VERDADERAS Y FALSAS APARICIONES
CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO (1)
Las apariciones son hechos sobrenaturales que no dependen de la voluntad humana, sino del designio de Dios.
Tres argumentos, según la Teología Fundamental, hay que esgrimir para dilucidar si un hecho concreto –milagro o aparición– es auténtico o supuesto. Ante todo, el argumento histórico; luego, el filosófico; finalmente, el teológico.
1. ARGUMENTO HISTÓRICO
Ante todo es menester que conste con certeza de la realidad objetiva del hecho que se relata. En el caso de una aparición, preguntaremos: ¿es cierto que se ha aparecido la Virgen? La respuesta nos la darán los testigos de vista que, examinados por separado, darán testimonio de lo que han visto.
En la mayoría de los casos los testigos no han visto a la Virgen, sino al o la vidente en posición extática. Han observado lo que hacía, lo que decía, como había comenzado y acabado el éxtasis, etc. Los jueces les harán infinidad de preguntas, a las que contestarán cada uno como sabe. Del conjunto y cotejo se sacará la conclusión. Si no hay consenso entre los testigos, o bien no hay datos suficientes para juzgar que el hecho fue tal como dicen, o este hecho no tiene nada de sobrenatural, la conclusión es negativa y no hay que pasar adelante. Pero si se da por aceptado el hecho que se narra –por lo menos sustancialmente–, se procederá al argumento segundo.
2. ARGUMENTO FILOSÓFICO
Se ha de demostrar que aquel hecho no puede explicarse por las leyes naturales, por las fuerzas de la naturaleza creada. Y aquí, como en el caso anterior, se continuará la investigación o se suspenderá según el veredicto sea positivo o negativo.
3. ARGUMENTO TEOLÓGICO
El argumento teológico se basa en la naturaleza de lo sobrenatural. Es sobrenatural todo aquello que supera las fuerzas naturales. No es necesario que supere todo el orden de la naturaleza. Si lo superase, necesariamente aquel hecho sería divino, ya que solamente Dios puede alterar el orden total de leyes que Él ha impuesto al mundo creado. Pero si se trata solamente de algo de la naturaleza, que está por encima del orden que conocemos y que podemos –digámoslo así– manejar, seres superiores a nosotros lo podrán obrar. Tales son los espíritus creados: ángeles y demonios. Si es un ángel el que ha obrado aquel hecho, es cosa de Dios; pero si lo ha ejecutado un demonio, esto no es de Dios. De aquí la necesidad de examinar las circunstancias y, sobre todo, los efectos, para que se pueda descubrir la intervención o no de la divinidad.
Aplicados estos criterios, podremos saber con la certeza humana de que somos capaces la veracidad o no de la aparición.
Si nos encontramos en el caso de una aparición única (es decir, que se ha realizado una sola vez), en la cual, pongamos por caso, la Virgen comunica un mensaje determinado, y hace allí un milagro patente, bastará esta aparición y será fácil demostrar su veracidad, si se prueba la autenticidad del milagro. Pero si no hay elementos adjuntos que nos permitan comprobar el hecho, no se podrá, obrando con prudencia, asegurar la veracidad de la aparición. Pero, del hecho de no poder probarla, no es lícito sacar la conclusión de que ha sido un engaño.
En la actualidad, nos encontramos con que las apariciones en cuestión duran temporadas largas, con lo que las observaciones son posibles, los exámenes de los videntes en estado de éxtasis se pueden comprobar, los testigos son muchos y muy variados, las circunstancias que rodean el hecho global van variando... Todo esto permite un estudio detenido, en el que todos los fenómenos que se van produciendo, se han de examinar cuidadosamente.
Como paréntesis, estimamos que hay un notable peligro de errar, si quien examina los hechos supuestamente sobrenaturales, se deja guiar por la Parapsicología, asignatura que estudia los fenómenos que salen del orden común de las leyes naturales conocidas.
Examinamos ahora algunos elementos muy a tener cuenta para el discernimiento.
II. ELEMENTOS NEGATIVOS
Son aquellos que conducen a negar la autenticidad divina de la aparición cuestionada.
