"Yo prometo a todo el que rece el Santo Rosario diariamente y comulgue los primeros sábados de mes,
asistirle en la hora de la muerte.
"
(El Escorial. Stma. Virgen, 5-03-82)

"Todos los que acudís a este lugar, hijos míos, recibiréis gracias muy especiales en la vida y en la muerte."
(El Escorial. El Señor, 1-1-2000)


MENSAJE DEL DÍA 4 DE JUNIO DE 1983, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

       (Es la primera ocasión en que Luz Amparo acude al rezo del Rosario tras su convalecencia por la paliza y vejaciones a que fue sometida el 26 de mayo de este mismo año).

 

       LA VIRGEN:

       Hija mía, hija mía, el Reinado de mi Hijo está próximo, hija mía. La prueba ha sido larga y dura, hija mía, pero piensa que Dios Padre te ha escogido como instrumento para la salvación de las almas. No creas, hija mía, que Dios Padre es tirano, hija mía; es todo misericordia y amor, pero ha querido pulir tu cuerpo para darte la llave de la morada que te corresponde y, al mismo tiempo, hija mía, ha querido que seas víctima para la salvación de los hombres.

       Sí, hija mía, te has ofrecido como crucifijo en reparación de todos los pecadores, pero piensa también, hija mía, que Dios Padre ha permitido esta prueba, para que participes de toda la Pasión de mi Hijo.

       Sí, es triste, hija mía, pero pide por tus enemigos, pide por esas almas; están apagadas, hija mía, y el demonio se vale de ellos para destruir las cosas de Dios. Tú, hija mía, piensa que te ha escogido mi Hijo, y que no va a pasar más que lo que Él quiera, hija mía. También te digo, hija mía, que Dios Padre te recompensará ciento por uno, hija mía.

       Mira, hija mía, los hombres no cambian y la misericordia de Dios se está acabando. Sí, tienes que ofrecerte y coger la cruz para la salvación de los pobres pecadores, hija mía. Mira, cada día, los humanos me hacen sufrir más, hija mía. Mira mi Corazón, mira, está transido de dolor por todos mis hijos, por mis almas consagradas, ¡me dan tanta pena, hija mía! Tú ayuda a salvar almas; mi Hijo te ha dado gancho para salvar almas; por eso el enemigo te quiere destruir, hija mía.

       Sed fuertes; seguid adelante con la cruz. ¿De qué le vale al hombre tener todas las riquezas del mundo, si luego va a perder su alma, hija mía? Sé como el Cirineo, ayuda a mi Hijo a llevar esa cruz.

       Mira, mira, hija mía, cómo sangra mi Corazón... (Luz Amparo llora desconsoladamente ante esta visión). Este dolor me lo causan los pecadores, hija mía. Sólo quita una espina... No toques más, no toques más, hija mía, están todas sin purificar. Parte de ellas son mis almas consagradas.

       Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Este acto de humildad, hija mía, sirve en reparación por todos los pecados de los hombres. Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos. El Reinado de Cristo se aproxima. Ayudad a mi Hijo a llevar la Cruz, hijos míos. Todos aquéllos que no os hayáis acercado al sacramento de la Confesión y después al de la Eucaristía, hacedlo hoy mismo, que puede llegar la muerte como el ladrón, sin avisar, en cualquier momento, hijos míos. Pensad en que tenéis un alma, no penséis en los milagros del cuerpo, lo más importante son los milagros del alma, hijos míos.

       No os riáis, ¡cuántos en este momento os estáis burlando de mis mensajes! ¡Pobres almas!, ¡me dan tanta pena, hija mía!

       Sacrificios, sacrificios y oración para llegar al Cielo es necesario, hijos míos. Haced sacrificios por los pecadores. ¡Tantas almas se condenan porque nadie, nadie ha pedido por ellos, hijos míos!

       Sed humildes, hijos míos, la humildad es la base principal para llegar al Cielo.

       También no penséis que busca mi Hijo a todos los justos; busca a los pecadores y se vale de ellos para convertir a las almas, hija mía; se vale de almas pequeñas e incultas para confundir a los grandes y poderosos.

       Tú, hija mía, sigue con la cruz, sigue a mi Hijo, no te acobardes; piensa que si te ha escogido mi Hijo, no va a pasar más de lo que Él permita, hija mía.

       Escribe otro nombre en el Libro de la Vida; también este nombre escógelo tú, hija mía... ¿Ves, hija mía, cómo Dios Padre da la recompensa al sufrimiento?

       Sí, hijos míos, haced sacrificios, pedid por las almas consagradas, ¡las amo tanto!, y qué mal me corresponden.

       Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

       Adiós, hijos míos. Adiós.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

4-Junio-1983

     «Hija mía, hija mía, el Reinado de mi Hijo está próximo, hija mía. La prueba ha sido larga y dura, hija mía, pero piensa que Dios Padre te ha escogido como instrumento para la salvación de las almas. (...) ha querido pulir tu cuerpo para darte la llave de la morada que te corresponde y, al mismo tiempo, hija mía, ha querido que seas víctima para la salvación de los hombres» (La Virgen).

     Es la primera ocasión en que Luz Amparo acude al rezo del Rosario, tras su convalecencia por la paliza y vejaciones a que fue sometida el 26 de mayo de este mismo año de 1983. Transcribimos la narración de los hechos que el periodista Isidro Juan Palacios realizó en su momento:

     «...la mañana del 26 de mayo de 1983, hallándose sola rezando ante el árbol y la pequeña estampa de la Virgen que los devotos habían puesto en él, un día antes agraviada por unos desconocidos, recibe una cruel agresión por parte de tres encapuchados: dos hombres y una mujer. La desnudan, la arrastran por el suelo, llenan su boca con una piedra para que no grite... “Te vamos a ahorcar en un árbol a ver si la Virgen viene a salvarte” —le dicen. “Tienes que negar que todo esto es falso” [1] . “¿Cómo voy a decir que es falso siendo verdad?” —les había respondido al principio. Amparo es hospitalizada y tiene que guardar cama (...) para recuperarse y curar las heridas» [2] . Luz Amparo ha dado testimonio de que, al recobrar la consciencia, lo primero que experimentó fue una intensa alegría por no haber negado al Señor.

     Años más tarde (26-5-1997) se firmaría ¡coincidentemente! la compra de Prado Nuevo, que Luz Amparo habría «pagado» con su sangre catorce años antes. Se lograba así algo muy importante: disponer del terreno donde la Madre de Dios había posado sus plantas virginales, para llevar a efecto sus deseos, como recordaba, por ejemplo, en el mensaje de 5 de septiembre de 1992: «Quiero que se haga la Capilla y quiero que se funde una casa de amor y misericordia».

     Debido a que Luz Amparo acaba de salir de su convalecencia, por las vejaciones sufridas el reciente 26 de mayo, le dice la Virgen en el mensaje: «La prueba ha sido larga y dura, hija mía, pero piensa que Dios Padre te ha escogido como instrumento para la salvación de las almas».

     Le recuerda, a continuación, que el crisol del dolor, aceptado con paciencia cristiana, nos proporciona la llave para entrar en una morada en el Cielo. Esta idea está en plena sintonía con el Evangelio y la experiencia de los santos, que hubieron de pasar muchos sufrimientos para alcanzar la santidad; lo confirma el libro de los Hechos de los Apóstoles al asegurar: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios» (Hch 14, 22).

     Al principio del mensaje, se encuentra una afirmación que conviene aclarar, aunque ya en alguna ocasión hablamos sobre esa idea: «...el Reinado de mi Hijo está próximo», indica la Virgen.

            Este tipo de declaraciones hay que entenderlas rectamente, pues esa proximidad o cercanía es propia del tiempo de Dios, cuyas medidas son distintas de las nuestras. Es iluminadora al respecto la doctrina de la Segunda Carta de San Pedro:

     «Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: “¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la creación”. Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del Diluvio, y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego (...).

     Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (2 P 3, 3-9).

     Y en el Catecismo de la Iglesia Católica se dice: «Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad» (n. 600). «Mi tiempo no es el tiempo de la Tierra», aclarará el Señor en el mensaje de 2 de diciembre de 2000.

     En el Apocalipsis se anuncia más de una vez que «el Tiempo está cerca» (Ap 1, 3; 22, 10) y que el regreso del Señor es inminente: «Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo» (Ap 22, 12; cf. Ap 22, 20). La visión profética yuxtapone hechos próximos y remotos, y los une estrechamente entre sí en una perspectiva acortada, de modo que los más lejanos parecen cercanos; se olvida el tiempo que trascurre entre ellos. De esta manera, pues, hay que leer los mensajes cuando hacen anuncios semejantes al mensaje que estamos comentando. Al fin y al cabo, nos encontramos ante los misterios de Dios.

     A la vez que pide acercarse a la Confesión y a la Comunión, y recuerda una cita del Evangelio, añade la Virgen en la misma línea doctrinal: «El Reinado de Cristo se aproxima. Ayudad a mi Hijo a llevar la Cruz, hijos míos. Todos aquéllos que no os hayáis acercado al sacramento de la Confesión y después al de la Eucaristía, hacedlo hoy mismo, que puede llegar la muerte como el ladrón, sin avisar, en cualquier momento [3] , hijos míos».


[1] Así, como reza en el original de donde fue tomada la frase, aunque el sentido, por parte de quienes la estaban intimando con violencia, fuera: «Tienes que decir que todo esto es falso».

[2] La Virgen de El Escorial más cerca de su triunfo (Madrid, 1997) pp. 11-12.

[3] Cf. Mt 24, 43-44.