MENSAJE DEL DÍA 5 DE FEBRERO DE 1982 EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LUZ AMPARO:
¡Ay, ay, ay, qué dolores! ¡Ay, ay, ay, qué dolores! ¡Ay, ay, ay, ay, qué dolores! ¡Ay, ay, ay, ay!
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, como siempre, son muy horribles estos dolores. Todo por la salvación de las almas, y las almas qué poco responden a estos dolores. Es preciso sufrir, sufrir para el bien de la Humanidad; aunque la Humanidad está vacía, hija mía. La Humanidad está llena de basura. Vas a seguir viendo otro cuadro de mi Pasión.
LUZ AMPARO:
Jesús está en la Cruz retorciéndose. Hay muchos soldados montados a caballo; uno de ellos lleva un papel, lo extiende y toca una trompeta, para que se callen y escuchen; la gente se calla y el hombre se lo lee. El papel dice: "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos". Y dice: "Este cartel será puesto sobre la Cruz del Nazareno".
Empiezan a gritar todos. ¡Qué gritos! Están diciendo: "Nosotros no tenemos más rey que el emperador de Roma. No pongas ese cartel". Todos gritan; están gritando. ¡Cuánto grita la gente! Y dicen: "Pilato, nosotros no queremos ese Rey. Ése no es Rey de los judíos; escribe esto: «Este hombre ha blasfemado diciendo que es Rey de los judíos». Pon en ese cartel que Él ha dicho que es el Rey de los judíos". Pilato les está diciendo, muy enfadado: "Lo escrito, escrito está".
Hay muchos soldados con espadas. Hay dos hombres entre Jesús. Van a crucificarlos con Jesús; están atados. La gente mira a Jesús; le hacen burla, le hacen burla, le sacan la lengua, le escupen, se ríen de Él. Él los mira, no puede abrir los ojos; inclina la cabeza para abajo; se está muriendo. ¡Dios mío, se está muriendo! ¡Qué dolores siento más horribles! ¡Ay, qué dolores! Todo el cuerpo.
Otra vez el Señor ha levantado la cabeza. Le están insultando unos que llevan unas túnicas blancas y verdes hasta la rodilla; se ríen, se están riendo y le dicen: "Mira el milagroso; el que cura a los enfermos; el que destruye el Templo y lo construye en tres días. Bájate de la Cruz. Sálvate. Farsante". Le están diciendo hipócrita. Le miran otra vez. Se están riendo: "Mirad, vuestro Salvador y no se salva Él. Vaya un Rey de Israel. Sálvate, sálvate Tú y creeremos. Y si no, que te salve tu Padre, que es tan poderoso y tanto te quiere". "¡Hipócrita, farsante!", le están diciendo. Los dos que han crucificado con Él le están insultando también y le están diciendo: "¿Por qué no te salvas y nos salvas a nosotros también? ¿No dicen que eres Cristo? Pues sálvate. No nos salvas porque eres un malhechor".
El Señor mira al cielo y dice: "Padre mío, Padre mío, no los condenes; perdónalos, no saben lo que están haciendo". Uno de los dos que están crucificados le dice al Señor: "Tú eres el verdadero Hijo de Dios, Jesús Nazareno. Acuérdate de mí cuando estés delante de tu Padre. Te pido perdón por todos mis pecados".
El Señor le dice..., le mira con la cara muy triste, no puede abrir los ojos. No entiendo lo que le dice; le está mirando. Le mira otra vez y le dice: "Tus pecados te son perdonados; hoy vendrás conmigo al Paraíso".
¡Ay, el Señor cómo está, Dios mío! ¡Ay, cómo está, ay! ¡Ay, cómo sufre, Dios mío! ¡Cómo se retuerce! ¡Ay, qué cara más morada tiene! ¡Ay, Dios mío!
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, sufrimos mucho por la salvación de todas las almas; hay muchas almas ingratas, pero también hay almas buenas que se arrepienten de sus culpas, que piden perdón a su Padre misericordioso. Y que su Padre misericordioso los está esperando a todos para darles su herencia, que son las moradas celestiales. Ésa es la mejor herencia. Esa herencia es para toda la eternidad. Por eso te repito que vale la pena este sufrimiento. Date cuenta, hija mía, que no eres tú la que me has elegido; he sido yo el que te ha elegido; por eso el fruto que des tiene que ser bueno, si tú aceptas todos tus sufrimientos con humildad y con amor. Aunque te persigan, aunque te calumnien, recíbelo con humildad. Tú piensa que tú no eres más que yo, y a mí me lo hicieron. Me persiguieron, me calumniaban, ¿qué no van a hacer contigo, hija mía? Todo eso lo harán contigo por causa de mi Nombre. Date cuenta de esto, de estas palabras, hija mía: "Dichosos a los que calumnien por mi causa, porque su recompensa será eterna en el Cielo". Mira, hija mía, hay muchas almas que están consagradas que creen que esto es obra de Satanás. No lo creas, hija mía; Satanás destruye, no construye. Sigue pidiendo por los sacerdotes y por las almas consagradas. Muchos de ellos están sembrando su propia condenación.