1. EL VIDENTE
Una cualidad positiva que ha de aparecer en el vidente es la sujeción a la Jerarquía eclesiástica. Dios no puede llevar a la desobediencia o independencia respecto a aquellos que ha elegido como representantes suyos en la Tierra. Los auténticos videntes se han sometido siempre a la Iglesia y a sus representantes: el Papa, los obispos, los directores espirituales... Si falta, pues, esta sujeción a la Jerarquía y el vidente se cree llamado por Dios o la Virgen par realizar la renovación y crear una “nueva” Iglesia, ciertamente hay que afirmar que la aparición no es de Dios. Notemos, sin embargo, que no es menester que el vidente expresamente manifieste esta posición radical con claridad. Bastará la desobediencia a la Jerarquía.
Un protagonismo exagerado por parte del vidente es muy sospechoso. La humildad ha de ser una de sus virtudes principales. Creerse que, porque ve o supone ver a la Virgen, le han casi de venerar como un santo, es error claro. Podrá decir que se somete a la Jerarquía, pero si no se somete a su director espiritual, cuando éste no acepta todo lo que le comunica, o cuando le prueba en la virtud, es un mal indicio. No habrá de colocarse por encima de nadie ni vanagloriarse de su condición de vidente.
Será también un dato muy negativo que se aproveche de las apariciones para adquirir empleo, cargos, buena posición social, etc. Lo mismo diremos si tiene ambición o deseo de lucro, para aprovecharse de las personas piadosas y les pide dinero, regalos, etc.
También será un mal indicio si se observa que no mejora en su vida espiritual. No se le puede exigir una santidad extraordinaria, pero sí una mejora interior que aparezca en el exterior, puesto que ha de dar ejemplo. La aparición nunca será para dejarnos en el mismo estado de virtud, sino para mejorar y perfeccionar.
2. LAS APARICIONES
En el hecho de las apariciones hay dos elementos principales a señalar:
a) Escenario-aparato
Puede ser de interés el examen del lugar y sus circunstancias, observando si se presta o no a manipulaciones. No será igual una aparición en un lugar abierto, solitario, aislado de edificios, etc., donde es difícil esconder aparatos secretos, juegos de luces, etc., que una sala cerrada (aunque sea una iglesia o capilla), que ofrece oportunidad para esconder aparatos audiovisuales, ambientación propicia a ilusiones ópticas. Si, pues, se descubriese algún fraude, quedaría ya descartada la autenticidad de la aparición.
b) La doctrina
Este punto es muy importante, ya que puede ser uno de los más decisivos en pro o en contra.
1) Dogma o doctrina teológico-moral. Si la aparición propone una doctrina contraria al dogma católico o a la moral, ha de ser rechazada de plano.
2) Profecías. Si se anuncian hechos a corto plazo y llegado el momento no se cumplen, hay motivo para dudar. Pero en este caso, habrá de tenerse mucha prudencia si se profetizan castigos o premios condicionados. Jonás profetizó la destrucción de Nínive, que no se realizó. Era condicionada y la condición no se cumplió.
Si la profecía es a largo plazo o para momento no determinado, nada se podrá aventurar o asegurar hasta que haya llegado el plazo prefijado. Jesús profetizó la destrucción de Jerusalén sin determinar fecha alguna y especificó la clase de muerte suya y su resurrección al tercer día. Solamente se tendrá como argumento negativo en el caso de una profecía determinada y especificada, de suerte que se pueda afirmar el fallo real y objetivo.
3) Mensajes particulares y descubrimientos de conciencia. En muchos de los casos de apariciones modernas ocurre que el vidente habla a alguna persona en particular y le da algún encargo de parte de la Virgen (por ejemplo), y quizás al mismo tiempo le revela algún hecho de su vida pasada o presente conocido únicamente de la persona con quien habla. Quien examina la autenticidad de una aparición ha de tener presente estas realidades.
