1.- Jesús atrae a unos hombres.- Cristo se ha presentado al mundo predicando el Reino de Dios y ha puesto como condición esencial en cada uno para pertenecer a él la transformación interior o «metanoia».
Y así ha empezado a formar su Iglesia (Mc 1,15). Desde el primer momento Jesús atrae junto a Sí a unos hombres, a quienes capta de modo especial y une a su persona y a su empresa.
El lento adherirse a El de sus discípulos nos lo cuenta Juan. Es su primer recuerdo de Jesús (Jn 1,35-39).
Nos narra a continuación aquel pausado viaje a pie de vuelta a Galilea en su compañía y el primer milagro de su Maestro a petición de la Madre en Caná.
Así nace en sus almas la fe en Jesús (Jn. 2,11). Todo esto nos explica cómo va madurando en ellos la vocación definitiva.
Marcos nos da en esquema (Mc 1, 16-20) y Lucas nos expone en sus circunstancias concretas (Lc 5, 1-11) la vocación definitiva de los cuatro grandes Apóstoles, aquellas dos parejas de hermanos.
2.- Jesús elige a unos hombres.- Entre aquel grupo de discípulos, Jesús, en momento determinado, solemne y definitivo de su vida, escoge oficialmente un grupo de doce, como símbolo y en recuerdo de las doce tribus de Israel.
Si de aquellas doce tribus había salido el pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento (Gen cap. 49);
de estos doce hombres saldría el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia eterna de Cristo.