MENSAJE DEL 8 DE ENERO DE 1.982
LUZ AMPARO:
¡Ay, ay, qué dolor!
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, ya sé que sufres como Yo sufro; pero ya te he dicho muchas veces que es preciso ayudar a los humanos, y esto tiene que ser a costa de tu sufrimiento, del mío y del de otras almas escogidas para purificar a las demás. Date cuenta de que yo di el ejemplo de salvarlos a todos; los quiero a todos mucho, no quiero que mis almas se aparten de mí; las amo tanto, y quiero que sepan que yo deseo ser su recompensa y su premio sobre todas las almas que confiesan sus culpas, que piden perdón de sus pecados, que se arrepienten con humildad. Por eso amo a mi sociedad, hija mía, por eso sufro por todos; porque yo, como te he contestado en otras ocasiones, en un segundo podría hacer arder toda la Tierra; pero estoy constantemente dándoles oportunidad de salvarse poniendo a mi Madre por mensajera, porque sé que son débiles y que caen una y otra y otra vez en el mismo pecado; por eso di mi Sangre para poderlas redimir a todas esas almas; pero lo único que pido es que pidan perdón; que mi Padre está esperándolos a todos.
¡Qué alegría si, en este año que empieza, empezasen con amor, con humildad, amándose unos a otros como yo he amado a todos! Date cuenta de que lo único que queremos es que se salven. Te voy a dar un mensaje para este año que empieza: diles que muchos de ellos van equivocados por el camino que llevan; todos aquéllos que de lo más profundo de su corazón gimen en secreto, pero que no les vale por su soberbia, porque les impide tener humildad por su miserable condición, que se detengan, que se arrepientan, que vengan a mí, que yo he venido a la Tierra para señalaros a todos... (palabra imperceptible) y la senda segura para ir al Cielo.
Diles que abracen mi cruz con amor, que sólo eso les salvará; también diles que no escuchen ninguna doctrina que sea falsa, porque todas, fuera de la mía, los llevarán al fondo del abismo; todas esas doctrinas falsas los precipitarán en una vida de amargura, de desesperación, de odio hacia los demás; también diles que esas doctrinas son satánicas y van en contra de la palabra de mi Padre Celestial. Diles que todo se lo dejé dicho en mis Santos Evangelios; que me escuchen, que les hablo por medio de mis almas humildes escogidas; por eso rechazan mis mensajes, porque no quieren admitir que yo, siendo Rey de Cielos y Tierra, pueda escoger a un alma tan humilde y tan poca cosa, pero yo lo hago para que no piensen que es falso, para que vean que esas almas no valen para confundir a los poderosos; por eso cojo a las almas más pequeñas de la Tierra.
Que se den cuenta de que siempre mi santísima Madre da los mensajes a las almas más incultas y a las almas más humildes; por eso os pido que creáis mis mensajes, los mensajes que da mi santísima y pura Madre, porque pongo por mensajera a mi santa Madre, para que los extendáis por todo el mundo.
Diles que se arrepientan, que crean en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo; que todo el que no cree en una de estas Tres Personas no cree en Dios.
Diles que tengan humildad, que honren a mi Padre y que me honren a mí, porque el que honra a mi Padre me honra a mí, porque yo bendigo a mi Padre, porque oculta sus secretos a los grandes y los descubre a los humildes, porque así lo manda Él, y yo siempre hago la voluntad de mi Padre, pues Él es el que me envió para estar entre vosotros.
Amaos los unos a los otros como yo os he amado, hasta el punto de cumplir la voluntad de mi Padre. Cumplí la voluntad de mi Padre y derramé hasta la última gota de mi Sangre por redimiros a todos del pecado.
Y ahora vas a seguir viendo otro cuadro de mi Pasión.
LUZ AMPARO:
Veo al Señor; ya no lleva la Cruz, va entre mucha gente, hay muchísima gente, va tropezando, le van empujando. Veo como una mujer sale de entre la gente, coge un paño, se lo da al Señor, que tiene la cara toda ensangrentada; el Señor se limpia toda la cara con ese paño; se ha secado toda la cara, se lo devuelve otra vez a esa señora, ella lo coge, se lo guarda.
Todos lanzan muchos gritos: "¡Vaya un Rey, cobarde! Pídele al Padre que te salve". Le insultan, le dicen palabras muy feas. Hay muchas mujeres que sacan a niños hacia donde va el Señor, el Señor les pone la mano a los niños por encima de la cabeza; a algunos de ellos los aprieta contra sí, así contra un lado; la gente se pone en medio del camino, no dejan pasar al Señor; entonces los verdugos empujan a la gente; empiezan a darle empujones otra vez al Señor. El Señor las mira a todas y les hace con la mano la señal de la cruz; entonces uno le da en la mano, en la mano con un palo.