Los sacerdotes que, por su vida de placeres, por su poco amor a Dios... —celebran los santos misterios para amarme—, me están crucificando diariamente por su falta de amor a los demás, por sus impurezas y por su impiedad. Dios va a castigar sin piedad a todos ellos, a todos éstos que no cumplen; porque ellos creen que están haciendo culto a Dios y lo que hacen es culto al diablo. También pide por mi amado hijo, el Vicario de mi santa Iglesia, está en un gran peligro; va a sufrir mucho. También te digo, hija mía, que va a haber grandes castigos sobre los humanos; habrá grandes terremotos.
Y aquellos falsos ministros de Cristo que no cumplan y que no cumplen con las doctrinas, que mezclan políticas y doctrinas falsas, no serán llamados hijos de Dios. Para mí mis verdaderos hijos son mis verdaderos imitadores de mi santa Iglesia, tienen que sentirse almas de Dios y tener las virtudes que me son más queridas. Esas virtudes son: la humildad y el amor a los demás. Estoy dando avisos, pero esas almas que se creen predilectas de Dios no los admiten. Estos avisos son para los verdaderos imitadores de mi Iglesia Católica Apostólica. También llamo a todos los que han vivido en mi pobreza, en la humildad. Llamo a los que han sido humillados, calumniados por mi causa. A los que os calumnian y a los que os humillan, no tengáis miedo, estoy con vosotros, y estando con vosotros, ¿a quién podéis tener miedo? Tenéis que ser fuertes y pensad que tenéis que presentaros con las manos llenas ante el Padre Celestial. Procurad, cuando ese día llegue, haber hecho buenas obras; que esas buenas obras están escritas. No tengas miedo, pues yo estoy con todas las almas de buena voluntad y, estando yo, nada temas.
Hay que pedir por esas almas destructoras, impregnadas del mal, destructoras de almas puras e inocentes. Vamos a pedir a su Divina Majestad por esas almas consagradas que se precipitan en el pecado, ¡pobres almas, qué pena me dan! Vamos a reparar tantas ofensas. Cógete tu cruz, carga con ella, y ofrece esos dolores por todas esas almas; están tan necesitadas... Sigue haciendo oración, hija mía; no te abandones. Pide consejo a tu padre espiritual. Rezad el santo Rosario. Sé humilde. Lleva esta cruz con humildad, con amor. Sigue pidiendo por todos; diles que sigan haciendo apostolado, que me agrada mucho.
Adiós, hija mía. Te echo mi santa bendición.
LUZ AMPARO:
¡Ay, ay, ay..., Dios mío! ¡Ay, qué angustia! ¡Ay, Dios mío!
BENDICIÓN DEL DÍA 3 DE JULIO DE 2004, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Levantad todos los objetos. Todos serán bendecidos para la unidad de las familias.
Os bendigo, como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
COMENTARIO A LOS MENSAJES
5-Febrero-1982
Al poco de iniciar el mensaje, el Señor muestra a Luz Amparo un cuadro de la Pasión, en el que se mezclan imágenes del Calvario ya reflejadas en los Evangelios y otras no conocidas. Insultos, blasfemias, burlas..., el dolor de Cristo —más moral que físico—, sus palabras en la Cruz, el amor inmenso manifestado a los hombres...
Vuelve a insistirle en el gran valor del sufrimiento, sus causas y sus frutos: «Sí, hija mía, sufrimos mucho por la salvación de todas las almas; hay muchas almas ingratas, pero también hay almas buenas que se arrepienten de sus culpas, que piden perdón a su Padre misericordioso. Y que su Padre misericordioso los está esperando a todos para darles su herencia, que son las moradas celestiales. Ésa es la mejor herencia. Esa herencia es para toda la eternidad. Por eso te repito que vale la pena este sufrimiento».
Le recuerda que no es mayor el discípulo que el maestro (cf. Mt 10, 24; Lc 6, 40): «Tú piensa que tú no eres más que yo, y a mí me lo hicieron. Me persiguieron, me calumniaban, ¿qué no van a hacer contigo, hija mía? Todo eso lo harán contigo por causa de mi Nombre». Y le transmite una bienaventuranza: «Dichosos a los que calumnien por mi causa, porque su recompensa será eterna en el Cielo».
