MENSAJE DEL DÍA 2 DE ABRIL DE 1983, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

     LA VIRGEN:

     Ya estoy aquí, hijos míos, para seguiros dando avisos para toda la Humanidad. Los humanos, hija mía, no dejan de ofender a Dios; que no ofendan más a Dios, que ya le han ofendido bastante. La ira de Dios Padre está próxima, hija mía; todos aquéllos que no han cumplido con las Tablas de Dios Padre, que lo hagan, que no lo dejen, que vayan al sacramento de la Confesión; muchos de los aquí presentes no lo han hecho todavía, hija mía. Que se acerquen a la Eucaristía, que mi Hijo está triste y muy solo.

     Mira, hija mía, cómo han dejado a mi Hijo los pecados de los hombres. (Luz Amparo llora amargamente durante unos instantes). Dios Padre, hija mía, de un momento a otro, va a hacer rasgarse el firmamento y aparecer sobre nubes millares de ejércitos de ángeles que enrojecerán la Tierra con sangre y fuego. Sí, hija mía, yo estaré allí entre ellos para coger los escogidos; es más, estaré como Madre de misericordia, pero mi Corazón rasgado de dolor de ver que muchos hijos están sellados con el escudo del enemigo, con el 666.

     Hijos míos, todavía os queda tiempo para arrepentiros. Grita, hija mía, grita que las almas consagradas, muchos de ellos, han traicionado a mi Hijo y se han introducido en el mundo de placeres y de vicios, y se han ligado a las cosas terrenas. Pedid por ellos, hijos míos; muchas almas se están salvando con vuestras oraciones. Arrimaos a la Eucaristía, hijos míos. Haced oración y haced sacrificios. Seguid rezando el santo Rosario, hijos míos. Ofrecedlo por todos mis hijos, por los pobres pecadores —¡qué pena me dan!—. ¡Cuántos, hija mía, viven en el pecado sin querer hacer caso de mis avisos! Faltan segundos, hija mía, para que la ira de Dios Padre caiga sobre toda la Humanidad. Seguid rezando, hijos míos, seguid rezando el santo Rosario.

     Tú, hija mía, besa el suelo; ofrécelo en reparación de todos los pecadores. Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas. Déjate humillar, hija mía, refúgiate sobre nuestros Corazones. Pedid, hijos míos, pedid gracias, que vuestra Madre os las concederá. También, hijos míos, os pido que os refugiéis sobre mi Corazón. Mi Corazón Inmaculado triunfará.

     Mira mi Corazón, hija mía, mira cómo está cercado de espinas por las almas ingratas. Quita tres, hija mía... No quites más, hija mía, no quites más, siguen sin purificar. Entre éstos, hija mía, hay algunos de tus hijos...; no las toques, hija mía..., no toques más.

     Bebe, hija mía, unas gotas del cáliz del dolor... Está muy amargo, hija mía; esta amargura siente mi Corazón diariamente por todos mis hijos. Creen que nuestros Corazones no sufren. Para nosotros, hija mía, no existe el pasado ni el futuro, sólo existe el presente, hija mía.

     Escribe otro nombre, hija mía, en el Libro de la Vida... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida, hija mía. Se están salvando muchas almas. Id por todas las partes del mundo, hijos míos, publicando el Evangelio. Llevad la luz del Evangelio por todas las partes; no os avergoncéis. El que se avergüence ante los hombres, mis ángeles le negarán ante mi Padre. Seguid adelante, no seáis cobardes; no seáis herodes, sed cirineos, hijos míos, y ayudad a mi Hijo a llevar la Cruz. Todo el que siga la Cruz de mi Hijo, tendrá una recompensa, hijos míos.

     Yo os bendigo a todos en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo.

     Tú, hija mía, sé humilde; la humildad es la base para llegar al Cielo. Sed fuertes, hijos míos, no os acobardéis. Arrimaos a la Eucaristía, pero antes arrimaos al sacramento de la Confesión. No ofendáis más a mi Hijo. No seáis ingratos, hijos míos.

     Adiós.


COMENTARIO A LOS MENSAJES

2-Abril-1983

«...todos aquéllos que no han cumplido con las Tablas de Dios Padre, que lo hagan, que no lo dejen, que vayan al sacramento de la Confesión; muchos de los aquí presentes no lo han hecho todavía, hija mía. Que se acerquen a la Eucaristía, que mí Hijo está triste y muy solo» (La Virgen).

Al hablar de las «Tablas de Dios Padre» se está refiriendo a los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, conforme se encuentra en el libro del Éxodo: «Dijo Yahveh a Moisés: "Sube hasta mí, al monte; quédate allí, y te daré las tablas de piedra —la ley y los mandamientos— que tengo escritos para su instrucción"» (Ex 24, 12).

