"Cristo murió por todos" (2 Cor 5, 15). "Se dio a Sí mismo como precio del rescate por todos;
divino testimonio dado en el tiempo oportuno, para cuya promulgación fui yo -habla el Apóstol San Pablo- constituido heraldo y Apóstol (digo la verdad, no miento), maestro de los gentiles en la fe y en la verdad" (1 Tim 2, 6-7).
La Redención de Cristo podrá no ser universal, sólo en el sentido de que habrá muchos que no querrán corresponder a ella;
pero, en cuanto a la voluntad de Cristo, es totalmente universal como nos afirma enfáticamente San Juan (1 Jn 2,2): "El es propiciación no solamente por nuestros pecados, sino por los de todo el mundo".
Frutos de la Redención
Según la doctrina de los Testigos de Jehová, lo que se perdió con el pecado de Adán fue la perfecta vida humana con todas sus prerrogativas.
Este error se funda en la negación de la inmortalidad del alma. Si realmente el alma muriese, es natural que no se esperase ninguna recompensa de orden espiritual.
Una restitución al estado primitivo terrenal sería suficiente recompensa.
Lo que restituyó Jesús, en virtud de su Redención, es otra cosa muy diversa a una pura felicidad terrena. Lo expone San Pablo en sus cartas, preferentemente a los Efesios y a los Romanos.
Efesios.- En esta carta nos da San Pablo principalmente el tono grandioso de la Redención de Cristo:
La determinación admirable del Padre, que «nos ha elegido en Cristo antes de la Creación del Mundo» (Ef 1, 4), sin duda con un fin nobilísimo.
Precisamente, «eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo» (Ef 1, 5).
Y para ello, desde toda la eternidad «nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3).