MENSAJE DEL DÍA 1 DE ENERO DE 1982 [1] , SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, yo traigo paz a la Tierra, quiero que haya paz en la Tierra. Quiero que os améis unos a otros; de esa manera, podéis conseguir el Reino de los Cielos. Rezad mucho por la salvación del mundo.

     Algunos sacerdotes están dañando a muchas almas. Rezad por los que no rezan y haced penitencia por los que no la hacen. Rezad por España, porque está en un gran peligro. El comunismo está metido en la Iglesia.

     Hija mía, di a mis hijos que he bajado a traer la paz. Visitad al Santísimo, que mi Hijo está muy solo esperándoos a todos. Quiero que hagan una capilla en honor a mi nombre, para hacer retiros y ejercicios espirituales.

     Hija mía, el tiempo está muy cerca. Algunos sacerdotes, obispos, arzobispos y cardenales no quieren arrepentirse, están sembrando ellos mismos la semilla de la condenación.

     Estoy contenta, hija mía, porque muchos rezan con devoción, pero hay muchas almas que no se acercan a la Eucaristía. Diles que confiesen sus culpas; que mi Hijo los está esperando con los brazos abiertos. También diles que bajará pronto y escogerá a todos sus elegidos. Diles a todos que recen por la conversión de Rusia. Rusia se está infiltrando en todo el mundo. Diles a todos que sean humildes, que pidan y acudan a mi Hijo. Rezad por los pecadores, mi Hijo está sufriendo mucho por esas almas.

     Mira, hija mía, qué espinas tengo en el Corazón; esas espinas son de los sacerdotes que no cumplen.

     Hija mía, para llegar al Cielo, tiene que ser por el camino del dolor. Vale la pena sufrir aquí en la Tierra, para recibir la recompensa en el Cielo.

     Adiós, hija mía; sé humilde.


[1] Se desconoce si existe grabación en audio de este mensaje. Cf. o. c., nº 1, p. 41.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

1-Enero-1982

En este mensaje habla la Virgen y comienza así: «Hijos míos, yo traigo paz a la Tierra, quiero que haya paz en la Tierra. Quiero que os améis unos a otros; de esa manera, podéis conseguir el Reino de los Cielos. Rezad mucho por la salvación del mundo».

Precioso don el de la paz, que nuestra Madre, la Reina de la Paz, desea para la Humanidad, pero que los hombres no la buscan conforme al plan de Dios. Ya lo había dicho Jesús: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14, 27). Es decir, que la paz verdadera, de la que aquí se habla, no es únicamente externa, sino que se trata de la paz mesiánica que viene con la Redención obrada por Cristo. Por ello, el Evangelio es "la Buena Nueva de la paz" (Hch 10, 36), y quienes portan la paz en el corazón y la comunican a los demás —los pacíficos— son llamados en las bienaventuranzas "hijos de Dios" (cf. Mt 5, 9). «La paz sea con vosotros», les dirá también el Señor a los apóstoles una vez resucitado (cf. Lc 24, 36).

San Beda, en una homilía suya, explica con claridad el auténtico sentido de este don del Cielo: «La verdadera, la única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos de amor de Dios y animados de la esperanza del Cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo (...). Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas»(1).

Esa paz tan anhelada por todos sólo se obtiene en la unión con Jesucristo, en la aceptación de la voluntad divina y en la práctica de la caridad. Acabamos de citar tres conceptos que aparecen varias veces unidos en los mensajes de Prado Nuevo, y que conforman, por decirlo así, el lema de los que tratamos de vivir el espíritu emanado de este lugar de gracias y bendiciones: AMOR, UNIÓN Y PAZ. Esta vinculación tan estrecha se refleja igualmente, por cierto, en algunas citas de san Pablo; por ejemplo, en su carta a los Efesios escribe «Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz»(2). Citemos varios mensajes donde se reúnen las tres palabras mencionadas:

Insiste más abajo en el concepto ya explicado: «Hija mía, di a mis hijos que he bajado a traer la paz», y pide una vez más la Capilla, indicando una de sus finalidades: «Quiero que hagan una capilla en honor a mi nombre, para hacer retiros y ejercicios espirituales». ¡Qué poderosa ayuda para el crecimiento espiritual son estos dos medios señalados! La Iglesia los ha recomendado con frecuencia, tanto para almas consagradas como para laicos. San Ignacio de Loyola escribió con gran inspiración el famoso libro de los "Ejercicios Espirituales", cuyas enseñanzas se vienen aplicando desde entonces con gran provecho para las almas. El mismo santo, al invitar a un sacerdote a practicar dichos ejercicios, lo hace con frases muy encarecidas, «siendo todo lo mejor que yo —dice san Ignacio— en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos»(3). De lo que han escrito sobre el tema los papas, incluido Juan Pablo II, se podrían mostrar abundantes testimonios; baste lo que expresaba León XIII en una de sus cartas: «Los cuales Ejercicios gozan de maravillosa eficacia para la enmienda de la vida, para obtener la perseverancia en el bien y para dar al alma nueva fuerza en medio de los peligros y de tantas causas de distracción como el mundo ofrece»(4). Si añadimos, a esa eficacia propia de los ejercicios y retiros, la fuerza emanada de Prado Nuevo como fuente de espiritualidad, se pueden aventurar unos excelentes resultados, cuando se puedan llevar a cabo dichas experiencias en la solicitada Capilla y su privilegiado entorno.

La Virgen refiere en los demás párrafos contenidos habituales en otros mensajes, que ya han tenido o tendrán su explicación correspondiente en otros comentarios. «Hija mía —le dice para terminar a Luz Amparo—, para llegar al Cielo, tiene que ser por el camino del dolor. Vale la pena sufrir aquí en la Tierra, para recibir la recompensa en el Cielo». ¡Cuánto ánimo se obtiene al pensar en la otra vida!, no para eludir las obligaciones de ésta temporal, sino para afrontar con entusiasmo los trabajos cotidianos. El verdadero cristiano asume con alegría y decisión lo que ha de cumplir según su vocación dentro de la Iglesia y en la sociedad en que vive. Está en el mundo pero sin pertenecer al mundo; por eso, le alienta la esperanza de alcanzar el Cielo como destino definitivo del alma creada a imagen y semejanza de Dios. En este camino de salvación es fundamental la presencia de la Virgen, nuestra Madre. «Esta maternidad de María en la economía de la gracia —tal como se expresa el Concilio Vaticano II— perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la Cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida a los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada»(5).


1 - “Hom. 12 para la Vigilia de Pentecostés”.

2 - Ef 4, 1-3. Cf. 2 Cor 13, 11; Col 3, 14-15; 2 Tim 2, 22.

3 - “Monumenta Ignatiana”, 1, 1, 111-113.

4 - “Inter. multas”, 18-12-1889.

5 - Juan Pablo II, “Dives in misericordia”, 9.


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