MENSAJE DEL DÍA 6 DE JUNIO DE 1998, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Aquí estoy, una vez más, como Madre de todos los pecadores, como Madre de la Gracia, para derramar la gracia sobre todos los que acudan a este lugar. Tú, hija mía, eres el instrumento que mi Hijo ha escogido para comunicar a los hombres las palabras de mi mensaje. No temas, ¿a quién puedes temer, hija mía, si Dios es poderoso, el más poderoso que todos los hombres? Tú di los mensajes que mi Hijo te comunique. Sé que tu corazón sufre porque ves nuestros Corazones lastimados por las desobediencias de los hombres, y no de aquéllos que no nos conocen, sino de los que nos conocen. No digas, hija mía, como dices muchas veces: “Es que no te conocen”. Sí conocen a mi Hijo, por eso hieren más nuestros Corazones. Las desobediencias angustian mucho nuestro Corazón. Tú di siempre lo que mi Hijo te diga, pero no te angusties. La responsabilidad caerá sobre los demás, sobre los que escuchen la palabra y no la pongan en práctica.

     ¿¡Hasta cuándo mi Hijo tiene que estar dando avisos, y a las almas que más aman nuestros Corazones!? Anteponen los apegos a la carne y a la sangre, hija mía, a las palabras de todo un Dios. Tú ora, hija mía, y no desperdicies ni un solo instante en reparar las desobediencias y las infidelidades. ¡Cuántas almas, hija mía, huyen de nuestra voz, porque nuestra voz no da nada más que cruz y no gozos temporales: gozos eternos!; y ¡cuántas almas, hija mía, después de haber lavado sus iniquidades, sus pecados, sus infidelidades, sus desobediencias, con la Sangre de Cristo, cuando mi Hijo les dice “ven”, huyen despavoridos, sin querer escuchar sus palabras! ¡Qué ingratitud la de los hombres, hija mía! Corren a lo que les ofrece el mundo y los enemigos que hay en el mundo. Hacen caso, hija mía, del mundo, del demonio y de la carne; ésos son los tres enemigos más grandes a los que obedecen. ¿Cómo no va a estar triste mi Corazón? Sí, hija mía, aunque todavía hay almas, aunque sea un número reducido, que consuela nuestros Corazones; pero, ¡qué tristeza, los hombres, hija mía, cómo cierran sus oídos a la llamada de salvación!

     Orad, hijos míos, acercaos al sacramento de la Eucaristía y de la Penitencia, amad a la Iglesia, reconciliaos con ella.

     Yo os prometo, hijos míos, que todos los que acudáis a este lugar seréis protegidos el día de las tinieblas... Así protegeré a todos, hija mía. Y yo cumplo mis promesas.

     Amaos unos a otros como Cristo os ama.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas... Todos han sido bendecidos.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.