Al Señor le vuelven a empujar y le tiran, le vuelven a dar patadas, unos por un lado, otros por otro. Los oigo que dicen unas palabras que yo no entiendo. Señor, dímelo que lo entienda, ¡ay, que yo no entiendo lo que están diciendo!
Ahora el Señor está sentado en una roca grande, una piedra. El Señor mira para arriba, al cielo, y le implora a su Padre y le dice: "¡Padre mío, Padre mío!". Luego mira a toda la gente que está allí; mira a todos con una mirada de pena. Otra vez vuelve a mirar para el cielo y le dice: "¡Ayúdame!".
Entonces se empiezan a reír de Él y le dicen: "Mírale, el de los milagros y pide ayuda; haz un milagro y te dejaremos libre". El Señor no les dice nada.
Van cuatro soldados; los mismos verdugos que le han estado dando; le tiran de la ropa, le dan unos tirones..., se le arranca la carne; tiene la espalda que le faltan pedazos.
Ahora le quitan la corona de espinas de un tirón. Le vuelven a poner otra vez una ropa de color blanco, le ponen la corona y la empujan para abajo con fuerza; le empieza otra vez a correr la sangre por toda la cara. ¡Ay, Dios mío! ¡Ay! La ropa la tiene mojada de sangre otra vez. Le han empujado otra vez, otra vez. El Señor va fatigado, no puede más; va cuesta arriba, tropezando con las piedras. Llegan arriba, al monte; allí tiene la Cruz extendida en el suelo. No es una cruz como la que vemos nosotros; tiene los palos para arriba, dos palos. Le mandan al Señor que se tienda sobre la Cruz; el Señor mira para el cielo; le caen lágrimas de los ojos, como sangre; le atan con unas cuerdas a la madera.
Ahora le clavan la mano derecha; empiezan a estirarle el brazo izquierdo, pero el palo es más largo que el brazo y no le llega a donde han hecho el agujero. Coge uno de los verdugos y se pone encima del Señor, le aprieta, le aprieta, le tiran del brazo fuertemente; el Señor se retuerce de dolores. El del lado izquierdo empieza a tirar otra vez del brazo. ¡Ay, Dios mío! Cuando le están clavando se oyen los ruidos de los martillazos, brota sangre de las manos. ¡Ay! Se retuerce el Señor de los dolores; el Señor dobla las piernas, se retuerce para un lado y para otro; le estiran otra vez las piernas con cuerdas, y le atan la cintura y aprietan. Los pies se los atan con una cuerda a la madera. Empieza de nuevo a sentir los martillazos en los pies; el Señor mira para arriba, para el cielo; toda la cara la tiene ensangrentada; el Señor está hablando y mira para el cielo y pide a su Padre que le ayude.
¡Ay, Dios mío, esto es horrible, esto es horrible! ¡Ay, Señor!
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, este tormento que tú sientes es el que siento yo todos los días por esas almas que me ofenden con tantos pecados de impurezas. ¡Y cómo profanan mi Cuerpo! Esto lo hacen diariamente; me clavan todos los días; por eso te pido, hija mía, que seas víctima de mi Pasión, porque yo acepté con resignación la última voluntad de mi Padre, que era sufrir, sufrir hasta el fin; y todo lo hice para borrar el pecado de tantos pecadores, para que todos pudiesen alcanzar mi Reino; pero no tienen corazón, son crueles, están cometiendo ofensas constantemente, agraviando nuestros Corazones, el de mi Madre purísima y el mío. Date cuenta que si me quieres dar gloria, hija mía, y quieres que se salven tantas almas, deja que haga de ti lo que quiera, y abandónate en mi amor.
Sé humilde, no contestes nunca con soberbia, contesta con humildad a cualquier humillación; sé humilde, porque con la humildad se consigue todo; date cuenta que con humildad puedes ayudar a salvar muchas almas. Ofrece todo estos días en que tanto se ofende; quiero que seas como aquel buen hombre que me ayudó a llevar la Cruz, que era un gran pecador; pero, ¡con qué amor me ayudó a llevar esa Cruz, esa Cruz de amor!
Tú me consolarás, hija mía, y los dos sufriremos con esa Cruz. Date cuenta cuánto ofende la Humanidad a nuestros Corazones; sufre, ofrece todo con amor por la salvación de esas almas, porque esas almas me crucifican de nuevo; mi Corazón es un abismo de dolor; esas almas ingratas me pisotean, me desprecian, no se dan cuenta que ellas solas se van marcando el camino de su condenación. Por eso, hija mía, tu sacrificio y el de muchas almas escogidas y la oración es la salvación de las almas y la salvación del mundo entero; no te asombres, hija mía, hay muchos pecadores, pero también hay muchas almas buenas que aman a su Creador y Redentor.