No falta la mención a las almas consagradas —tan amadas de los Sagrados Corazones—, con palabras especiales para los sacerdotes, expresando el profundo dolor que le producen los que se desvian del camino recto del Evangelio. Es necesario señalar, por ello, la altísima responsabilidad de todo sacerdote, derivada de su misma vocación y de los compromisos adquiridos al recibir el sacramento del Orden; de ahí que su infidelidad hiera tanto el Corazón de Cristo y tenga consecuencias fatales para el alma sacerdotal. Es aplicable aquí el famoso adagio: "Corruptio optimi pessima" (la corrupción de lo mejor es la peor), pues quien está llamado a vivir vocación tan excelente, si la desvirtúa con una vida desordenada, traiciona su misma esencia. Por eso, ¡cuántas veces se han lamentado Jesús y María en Prado Nuevo por sus sacerdotes! «¡Ay, sacerdotes tan amados de mi Corazón y del de mi Hijo —exclamaba una vez la Virgen con amor y dolor—, tened compasión de estos pobres Corazones que tanto os aman, y que vosotros, muchos de ellos, pagáis con ingratitudes y con desamor!» (7-10-1995).
El mismo Señor, en el mensaje que estamos comentando, declara cómo le gustaría que fuesen sus ministros: «Para mí mis verdaderos hijos son mis verdaderos imitadores de mi santa Iglesia, tienen que sentirse almas de Dios y tener las virtudes que me son más queridas. Esas virtudes son: la humildad y el amor a los demás». Y en otro mensaje posterior —por citar un ejemplo más— comunica a Luz Amparo: «¡Ay, sacerdotes de Cristo, volved vuestra mirada a la Divina Majestad de Dios, que Él volverá la gracia a vuestro espíritu para que trabajéis en su rebaño! Hay mucho trabajo y pocos operarios (...). El sacerdote... Sí, mira, hija mía, el día que el sacerdote se entrega a Dios, lo reviste de su gracia en un esplendor divino; míralo, hija mía...» (6-4-1996).
Hace un llamamiento general a las almas, invitándolas a la confianza en Dios, no temiendo a nadie, y a que ofrezcan obras que sean agradables al Señor: «Llamo a los que han sido humillados, calumniados por mi causa. A los que os calumnian y a los que os humillan, no tengáis miedo, estoy con vosotros, y estando con vosotros, ¿a quién podéis tener miedo? Tenéis que ser fuertes y pensad que tenéis que presentaros con las manos llenas ante el Padre Celestial. Procurad, cuando ese día llegue, haber hecho buenas obras; que esas buenas obras están escritas».
Sobre lo primero, anota el libro del Eclesiástico: «En el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el honor de la humillación» (Si 2, 5). Citemos, además, las palabras de Jesús en el Evangelio: «El que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Mt 23, 12). Por su parte, la enseñanza de san Pedro en su primera carta es clara: «Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros» (1 Pe 5, 5-7). Esta última recomendación, que invita a la confianza en Dios va en la misma línea del mensaje, cuando pide el Señor que desterremos el miedo y nos fiemos de Él: «Estoy con vosotros, y estando con vosotros, ¿a quién podéis tener miedo?». Cristo anuncia a sus apóstoles que irán a ambientes nada favorables: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt 10, 16). La fe en la Providencia no se basa en las condiciones a favor o en contra que se presenten, sino en la certeza de que Dios está con nosotros y no nos abandona. San Juan Clímaco afirmaba que si tenemos temor de Dios, todos los demás temores desaparecerán.
Acerca de la importancia de las obras unidas a la fe nos enseña la epístola de Santiago: «¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: "Tengo fe", si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? (...). Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al contrario, alguno podrá decir: "¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe" (...). ¿Quieres saber tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? Abraham nuestro padre ¿no alcanzó la justificación por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó su perfección? (...). Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente» (St 2, 14. 17-18. 20-22. 24). Vienen al caso las palabras de san Juan Crisóstomo: «Ni siquiera sería necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano, si nos comportáramos como verdaderos cristianos»(1). «Obras son amores, que no buenas razones», dice el conocido refrán. Obremos el bien; seamos difusores del Sumo Bien, siendo bondadosos con los demás; no faltarán ocasiones para "medir" el amor que hay en nuestro corazón; ojalá que el grado de caridad aumente cada día un poco más.
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(1) Hom. 10 sobre la 1ª Epíst. a Timoteo.
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