MENSAJE DEL DÍA 8 DE DICIEMBRE DE 1983,
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, soy la Inmaculada Concepción.
LUZ AMPARO:
¡Ay, qué guapa vienes! ¡Ay, qué guapa vienes! ¡Ay, qué guapa vienes! ¡Ay, qué hermosa, ay!...
LA VIRGEN:
Así quiero que vuestras almas estén de hermosas, hijos míos, como yo vengo. Yo derramo mi luz por todas las partes; pero no hacen caso, hija mía.
Mira mi Corazón cómo está. Ves que vengo por fuera muy hermosa; pero mi Corazón está triste y lleno de dolor, hija mía. Mira cómo está mi Corazón... No puedes quitar ni una espina, hija mía; no se ha purificado ninguna. Mira mi Corazón. Este Corazón será el que triunfe sobre toda la Humanidad.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos...
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Sacrificio, hijos míos, sacrificio y oración.
Adiós, hijos míos. Adiós.
COMENTARIO A LOS MENSAJES
8-Diciembre-1983
«Hija mía, soy la Inmaculada Concepción» (La Virgen).
Se presenta la Virgen a Luz Amparo con el
nombre de la Inmaculada Concepción, justamente en el día que la Iglesia celebra
esta solemnidad, del mismo modo que se manifestó en 1858 a santa Bernardita en
Lourdes, en su decimosexta aparición. Aquel día (25 de marzo de 1858), la
vidente le preguntó a la Señora, por cuatro veces, su identidad. Ante la
insistencia, la santísima Virgen no dejaba de sonreír, hasta que, finalmente,
elevó los ojos al cielo, juntó las manos ante el pecho y le respondió: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
No
fue fácil —más bien al contrario— para Bernadette Soubirous transmitir al párroco de Lourdes esa frase
pronunciada por la Madre de Dios; el deán Peyramale la consideró al principio errónea. Así lo narra el autor de La canción de Bernadette:
«Peyramale acerca una silla de madera y se sitúa muy cerca
de Bernadette (...).
—Bueno.
¿Qué es lo que hoy te ha dicho la Señora? —pregunta.
—Me
ha dicho: Soy l’Inmaculada Councepciou —contesta ella con visible esfuerzo de memoria.
—¿Y tú sabes lo que eso quiere decir? Yo soy la Inmaculada
Concepción...
—Oh,
no, no lo sé (...).
—Entonces
voy a decirte, mi querida pequeña, qué es lo que significa la Inmaculada
Concepción (...). Si la santísima Virgen María realmente hablara, entonces
solamente diría al referirse a Ella misma: yo soy el fruto de la Inmaculada
Concepción. Pero no puede decir: soy la Inmaculada Concepción (...). En vista
de esto, tu Señora ha cometido una falta imperdonable...»(1).
Pero
el cura de Lourdes se equivocó al censurar las palabras de la Señora, aunque
después apoyara y defendiera a la niña; en cambio, santa María Bernardita fue
instrumento del Cielo para transmitir una frase histórica en labios de María,
que ahora es utilizada en la Iglesia con toda normalidad para referirse al
dogma de la Inmaculada Concepción. Allí, en la gruta de Massabielle,
permanecen esculpidas las palabras pronunciadas por la Virgen, en el dialecto patois local, que utilizó para
comunicarse con Bernadette: «QUE SOY ERA INMACULADA
CONCEPCIOU».
¿Qué
significa, para nuestra fe, que María sea inmaculada?
El
papa Pío IX proclamó el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis, que era verdad revelada por Dios, y que todos los fieles tenían que creer
firmemente, que «la beatísima Virgen María, en el primer instante de su
concepción, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original por singular
privilegio y gracia de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo
Jesús, Salvador del género humano»(2).
¿Qué quiere decir esto?
1.
El
pecado original consiste en la carencia culpable de la gracia santificante,
debida a la caída de Adán en el primer pecado. María quedó preservada de esta
falta de gracia, de modo que comenzó a existir adornada ya con la gracia
santificante, desde el primer instante; así la llamó el arcángel san Gabriel «llena
de gracia» (Lc 1, 28).
2.
El
librarse del pecado original fue para María un don que Dios le concedió, y una
ley excepcional que sólo a Ella le fue aplicada.
3.
María
tenía necesidad de redención y fue redimida de hecho. ¿Cómo? De modo distinto a
nosotros. Como todos los demás hijos de Adán hubiera tenido que contraer el
pecado original, mas por una especial intervención de Dios fue preservada de la
mancha del mismo. Nosotros somos liberados de un pecado original ya existente; la
Madre del Salvador fue preservada antes de ser manchada por dicho pecado
original. Sirva el ejemplo: podemos salvar a un pajarillo de caer en el lodo,
rescatándolo, una vez caído, y procediendo después a limpiarlo; o bien, viendo
que va a caer, salvándolo antes de que caiga y se manche. Esto último —siguiendo
la comparación— es lo que sucedió con la Virgen: antes de ser manchada por el
pecado original, Dios la libró en atención a los méritos de la Redención de
Jesucristo; como cantamos en el famoso cántico mariano: «♫ Ella sola,
entre tantos mortales, del pecado de Adán Dios libró...».
«Así quiero que vuestras almas estén de
hermosas, hijos míos, como yo vengo. Yo derramo mi luz por todas las partes;
pero no hacen caso, hija mía.
Mira mi Corazón cómo está.
Ves que vengo por fuera muy hermosa; pero mi Corazón está triste y lleno de
dolor, hija mía...» (La Virgen).
La
Inmaculada Concepción es también la Purísima; «Tú eres toda hermosa, ¡oh Madre
del Señor!», reza un himno litúrgico. Por eso, no es extraño que Luz Amparo
exclame en otro instante del mensaje, al contemplar a María: «¡Ay, qué guapa vienes!
¡Ay, qué hermosa, ay!...».
La hermosura de la Virgen, su belleza de alma y cuerpo nos superan y
deslumbran; en una ocasión, la vidente la describía así: «Tiene ojos verdes, bastante rasgados; cejas muy bonitas, arqueadas, no
muy separadas en el entrecejo; nariz recta, algo larga; labios gruesos, algo
más el inferior (...); la boca más bien pequeña; cara alargada, pero con los
pómulos llenos; cabellera larga y hermosa, de color castaño rojizo; talle
delgado, y como de unos 170 cm. de estatura; pies muy finos...».
Tal como aparece reflejada en las dos pinturas tan populares, entre los
peregrinos de Prado Nuevo, y que realizara en los años ochenta la pintora
Elvira Soriano.
(1) Werfel, F., La canción de Bernadette (Madrid, 1995) pp. 278-280.
(2) Dz 1641.