MENSAJE DEL DÍA 5 DE OCTUBRE DE 1996, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, ya sé que tu dolor sigue vivo en tu corazón. Piensa, hija mía, que estás aquí para sufrir, no para gozar, sino para colaborar conmigo. Cuando yo me manifesté ante ti, hija mía, ¿qué respuesta diste a mis palabras?, cuando decías: “No lo puedo soportar, ¿qué es esto, qué es esto, este dolor tan inmenso?”. Mi respuesta fue, hija mía: “Esto es la Pasión de Cristo”. Y te pregunté: “¿La aceptas, hija mía?”; y tú me respondiste: “No sé, Señor, con tu ayuda lo soportaré”. Pues así, hija mía, como tú me respondiste a mí, yo te dije, hija mía: “Con tu dolor se puede salvar un número de almas”. Y tú me respondiste: “Señor, ayúdame”. Pues para ayudarte, hija mía, y para que tú me ayudes a mí, tengo que ir modelándote y dándote golpes, hija mía. Esta vez el golpe ha sido más duro. Esta vez ha sido un camino de dolor y de amargura, pero, hija mía, cuando te ofrecí la cruz, te dije que la Cruz era muy dolorosa porque en ella redimí yo al mundo. Pues así es como modelo a las almas, con golpes. Primero las voy de... golpeando despacito, para acostumbrarlas a los golpes duros. Este es el mayor golpe que has sentido, hija mía, pero Satanás no ha podido cumplir sus planes. A Satanás lo he reducido a cenizas, y, al fin, hemos triunfado; porque, hija mía, este dolor y esta angustia —sé que es muy duro, hija mía, decírtelo—, pero es la redención y la salvación de tu hijo, hija mía. Tu dolor es más agudo que el de otras madres, hija mía, porque yo he perfeccionado tu amor, no está desfigurado; por eso tu dolor es más fuerte, y tu angustia más profunda; pero yo también sentí el dolor de mi Madre.

 

     LA VIRGEN:

     Sí, hija mía, mi Corazón se traspasó de dolor cuando en mis brazos pusieron a mi Hijo, desgarrado, ensangrentado. Mi Corazón se traspasó por un dolor tan inmenso, hija mía, que no sólo me duró ese día, sino que me quedó para toda la vida; por eso soy la Virgen Dolorosa, hija mía. No comprendo cómo las madres pueden matar a sus hijos dentro de sus entrañas; cómo las madres pueden rechazar a ese ser que lo alimentan de su propia sangre. Sí, hija mía, es un dolor inmenso el que siente tu corazón; pero, hija mía, para sacar buen fruto, hay que abonar la tierra con dolor, con sacrificios, y regarla con lágrimas. Así me quedé yo cuando murió mi Hijo. De mis ojos brotaban las lágrimas en abundancia y regué la tierra, para que los hombres supiesen entender el dolor de mi Corazón y a lo que vino mi Hijo al mundo: a redimirlos; pero ¿qué hacen los hombres? Se olvidan del dolor, de la Cruz, de la Pasión, del sufrimiento. Ése es el mayor dolor: que los hombres no se comportan como seres humanos; a veces, se comportan como fieras, hija mía, porque un ser humano no es capaz de derramar la sangre de otro ser humano. Mira, hija mía, mira qué dolor.

 

     LUZ AMPARO:

     (Luz Amparo llora amargamente). ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...! ¡Ay, hijo mío! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, qué crueles...! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...!

 

     LA VIRGEN:

     No quiero evitarte ese dolor que pasé yo también, hija mía, pero quiero sellar tus labios y que sea la divina justicia de Dios la que los juzgue.

     Hija mía, sella tus labios hasta la muerte; Dios los juzgará...

     (Luz Amparo llora con profundos y dolorosos gemidos ante las escenas de la muerte de su hijo).

 

     JESÚS BARDERAS:

     Mamá, sufrí mucho, pero fueron segundos. Mira dónde estoy: entre la Reina del Cielo, una Señora tierna, muy tierna, que me cogió bajo su amparo, y me protegió, aunque participé también del dolor y de la amargura; pero perdónalos, mamá. Ahora es cuando he conocido la incomprensión de los hombres... Ahora, mamá, el seguir a Dios les ha costado a muchos la vida. Una venganza terrible, mamá, por el sólo hecho de ser tu hijo; pero mira qué gozo y qué felicidad. Estoy entre la ternura y las manos de la Señora más bella, la Reina del Cielo y de la Tierra. Mira qué lugar, mamá, mira.

     No sufráis por mí, porque esta Señora tan bella, que tantas veces tú hablabas, mamá, me ha comprendido, y mi alma ha estado en sus manos como en las manos de mi Creador. Aquí lo comprendo todo, mamá, los misterios que no comprendía en la Tierra; y a todos os comprendo también; aunque llores mi ausencia, un día todos estaremos juntos. Soy muy feliz. Ya no huyo de la persecución, mamá, ni de la incomprensión de los hombres. Aquí me han sabido comprender y entender, y los hombres no seguirán atormentándome ni despreciándome. Aunque los hombres no lo crean.

 

     LA VIRGEN:

     ¡Cuántas...! ¡Ay!, mira hija mía, cuántas almas se pueden salvar por la oración y por la penitencia y el sacrificio.

 

     JESÚS BARDERAS:

     Pedid por ellas, mamá. Muchos pobrecitos no tienen quién rece ni una oración pequeña por ellos; pedid. Mira, mamá, éstos son mis verdaderos amigos, mis verdaderos hermanos, no todos los demonios que rodean el globo terrestre.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, hijo mío!, ¡ay! ¡Ay, qué belleza! ¡Ay!