III. ELEMENTOS POSITIVOS
Hemos examinado los principales pasos que se han de recorrer para conocer la falsedad de una aparición. Veamos ahora los elementos que denotan autenticidad.
a) El vidente. Éste ha de presentar las cualidades de humildad, obediencia, sumisión a la Jerarquía, determinada santidad, desprendimiento. Y es necesario que se hallen todas juntas.
b) Contenido de las apariciones. La doctrina ha de ser conforme al dogma y a la moral y de ordinario ha de traer alguna novedad (p. ej., el mayor relieve y amplitud que ha adquirido la devoción al Corazón Inmaculado de María con las apariciones de Fátima, etc.). Los mensajes no traen ninguna revelación nueva que se oponga a la Revelación pública.
c) Sucesos inexplicables naturalmente. Se manifestará la sobrenaturalidad del hecho si éste (tal vez milagro, curación, aparición de fuentes, acciones que realiza el vidente, etc.) no puede ser explicado por causas naturales hasta ahora conocidas.
IV. JUICIO DEFINITIVO
Es necesario aclarar todavía y aquilatar los elementos necesarios para formarse un juicio definitivo.
1. SOBRENATURALIDAD DIVINA
No basta demostrar la sobrenaturalidad del hecho, sino que hay que especificar que sea divina.
Puede darse el caso de que el hecho sobrenatural sea de tal naturaleza que su realización sobrepase el poder satánico o angélico; entonces, por sí solo basta para probar que es de Dios. Pero en la mayoría de los casos quizás no sea así. Será necesario, pues, buscar otro elemento.
2. CONJUNTO DE HECHOS
No bastará quedarse en un hecho o en una aparición, si éstas se repiten o multiplican. Si en todas ellas no hallamos ningún elemento negativo firme, y, por el contrario, todo nos induce a confirmar la autenticidad o intervención divina, podremos con razón opinar tranquilos a favor. Con todo, no olvidemos que, para determinar la falsedad, bastará un elemento ciertamente falso; y para afirmar la veracidad ha de ser todo verdadero (bonum ex integra causa, malum ex quocumque defecto). Si no existe razón o elemento negativo firme, se tiene una garantía. ¿Se tiene ya una seguridad? Todavía es menester tener en cuenta otro factor: los efectos.
3. LOS EFECTOS
Llegamos a esta fase cuando no existe ningún elemento negativo firme.
De la impresión que ha causado en el ánimo de una persona un hecho que ha creído subjetiva y sinceramente de Dios, pueden seguirse muy buenos efectos.
Este elemento de los efectos o frutos de la aparición es muy válido en el caso de las apariciones duraderas o largas en el tiempo y en la repetición de éxtasis. La razón es que todo lo que es diabólico tiene un fin malo, o si es momentáneamente bueno, a la larga llevará a mal fin. Las cosas de Dios, por el contrario, procuran el bien espiritual. Si, pues, un conjunto de apariciones produce una renovación espiritual permanente, profunda y tal vez universal (es decir, en un lugar, pueblo, región, nación…), ofrece garantías de veracidad. Lleva el sello de Dios.
A esto hay que añadir, como elemento de seguridad, la continuidad –después de las apariciones– de la intervención divina con prodigios o milagros. Tal es el caso de Lourdes, La Salette, Fátima…
V. LA ACTITUD DELA IGLESIA
Con lo que acabamos de decir se demuestra la prudencia de la Iglesia en tardar a declarar auténticas o falsas algunas apariciones. Será más fácil rechazarlas que aprobarlas, ya que un solo elemento negativo basta para la negación. Para la aprobación, en cambio, se requiere un profundo examen. El tiempo juega un papel muy importante, porque permite examinar bien los efectos.
También es importante distinguir entre el parecer de tal o cual teólogo, obispo, en particular, y el dictamen final de la Iglesia. Aun en el caso de aprobación, la Iglesia no impone como objeto de fe la veracidad de la aparición y su mensaje; deja plena libertad. La Revelación, objeto de fe, se terminó con el último de los Apóstoles.
VI. OBSERVACIONES Y PRECISIONES
1. El vidente o los videntes
Ante todo, se corre el peligro de creer que porque han visto a la Virgen o a Jesús, están obligados a llevar una vida de santidad irreprochable. Sería de desear; de hecho, a muchos les ha ocasionado la conversión total o la vocación a la vida religiosa. Pero esto no es esencial para la veracidad del hecho sobrenatural.
2. Los mensajes
Santo Tomás y muchos autores afirman que en las apariciones se trata de cuerpos aparentes, no reales, sin que esto obste a la realidad de la aparición. Si, pues, la visión no es de un cuerpo físico objetivo, tampoco la voz es menester que lo sea. La comunicación de la Virgen con el vidente se puede hacer por ideas que el vidente traduce en palabras –las suyas, su lenguaje– y que a él le produce la impresión de que las oye.
