis la paz...» (La Virgen).
Uno de los mayores deseos de la Humanidad en toda la Historia ha sido la consecución de la paz, siendo también de las cosas más difíciles de lograr. Sólo podemos hablar de etapas de paz, intercaladas por continuas guerras, que nunca faltan en distintos lugares de la Tierra. Por eso, la clave para lograr definitivamente ese anhelado deseo, se encuentra en las palabras de la Virgen en éste y en otros mensajes.
No siempre la búsqueda de la paz es totalmente sincera ni con los medios adecuados; por ello, advierte la Virgen: «...os sigo trayendo la paz, hijos míos, pero vosotros seguís buscando la guerra»; lo que recuerda las palabras del Salmo 120 (119): «Harto ha vivido ya mi alma con los que odian la paz. Que si yo hablo de paz, ellos prefieren guerra» (vv. 6-7).
Pide María Santísima: «Haced la paz, hijos míos, que si vosotros no hacéis la paz, no tendréis paz». La paz verdadera es un don de Dios, aunque requiere trabajar de nuestra parte para recibirlo; coincidiendo con la cita del mensaje, podemos afirmar con certeza que «la paz de las armas» no se alcanzará sin «la paz de las almas»; por muchas reuniones, tratados, acuerdos, etc., que se promuevan entre las naciones; aun siendo oportunos, no resuelven el problema en su raíz.
Dice Jesús en el Evangelio: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14, 27). Y san Agustín comenta a este propósito: «Y al proseguir el Señor: “No os la doy yo como la da el mundo”, ¿qué otra cosa es esto sino no como la dan los hombres que aman al mundo? Éstos se conceden la paz a fin de gozar del mundo sin molestias; y cuando conceden la paz a los justos, de tal manera que dejan de perseguirlos; la paz no puede ser verdadera donde no hay verdadera concordia, porque sus corazones están muy separados»(1). Y explica el mismo santo en qué consiste la auténtica paz: «Porque es la paz serenidad en el entendimiento, tranquilidad de ánimo, sencillez de corazón, vínculo de amor y consorcio de caridad»(2).
«Besa el suelo, hija mía, en reparación de
todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la
conversión de los pobres pecadores.
Humildad pido, hijos míos, sin humildad no se consigue el Cielo.
Y tú, hija mía, hazte pequeña, muy pequeña, para que puedas subir luego alta, muy alta, hija mía» (La Virgen).
En varios momentos del mensaje, pide nuestra Señora humildad; besar el suelo es un modo de realizar un acto de humildad, además de ofrecerlo por la conversión de los pecadores. Con todo, no será entendido por muchos, como ocurrió en tiempos de santa Bernardita en Lourdes. El 25 de febrero de 1858, la Virgen le pidió lo mismo; al día siguiente, explicaba: «Ayer Aquero (la Virgen) me dijo que besara la tierra como penitencia por los pecadores». «¿Sabes que creen que estás loca si haces esas cosas?», le advierten. A lo que ella sólo responde: «Por los pecadores...». Así actúan las almas santas, que no andan buscando explicaciones ante las órdenes —a veces incomprensibles— del Cielo, sino que, arrastradas por el amor, obedecen sin más. Por eso, añade más abajo la Virgen en el mensaje que estamos comentando:
«Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Este acto de humildad (...) es por las almas consagradas; no te importe humillarte, hija mía; piensa que el que se humilla será ensalzado ante el Padre».
Cuánta razón tenía el P. Garrigou Lagrange, O.P., al escribir en Las tres edades de la vida interior: «La señal de la humildad es la obediencia, mientras que la soberbia nos inclina a hacer la propia voluntad y a buscar aquello que nos ensalza, y a no querer dejarnos dirigir por los demás, sino a dirigirlos a ellos. La obediencia es lo contrario de la soberbia. Mas el Unigénito del Padre, venido del Cielo para salvarnos y sanarnos de la soberbia, hízose obediente hasta la muerte en la Cruz».
Líneas más arriba, pide la Virgen a Luz Amparo:
«Escribe un nombre, hija mía, en el Libro de
la Vida... Este nombre, hija mía, no se borrará jamás; está escrito en el Libro
de la Vida».
El Libro de la Vida(3) evoca pasajes de la Sagrada Escritura donde se cita; en él están inscritos los nombres de los que han alcanzado o alcanzarán la salvación eterna; en el mismo sentido se emplea en los mensajes de Prado Nuevo. Al Libro de la Vida se alude en no pocos mensajes; en algunos, se pide a Luz Amparo que apunte en dicho libro nombres personales que Dios la señala, o que los elija ella misma y los escriba de entre los que un ángel la presenta; también se le indica que lo bese en señal de veneración, al modo que el sacerdote el Evangelio en la Misa.
(1) In Ioannem tract., 76.
(2) De verb. Dom.
serm., 59.
(3) Véase mencionado en: Ex 32, 32; Sal 56 (55),
9; 69 (68), 29; 139 (138), 16; Dn 12,
1; Flp 4, 3; Ap 3, 5; 13, 8; 17, 8; 20, 12. 15; 21, 27; 22, 19.