Ya sé que se pierden muchas almas, ¡qué tristeza tan grande! Pero por ello no disminuye mi amor hacia ellas; todas esas almas que me aman pueden reparar las ofensas de tantos y tantos pecadores que me están ofendiendo y consolar la amargura de este Corazón y del Corazón de mi purísima Madre, que está traspasado con esa espada de dolor.
¡Me pesa tanto la cruz!... Por eso vengo a que me ayudes y quisiera repartir esta cruz entre tantas almas escogidas. Una parte de este peso y un poquito de mi agonía en cada alma querida, hasta tal punto que mi Corazón se regocije de amor hacia todos ellos; ya que estas almas ofenden tanto, vosotros, almas escogidas, no pisoteéis a la Divina Majestad de Dios, la Sangre de su Hijo; ayudadle a descargarse esa cruz que lleva tan pesada.
Te sigo repitiendo, hija mía: sé humilde; recibe con amor todas las blasfemias, todas las calumnias.
Adiós, hija. Toma mi santa bendición.
LA VIRGEN:
Hija mía, hija mía, aquí me tienes con el Corazón traspasado de dolor por tantas almas que están ofendiendo todos estos días constantemente; están ultrajando nuestros Corazones; yo traigo un mensaje de paz y amor, pero los hombres hacen la guerra y la desunión. ¡Cuántas almas, hija mía, están buscando su propia condenación!
Yo traigo, como Madre, la paz para todos mis hijos, el amor y la humildad; pero no quieren aceptarlo, no hacen caso, hija mía. ¡Cuántas veces he pedido que hagan una capilla en mi nombre para hacer meditación, para hacer meditación sobre la Pasión de mi Hijo, que no piensan lo que pasó muriendo en la Cruz por todos ellos!
También pido que eso sirva para hacer ejercicios espirituales para preparar sus almas, porque el tiempo se aproxima y queremos que estén preparados; pero no hacen caso, hija mía.
También pide mucho por tu padre espiritual. Está hecho un mar de confusiones y el enemigo no sabe por dónde meterse; pide mucho. Pero no mezcléis políticas en mis rosarios, que la política no sirve nada más que para odios, para destrucción del mundo.
Pedid paz para todas las naciones. Diles a todos, hija mía, que ayuden a salvar muchas almas, que muchas están esperando que alguien les lleve un mensaje de su Madre; por ignorancia se condenan, por no haber tenido quien les hable. Sí, hija mía, tú no sabes cuánto dolor sentimos por esas almas que están condenadas y que no quieren salvarse.
Adiós, hija mía; ten humildad, recibe con amor el peso de la cruz que mi Hijo te manda. Adiós.
Yo os traigo la paz; pedid por la paz del mundo, pues el mundo está al borde de la desesperación. Pedid por Rusia; Rusia es el azote de toda la Humanidad; pedid que se convierta, rezad el santo Rosario con mucha devoción, porque por él se están salvando muchas almas.
Adiós, hija.
COMENTARIO A LOS MENSAJES
8-Enero-1982
Ofrecemos algunos fragmentos de este mensaje con su correspondiente comentario. Interviene primero el Señor:
«Estoy constantemente dándoles oportunidad de salvarse poniendo a mi Madre por mensajera, porque sé que son débiles y que caen una y otra y otra vez en el mismo pecado».
El papel de la Virgen en los tiempos actuales es fundamental; siempre lo ha sido, aunque en la etapa primera de la Iglesia la función de María se realizase de forma más oculta. Lo expone con sabiduría y acierto san Luis María Grignion de Montfort: «La salvación del mundo comenzó por medio de María, y por medio de Ella debe alcanzar su plenitud. María casi no se manifestó en la primera venida de Jesucristo, a fin de que los hombres, poco instruidos e iluminados acerca de la persona de su Hijo, no se alejaran de la verdad aficionándose demasiado fuerte e imperfectamente a la Madre, como habría ocurrido seguramente si Ella hubiera sido conocida a causa de los admirables encantos que el Altísimo le había concedido aun en su exterior». Y lo confirma el santo con un llamativo ejemplo: «Tan cierto es esto, que san Dionisio Areopagita escribe que, cuando la vio, la hubiera tomado por una divinidad, a causa de sus secretos encantos e incomparable belleza, si la fe –en la que se hallaba bien cimentado– no le hubiera enseñado lo contrario.
Pero en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido. Pues ya no valen los motivos que movieron al Espíritu Santo a ocultar a su Esposa durante su vida y manifestarla solo parcialmente aún desde que se predica el Evangelio» (1).