3. La interpretación de los mensajes
Éste es un elemento muy importante que hay que matizar. Es muy conveniente registrar con aparatos modernos lo que el vidente dice en estado de éxtasis, porque, cuando posteriormente se pregunte al vidente por el mensaje, puede suceder que se equivoque al interpretar. Esto sucede más fácilmente si se le pregunta después de bastante tiempo de algún mensaje. No lo recuerda al pie de la letra y da la versión que responde más o menos al fondo, pero puede añadir involuntariamente algún pormenor o alguna expresión que suscitará dificultades.
4. Estado psicológico del vidente
En muchos de los casos que se dan en nuestros días, los videntes dicen que sienten una «llamada» o sentimiento interno que les lleva al lugar de la aparición. Entonces ocurre que el vidente va ya «prevenido» y esperando el éxtasis o aparición. Llega al lugar, habla con la gente o se pone a rezar.
Los grandes místicos distinguen las fases del proceso por las que pasa la mente del vidente en la aparición: durante la entrada es todavía el vidente el que piensa. Al comenzar a ver la aparición ha continuado, por lo menos en el subconsciente, con aquello que estaba pensando o hablando; durante la estancia, poco a poco ha ido saliendo de sí mismo y adentrándose en la aparición; ahora es cuando Dios o la Virgen se le comunican y actúan, y el vidente transmite –con sus palabras, con su lenguaje– lo que la Virgen le dice. Finalmente, durante la salida, ha desaparecido la visión y el vidente ha continuado por un rato en el ambiente extático hasta que ha vuelto totalmente en sí, volviendo a actuar el hombre.
VII. CONCLUSIÓN
San Pablo escribía: «No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo género de mal» (1 Tes 5, 19-22). Aquí tenemos una clara referencia a los carismas; los que hay que aceptar una vez comprobada su autenticidad, porque vienen del Espíritu Santo; pero igualmente seguir la recomendación del Apóstol: examinar, demostrar su autenticidad, juzgar, porque también el espíritu del mal puede engañarnos con falsos carismas.
Si la Virgen Santísima quiere en este tiempo, en que el Príncipe de las Tinieblas anda tan suelto por el mundo, aparecer para irradiar la luz de la verdad y ejercer su misión de Madre, Ella cuidará de iluminar al representante de su Divino Hijo en la Tierra, para que acierte a distinguirla y descubrirla, a fin de que su Corazón Inmaculado finalmente triunfe y el Reinado de Cristo se estabilice en la Tierra.
ANTIAPARICIONES
LA ACCIÓN DE SATANÁS CONTRA LOS PLANES DIVINOS,
EN LAS APARICIONES (2)
Dos aspectos interesan en el presente tema. Primero, que la acción del demonio es opositiva, está siempre en contra de Dios y de su obra. En segundo lugar, el demonio, en su naturaleza caída, es sabio y poderoso, mucho más que los humanos, y utiliza sus poderes de mil maneras en el intento de desviar las voluntades libres de los hombres del camino trazado por Dios. Pero no es ni omnipotente ni omnisciente. De ahí la fuerza que tiene para engañar al hombre, y la debilidad del hombre, si no recurre a la omnipotencia, sabiduría, bondad divinas.
Proponemos una ordenación sistemática útil en cuatro apartados sobre la acción satánica donde hay apariciones.
1. ACCIÓN DESTRUCTIVA EXTERNA
Los contrarios son hombres que, de múltiples formas —por su actuación y tendencia—, caen dentro del círculo de acción del diablo, y por ello son llamados «hijos de las tinieblas». Desde la persecución más solapada a la más burda y manifiesta, desde los procedimientos más finos, legales y sociales, hasta las destrucciones más violentas, se expanden en una extensa gama.
