MENSAJE DEL DÍA 6 DE SEPTIEMBRE DE 1997, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hijos míos, aquí estoy otra vez, avisando a mis hijos, y dando un mensaje a todos los hombres. Los hombres cierran sus oídos a mis palabras. ¡Pobre Humanidad!

     Sí, hija mía, los hombres dicen que no me encuentran; pero ¿cómo podéis decir, hijos míos, que no me encontráis, si estoy en el tabernáculo todos los días, pidiéndoos: venid a mí, que yo os consolaré? Hacedme una visita, hijos míos, que todos los días estoy solo y triste, viendo cómo camina la Humanidad hacia la destrucción. ¡Qué pena de hombres, y qué pena de sociedad! No me buscan, hijos míos, ¿cómo me van a encontrar? Si yo estoy aquí, para que todo el que venga contrito y arrepentido darle un abrazo de amigo. Venid a mí, hijos míos, que tenéis vuestras conciencias dormidas. ¡Despertad, despertad, hijos míos! ¡Cuántas almas se pierden porque no quieren escuchar la Palabra de Dios!

     Cada vez, la Humanidad se mete más en las pocilgas cenagosas de la inmoralidad. ¿No os da pena de vuestro Jesús, hijos míos? ¡Qué tristeza sienten nuestros Corazones, cuando damos gracias a raudales y los hombres las pisotean, como pisotean mi Sangre, cuando el hombre va diciendo que el Infierno no existe! Yo les hablo de mi misericordia, pero también les hablo de mi justicia. “¿Quién se salvará?”, les digo hace muchísimos años, hija mía: los que guarden mis mandamientos. Yo no soy un padre castigador; los hijos son los que ofenden a mi Divina Majestad. ¡Hijos míos, si yo os estoy dando fuentes de gracias, para que vayáis a beber y para que no os perdáis y estéis eternamente conmigo!

     Ya os he dicho todo, hijos míos, y sigo repitiendo y repitiendo a los hombres el mismo mensaje: amor entre unos y otros, compasión a mi Divino Corazón y al de mi Pura e Inmaculada Madre, que está rodeado de tantas espinas, de tantas espinas de aquellas almas escogidas que confunden a los hombres. ¡Ay de todos aquellos fariseos que confunden la Palabra de Dios! ¿Cómo vais a ver la luz, hijos míos, si muchos de vosotros estáis en tinieblas, llenos de lujuria y de pecado? La luz alumbra a la tiniebla, lo he dicho muchísimas veces, hijos míos; pero la tiniebla a la luz no alumbrará nunca. Ya he dicho todo, hijos míos, ¿qué más puedo decir? Arrepentíos, hijos míos, confesad vuestras culpas y haced sacrificio y penitencia.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo, y por tantas ofensas a nuestros Corazones...

     Sacrificio pido y penitencia. Amaos unos a otros y que vuestras conciencias no se duerman. Estad despiertos, hijos míos.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la conversión de los pobres pecadores...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.