<Amaos los unos a los otros como yo os he amado, hasta el punto de cumplir la voluntad de mí Padre. Cumplí la voluntad de mi Padre y derramé hasta la última gota de mi Sangre por redimiros a todos del pecado» (El Señor). Y a continuación le muestra a la vidente un cuadro de su Pasión...
Antes de presentar estas escenas, que Luz Amparo va describiendo, no podemos dejar de referirnos, por su actualidad, a la película "La Pasión" recién estrenada. Aunque como obra humana es perfectible, no dudamos en calificarla de excelente y recomendable. Así, el prefecto de la Congregación para el Clero, Card. Darío Castrillón, afirmó: «Es una película que lleva al espectador hacia la oración y la reflexión, hacia una contemplación sincera y sentida (...). Ver esta película provoca amor y compasión. Hace que el espectador busque amar más, quiera ser fuerte y bueno sin importar nada, igual que hizo Cristo frente a su terrible sufrimiento (...). Todos los sacerdotes del mundo deberían ver "La Pasión". Es un triunfo del arte y de la fe». Por su parte, Juan Orellana, director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal Española, considera el film «cinematográfica y cristianamente impresionante». Otra opinión valiosa es la del presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, John P. Foley, quien señaló: «La cinta será un momento de "auténtica meditación" para quien la vea». Y el director mismo, Mel Gibson, ha expuesto su intención al realizar esta obra cinematográfica con las siguientes palabras: «Quería expresar la magnitud del sacrificio, al mismo tiempo que su horror. Pero también quería una película que tuviera momentos de verdadero lirismo y belleza, y un permanente sentimiento de amor, porque, a fin de cuentas, es una historia de fe, esperanza y amor. En mi opinión, ésta es la historia más grande que podamos contar».
Nos hemos permitido entrar en un ámbito no habitual para los comentarios a los mensajes, debido a que la citada película aborda un tema fundamental en la espiritualidad de Prado Nuevo. De esta forma lo manifestó la Virgen desde el principio: «Soy la Virgen Dolorosa. Quiero que se construya en este lugar una capilla en honor a mi nombre. Que se venga a meditar de cualquier parte del mundo la Pasión de mi Hijo, que está completamente olvidada» (14-junio-1981). Estimamos, por ello, que la obra del director australiano contribuirá, sin duda, a hacer realidad este deseo de la Virgen, quien, por cierto, desempeña un papel decisivo en la película.
Transcribamos, pues, algunas de las escenas contempladas por Luz Amparo; recordarán imágenes del film a quienes hayan asistido ya a su proyección:
«Veo cómo una mujer sale de entre la gente, coge un paño, se lo da al Señor, que tiene la cara toda ensangrentada; el Señor se limpia toda la cara con ese paño; se ha secado toda la cara, se lo devuelve otra vez a esa señora (...).
El Señor va fatigado, no puede más; va cuesta arriba, tropezando con las piedras. Llegan arriba, al monte; allí tiene la Cruz extendida en el suelo (...).
Ahora le clavan la mano derecha; empiezan a estirarle el brazo izquierdo, pero el palo es más largo que el brazo y no le llega a donde han hecho el agujero (...), le tiran del brazo fuertemente; el Señor se retuerce de dolores (...). ¡Ay, Dios mío! Cuando le están clavando se oyen los ruidos de los martillazos, brota sangre de las manos. ¡Ay! Se retuerce el Señor de los dolores (...). Los pies se los atan con una cuerda a la madera. Empieza de nuevo a sentir los martillazos en los pies; el Señor mira para arriba, para el cielo; toda la cara la tiene ensangrentada; el Jeñor está hablando y mira para el cielo y pide a su Padre que le ayude».
A continuación, le explica el Señor a Luz Amparo el sentido de esas imágenes:«Sí, hija mía, este tormento que tú sientes es el que siento yo todos los días por esas almas que me ofenden con tantos pecados de impurezas. ¡Y cómo profanan mi Cuerpo! Esto lo hacen diariamente; me clavan todos los días; por eso te pido, hija mía, que seas víctima de mi Pasión, porque yo acepté con resignación la última voluntad de mi Padre, que era sufrir, sufrir hasta el fin; y todo lo hice para borrar el pecado de tantos pecadores, para que todos pudiesen alcanzar mi Reino».
Y le ofrece el papel de cirineo, para compartir con ella la carga de la Cruz:
«Quiero que seas como aquel buen hombre que me ayudó a llevar la Cruz, que era un gran pecador; pero, ¡con qué amor me ayudó a llevar esa Cruz, esa Cruz de amor!».
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1 "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen", 49.
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