Son conocidas las dificultades y las persecuciones que agitaron la causa de Lourdes y que tuvo que soportar Bernardette Soubirous, hasta su definitiva aprobación. De modo semejante, no fue fácil para la causa de Fátima superar las muy graves contradicciones que se presentaron desde el comienzo: arresto y prisión de los videntes, mítines de propaganda subversiva, profanación del sagrado lugar y saqueo sacrílego, persecución contra el clero, mandatos perentorios a los párrocos, medidas gubernamentales contrarias, prohibiciones y cinco bombas en el lugar de las apariciones. Son destrucciones fundamentalmente antirreligiosas, aunque a veces se presentan so capa de utilidad pública o interés social.
Otros casos más específicos de actuación destructiva de Satanás, en el campo de las apariciones, se dan en lo que podríamos llamar una acción interior.
2. CONFUSIÓN, DESVIACIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL VIDENTE
Si hay alguna cosa que respete más el Cielo es la libertad humana. No vayamos a creer que, por el mero hecho de aparecerse la Santísima Virgen a un vidente determinado y encargarle la realización de un mensaje, éste ya tenga asegurada su correspondencia, su santidad y su misma salvación. Un alma puede tener carismas, incluso para bien de otros, haberlos aplicado correctamente y llegar a frustrar los planes divinos y a perderse. «La corrupción de lo mejor es la peor» (corruptio optimi pessima). La acción divina en el campo sobrenatural, suele tener la misma generosidad o mayor, que en el campo natural, donde tantas oportunidades se pierden.
Precisamente, en este hecho se basa la posibilidad destructiva del demonio. Sus asedios se dirigen a corromper la voluntad humana en la respuesta a las gracias divinas.
La acción de Dios suele proceder de modo que, a mayor correspondencia del alma agraciada, siguen mayores dones; a menor, menos; a ninguna, la retirada divina, como en el caso de Saúl.
De ahí que no pocos casos que al principio eran buenos, se han frustrado por la mala correspondencia del hombre. Algunas apariciones marianas que fueron auténticas al principio, concluyeron mal. De ahí también la prudencia de la Jerarquía en no precipitarse, y la importancia de un competente director espiritual que asista al (a la) vidente.
Sin embargo, no creamos que la Virgen Santísima siempre fracasa. Como una buena madre que no retrocede, cueste lo que cueste, para arrancar a su hijo o a su hija de una difícil situación, muchas veces protege, ayuda y vigila, encamina, enseña, castiga y trata del modo más conveniente al vidente, para que al fin, respetando siempre su libertad, triunfe en él su amor de Madre.
Por tanto, un modo interior de actuación del demonio sería la intención de confundir, desviar y destruir al vidente:
a) Primero, cuando un vidente ha sido movido y agraciado con dones del Cielo, especialmente con apariciones, el demonio se le puede presentar en figura horrenda y espantosa para asustarle y anularle. Los éxtasis del buen espíritu conservan y respetan siempre la libertad del vidente en todo el momento extático. Los falsos éxtasis del diablo pueden anular momentáneamente la libertad del individuo, como una droga.
b) Un caso más sutil se da cuando el demonio se aparece al vidente transfigurado en «ángel de luz». Suele ser al principio de sus experiencias extáticas, cuando no sabe todavía distinguir ni analizar las visiones que recibe. Pero siempre, en estos casos, la engañosa visión, que guarda cierta analogía o paralelismo con las del buen espíritu, ofrece rasgos incongruentes e ilógicos, posibles de detectar. Los videntes, en su experiencia incipiente, llegan a descubrir el engaño y piden ardientemente la protección celeste para no sucumbir.
3. DESTRUCCIÓN DEL LUGAR DE LAS APARICIONES
Avanzando un grado más, la acción satánica puede centrarse en destruir el lugar de las apariciones, convertido ya en un centro de oración. No tiene prisa. Intenta conseguirlo de este modo.
Cuando hay fenómenos de apariciones, se forman en seguida grupos de personas piadosas o curiosas, venidas de todas partes. Entre ellas, hay un porcentaje reducido que empieza a sentir, o creer que siente, carismas de todas clases, como si estuvieran en consonancia con los acontecimientos. En la inmensa mayoría son ilusiones, sugestiones, engaños, puramente en el terreno psíquico natural, y es fácil descubrirlos y evitarlos.