Para alcanzar la Gloria hay que cumplir los Diez Mandamientos, sin excluir ninguno. San Juan Bosco tenía fama de hacer profecías, lo cual era un don otorgado por Dios a este santo a favor de su ministerio sacerdotal. Un día acudieron a él unos que le preguntaron interesadamente, y confundiendo el verdadero sentido de dicho don, cuáles serían los números premiados en la lotería. Él respondió: «Tomad estos tres números: el 10, el 5 y el 14. La suerte es segurísima». Cuando los consultantes satisfechos se despedían del santo, éste les añadió lo que no esperaban: «Voy a explicaros mi adivinación: el número 10 son los mandamientos de la Ley de Dios; el 5, los de la Iglesia; y el 14, las obras de misericordia. Jugad siempre estos números y seréis afortunados en esta vida y en la otra». ¡Qué alegría proporciona al corazón la fidelidad a los mandamientos! ¡Qué garantía de cara a la vida eterna! Decía el Señor en el mensaje de 6 de febrero de 1993: «Y vosotros, hijos míos: ¡ay, cuando os presentéis ante Dios por no haber cumplido las leyes! "¿Quién se salvará?", me preguntaban, y yo respondía: "El que guarde los mandamientos". El que no guarde los mandamientos no entrará en el Reino de los Cielos».

Es frecuente escuchar, sobre todo en personas que habitualmente no practican, la expresión: «Yo no robo ni mato», dando a entender que son personas honradas y, en consecuencia, no necesitan confesarse. Podemos comprobar claramente en esa justificación un triple error:

1.  Los mandamientos de la Ley de Dios son diez, no dos («No robarás» y «No matarás»), ni tres ni cinco; ni siquiera bastaría con cumplir nueve y conculcar uno solo de ellos. Los diez mandamientos son como los diez arcos de un puente imaginario; basta que uno de los arcos esté hundido para impedir el paso a la otra orilla, que es —para nosotros— la eternidad junto a Dios.

2.  El séptimo y quinto mandamientos a que se refieren dicha excusa abarcan más de lo que indican literalmente. Por ejemplo, se puede robar, además de dinero u objetos materiales: la fama de una persona; se puede defraudar a la empresa donde se trabaja malgastando el tiempo, trabajando con desgana, derrochando los materiales que se utilicen. En cuanto al quinto, hay formas de «matar» que no se tienen en cuenta: el odio, la venganza, los malos deseos contra el prójimo, etc.

3. Aun suponiendo que quienes así hablan no tuvieran pecados mortales - cosa muy improbable—, hay que subrayar la importancia del sacramento de la Penitencia o Confesión —«...que vayan al sacramento de la Confesión», señala la Virgen en el mensaje—, aunque no haya pecados graves o mortales. Indiquemos aquí los formidables frutos que produce en el alma el llamado también sacramento de la Reconciliación, según lo enseñaba el papa Pío XII, quien escribió una encíclica llamada Mystici Corporis Christi, en la que habla del sacramento de la Penitencia y recomienda «con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo», señalando los efectos saludables para el alma: «...se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo» (n. 39).

«Mira, hija mía, cómo han dejado a mi Hijo los pecados de los hombres... (Luz Amparo llora amargamente durante unos instantes). Dios Padre, hija mía, de un momento a otro, va a hacer rasgarse el firmamento y aparecer sobre nubes millares de ejércitos de ángeles que enrojecerán la Tierra con sangre y fuego. Sí, hija mía, yo estaré allí entre ellos para coger los escogidos; es más, estaré como Madre de misericordia» (La Virgen).

«Mira, hija mía, cómo han dejado a mi Hijo los pecados de los hombres», afeando la bellísima figura humana de Cristo, dejándolo irreconocible. Trae a la memoria algunos pasajes bíblicos que describen al Siervo de Yahveh sufriente, Jesús: «Así como se asombraron de él muchos —pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana—» (Is 52, 14); «Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza» (Sal 22 [21], 7-8).

¡Qué hermoso es el título de «Madre de misericordia» que la Virgen recuerda en el mensaje! Precisamente, las vigilias en honor de la Inmaculada de este año 2007 tuvieron como lema en todas las diócesis de España: «María, Madre de la Divina Misericordia». Como transmisor de la Bendición del Santo Padre a los organizadores y participantes de estas vigilias, el Nuncio de su Santidad, monseñor Manuel Monteiro de Castro, refiriéndose al Corazón de Jesús, señalaba: «Con ese corazón formado en las entrañas maternales de María había de manifestar a los hombres la misericordia del Padre en la enseñanza de las bienaventuranzas, el consuelo a los afligidos, la cercanía y atención a los pequeños y enfermos, y sobre todo la compasión por los pecadores para los cuales consigue el perdón derramando su Sangre en la Cruz, a cuyo pie María reafirmó su consentimiento ofreciendo el fruto de sus entrañas como Madre llena de misericordia». Palabras, por cierto, en consonancia con la espiritualidad de Prado Nuevo. Y termina diciendo: «Contemplando este alto y admirable misterio, Su Santidad les exhorta a dejarse atraer por su poderosa luz, para realizar, en la vida personal y social, "todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable" (Flp 4,8) grato a Dios y conforme a su voluntad amorosa para su gloria y bien de los hombres nuestros hermanos, haciendo todo íntimamente unidos, con amor creciente, a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, siendo así testigos del amor de Dios para un mundo siempre necesitado de la misericordia en el trato, la valoración real de la vida humana y sobre todo en la fundamental de las relaciones que es la del hombre con el Señor para no perder el camino del bien, la conciencia del pecado y la esperanza inquebrantable en Dios». Exhortación muy acertada para los tiempos que vivimos.