 

     LA VIRGEN:

     ¡La belleza del alma!

 

     JESÚS BARDERAS:

     He pasado por un lugar un poco tenebroso, pero, sin embargo, más eran mis culpas y las ofensas que cometí contra mi Creador; pero el Todopoderoso es tan misericordioso que, por el hecho de salvar tú tantas almas...; que muchas las reconocerás aquí.

     Sí, unas tienen la misión de consolar, de ángeles consoladores. Mira esta hermana, qué bella; también fue mi ángel consolador en esos momentos. Y tantos y tantos ángeles como hay; mira, en todo este lugar, al lado de esta gran Señora.

     Sacrificaos y cumplid con los mandamientos, practicad los sacramentos, y un día nos juntaremos todos; y aquí está la verdadera felicidad, no en la Tierra, donde todo ha sido angustia, persecución, tristeza, desprecios; pero esta tierna Señora, con estas manos puras y bellas, mira, cómo unge mi cabeza. Ya me llevan a este bello lugar.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Hijo mío, ay!...

 

     JESÚS BARDERAS:

     Yo intercederé por todos vosotros. Sed fuertes y amad mucho al Creador.

 

     LA VIRGEN:

     Creed, hijos míos, creed en la Divina Majestad de Dios.

 

     JESÚS BARDERAS:

     Y vosotros todos, hermanos, no estéis tristes, estad alegres, aunque la ausencia siempre es triste; pero ¡de cuánto dolor me he liberado!

     Aquí estoy, mamá. Orad por todas esas almas que no les llega ni una oracioncita, para que lleguen a este lugar. Gracias por todos los que rezáis por mí, porque yo aplicaré también mi comunicación hacia los que lo necesitan. ¡Adiós, mamá! ¡Adiós, hermanos!

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, cómo sube, Dios mío, qué grandeza! ¡Ay, qué grandeza! ¡Ay, Dios mío!, ¿cuándo me vas a llevar a mí, Dios mío, cuándo? ¡Ay!, ¿me queda mucho, Señor? ¡Ay, ay, qué gozo Señor! ¡Ay...! Pero yo haré tu voluntad; tenme aquí hasta que quieras, si con ello puedo salvar almas. ¡Soy tan miserable y tan poca cosa! ¡Señor, que se haga tu voluntad!

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, ¡cuánta corrupción hay en el mundo!; los hombres no creen en Dios, y los que dicen creer se están enfriando, ¡Como los hombres no vuelvan la vista hacia Dios su Creador!... No quieren oír de castigos, no quieren oír de catástrofes, pero, sin embargo, el pecado no le dan importancia, y el pecado se extiende y aumenta como la levadura.

     A todos los que llegan a este lugar, recibirán gracias muy especiales para su salvación.

 

     EL SEÑOR:

     Sí, hijos míos, estáis faltos de doctrina, de una doctrina verdadera.

     ¡Pastores de mi Iglesia, os pido —y grítalo, hija mía, aunque se hagan los sordos—: que prediquen la doctrina con la verdad del Evangelio! Que las almas están necesitadas, están sedientas de que se les hable las verdades de Cristo. Que Dios está siendo muy misericordioso con la Humanidad, pero puede desencadenarse, de un momento a otro, una gran catástrofe, donde los buenos, que se llaman buenos, morirán junto a los malos; porque ni son tan buenos los buenos, ni los malos quieren ser buenos.

     Formad comunidades, donde Dios reina; con defectos, hijos míos, y con flaquezas. Amaos unos a otros y vivid como buenos cristianos. Amad a la Iglesia, amad al Vicario de Cristo y bebed de las fuentes que hay en la Iglesia, y dejaos ungir por el Espíritu Santo, que muchos ni siquiera han recibido esa gracia de ser ungidos por el Bautismo. ¡Torpes!, pero ¿qué va a ser de vosotros el día que lleguéis ante la Divina Majestad de Dios? Ni llanto ni lamentos servirán. Orad, hijos míos, ahora. Dejad la carne y vivid el Evangelio, y no seáis egoístas y avaros, hijos míos; que muchos no vivís nada más que para vosotros mismos, no vivís para los demás.

     ¡Sacerdotes de los pueblos: predicad el Evangelio y vivid como sacerdotes en vuestro ministerio, conquistando a las almas para el Reino de Cristo! Los tiempos se aproximan, y vosotros no hacéis caso, hijos míos; os va a pasar como en los tiempos del Diluvio, que no hacían caso y les pilló sorprendidos la justicia que Dios aplicó sobre ellos.

     El mandamiento del amor es muy importante, hijos míos; no penséis sólo en vosotros y en los vuestros, pensad en los que sufren, en los que tienen hambre, en los perseguidos, en los enfermos; practicad las obras de misericordia. Todos los que acudáis a este lugar recibiréis bendiciones muy especiales, hijos míos, para la salvación de vuestra alma.

     Y tú, hija mía, si tienes ganas de gemir, gime, no te oprimas; y los hombres que no se asusten por tu llanto, porque yo lloré y mi Madre lloró.

     Hay que darse cuenta de esas madres crueles, que evitan la vida del ser humano y muchas buscan el placer, no buscan el procrear para Dios; y de esas otras madres que matan a sus hijos en sus entrañas, si se puede decir que son madres, porque han nacido de tales. Pero, ¡qué crueles y qué perversidad hay en el mundo!

 

     LA VIRGEN:

     Besa el suelo, hija mía, por tantos y tantos pecados como se cometen en la Humanidad...

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para vuestra pobre alma y las almas de los pobres pecadores...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.