Otro aspecto más grave, en esta línea, es que hay personas, generalmente sencillas y muy devotas, que, por su origen o por su idiosincrasia, admiten como verdadero cualquier fenómeno de carácter visional y creen lo que se les dice sin el menor asomo de duda. Para ellos, cuantas más personas celestes vea el vidente, mejor es, y quieren llevar a la práctica cualquier aviso, encargo, consejo o mensaje que reciben, por costoso que sea, sin capacidad de discernimiento. Esta actitud cerrada, mental y anímica, va acompañada de un frío rechazo absoluto de las advertencias o consejos de los prudentes directores espirituales. Les puede llevar a graves equivocaciones.
Pero además, se da otro caso mucho más serio, en que es difícil descubrir la acción satánica. Cuando hay un vidente movido por el buen espíritu, aparecen cerca de él otro u otros videntes falsos con fenómenos maravillosos, que buscan relacionarse con el verdadero. Invocando la caridad fraterna universal, quieren tener «sus visiones» en el lugar donde va ordinariamente el buen vidente. A la larga, sin embargo, aparecerá la falsedad de esos videntes, que habrán atraído grupos de admiradores; desde luego con espíritu de oración y sacrificios, no raramente excesivos. Es muy posible, en este estadio, que ni ellos mismos se den cuenta de la naturaleza de sus experiencias. Mucho peor si obran conscientes de la falsedad de sus fenómenos. Con su caída, o descrédito posterior, querrán arrastrar, como el río diabólico del Apocalipsis ( Ap 12, 15-16), a los auténticos videntes.
Más aún: los videntes falsos, conscientes o inconscientes, tienen una marcada inclinación a acudir al sitio donde hay grupos de oración o a otros lugares de apariciones, para tener allí sus falsos éxtasis y crear un clima de confusión y perturbaciones. El remedio está en separar totalmente el lugar de oración de la presencia de otros videntes advenedizos. Insistimos en que ellos, a veces, no son conscientes de que sus visiones sean falsas. No raramente lo ignoran por largo tiempo. Son juguete e instrumento del espíritu destructor.
René Laurentin (3) les llama «epidemia de visionarios», al tratar de los falsos videntes que proliferaron en torno a Bernardette, en Lourdes. En el segundo volumen de su obra “Lourdes. Documents authentiques” consigna un repertorio de visionarios que incluye setenta y cuatro; cuarenta y ocho de ellos individuales, los otros en grupos.
Otro procedimiento para destruir un lugar de apariciones es el de «la competencia». Supongamos un lugar auténtico, como Lourdes, donde la piedad, la oración, el sacrificio y la caridad para con los enfermos, no solamente se mantienen, sino que crecen con multitudes que acuden de todas partes y de varias naciones, y que de repente se dice que cerca, a unos cien o doscientos kilómetros, se aparece la Virgen Santísima, que hay prodigios espectaculares; pero que, a la vez, hay concelebraciones y alianzas colectivas con la participación de incautos sacerdotes y que acuden turbas copiosas, y también hay obras de caridad. ¿Es posible que la Virgen Santísima, tan discreta, tan humana, prudentísima, haya escogido otro centro de apariciones competencial, junto a uno que Ella ha fundado? ¿No se trata, en cambio y en realidad, de una treta del Enemigo para restar importancia y destruir, si fuera posible, el verdadero?
4. ACCIÓN DESTRUCTORA ENTRE LOS QUE ACUDEN A LOS LUGARES DE APARICIONES Y RESPONDEN A SUS MENSAJES
Otro capítulo de la acción satánica destructora es la que se dirige principalmente a las personas que responden a la acción divina realizada en lugares de apariciones verdaderas o en movimientos originados por ellas.
Fracasados los otros intentos, le queda todavía al Destructor el método más eficaz: pervertir la convivencia humana con la desunión de las voluntades, para lograr la destrucción de la obra de Dios. El demonio es maestro en indisponer los ánimos en grupos bien avenidos. Con el agravante que, una vez producida la escisión, es muy difícil lograr su compostura.
Pero hay todavía otra particularidad, y es que, transcurrido un tiempo que no suele ser muy largo, si el Maligno no ha logrado sus propósitos, pasa a perturbar a otro del grupo según el mismo procedimiento, pero por otras causas concretas; y luego a otro, y así sucesivamente. Su fin inmediato es la desunión de las voluntades y el mediato la destrucción de la obra de Dios.
CONCLUSIÓN
Se puede afirmar, como principio general, que Satanás acude siempre donde está María Santísima para deshacer su obra, si puede. La razón teológica es porque María es la única pura criatura humana que nunca ha tenido parte alguna con el diablo. Por consiguiente, el que cierra las puertas a María Santísima, las abre a Satanás.
Este hecho puede ser contraprueba válida de la verdad de unas apariciones concretas de la Virgen Santísima. Donde esté María, habrá señales evidentes de la intención y acción destructiva de Satanás. Y al revés: en lugares de apariciones en que sucedan maravillas espectaculares con afluencia de muchedumbres como espectáculo o, simplemente, un lugar que no tenga contradicción alguna desproporcionada, difícilmente será obra del buen espíritu.
En último término, en el discernimiento de espíritus en las apariciones es decisivo el criterio que el mismo Jesús nos indicó en el Evangelio: «Por sus frutos los conoceréis» (4) . Estos frutos pueden tardar en aparecer, pero aparecerán, y, quien tiene la última palabra es el juicio de la autoridad competente en la Jerarquía Sagrada de la Iglesia.
¿DÓNDE SE APARECE LA VIRGEN? (5)
Vamos a contestar a esta pregunta según los criterios largamente madurados en la Iglesia y puestos a punto por un breve documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (25 de febrero de 1978):
1. Información suficiente.
2. Ortodoxia: ¿son estas apariciones conformes con la fe y las costumbres? Porque un error serio en estas materias basta para descartar la autenticidad. «Todo reino dividido contra sí mismo será desolado» (cf. Mt 12, 25; Mc 3, 24).
3. Transparencia: ¿se refieren las apariciones y videntes a Dios, a Cristo, al Evangelio, al servicio de Dios y de los hombres para el bien de la fe, de la felicidad y de la paz? ¿O se refieren a ellos mismos, a las particularidades de sus opciones y de su visión, a la abundancia de sus inspiraciones, a la extravagancia de sus ritos, etc.?
4. Hay signos serios de que el dedo de Dios está allí: Son los frutos: curaciones, conversiones y otros milagros, como la danza del sol de Fátima, y otros signos del Cielo. Hay que contemplar los frutos en todos sus niveles: los videntes por sí mismos, el testimonio de su vida, el entorno, los peregrinos y todos aquellos que creen en las apariciones o visitan al vidente.
5. Discernimiento de los expertos, de diversas competencias (médicos y psiquiatras) sobre la salud o patología de los videntes, sobre todo en los momentos de éxtasis.
Conviene aclarar que este criterio está en discusión. No se debe aplicar como han hecho algunos teólogos de un modo racionalista, que les ha llevado a considerar, por ejemplo, el éxtasis como un fenómeno patológico.
6. Actitud de la autoridad eclesiástica ante el fenómeno: ¿favorable o desfavorable?
Aunque la Iglesia no se vale de la infalibilidad al emitir su juicio, su calificado criterio incorpora una singular y considerable importancia. Normalmente, es decisivo su dictamen sobre la ortodoxia de doctrina: conformidad o no de la aparición con la fe y las costumbres.
En un primer examen pastoral de los hechos, si no hay nada contra la fe y las costumbres, si las apariciones producen buenos frutos, el obispo puede asumir el evento y autorizar oficialmente el culto, sin pronunciarse, por lo tanto, sobre la autenticidad de las apariciones.
El juicio de la Iglesia requiere siempre respeto y obediencia.
(1) Cf. Las apariciones marianas en la vida de la Iglesia. Estudios Marianos. Vol. LII, pp. 115-131. Sociedad Mariológica Española. Salamanca, 1987.
(2) Cf. Las apariciones marianas en la vida de la Iglesia. Estudios Marianos. Vol. LII, pp. 375-384. Sociedad Mariológica Española. Salamanca, 1987.
(3) Sacerdote francés, autor conocido de numerosas obras de asunto religioso, entre las que destacan las dedicadas a las apariciones de la Virgen.
(4) Mt 7, 15-20; Lc 6, 43-44.
(5) Cf. René Laurentin. Apariciones actuales de la Virgen María. Ediciones Rialp, S.A. Madrid, 1989.