MENSAJE DEL DÍA 4 DE JULIO DE 1987, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, os sigo pidiendo que tengáis fe, que tengáis esperanza, que améis a mi Hijo y os améis unos a otros. Ya sabéis lo que dice mi Hijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. El que venga a mí vivirá eternamente”.

     Mi Hijo es la Resurrección, hijos míos. Todas las cosas que hay hechas fueron hechas por Él. Si Él no hubiera existido, no hubiera sido hecha ninguna cosa. Por eso os pido, hijos míos: amad a mi Hijo; acercaos a la Eucaristía; venid a mi Corazón, que yo os protegeré del mal que corrompe al mundo. Yo soy la Puerta de la salvación, hijos míos. Mirad, vuestra Madre os avisa porque os ama. Los tiempos son graves, muy graves, hijos míos, y los hombres siguen obstinados en el pecado. Refugiaos en mi Corazón, porque todo el que venga a mi Corazón estará en el Corazón de Jesús. Mira, hija mía, dónde está Jesús. Explícaselo a los seres humanos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay!, se abre una puerta en el Corazón de María. Hay una Hostia grande, muy grande. ¡Ay!, muy llena de luz, como si fuese el Sol, con muchos rayos; parecen rayos de cristales. ¡Ay!, a esa parte está María, de esa Hostia blanca y reluciente. Tú y Jesús y esa luz tan enorme.

 

     El señor:

     Yo soy el fruto de la Inmaculada Concepción. Bienaventuradas las entrañas que me alimentaron con su sangre. Yo fui humanizado en María y María es divinizada por Jesús. La divinidad se junta con la humanidad.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Huy! ¡Ay, qué lío!

 

     EL SEÑOR:

     Sí, grita a los hombres, hija mía, que María está con Jesús hasta el fin de los siglos. Somos dos personas con un solo Corazón. Di a los hombres que no sostengan... en separarnos...

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, la divinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo!... ¡Ay!... ¡Ah...!

 

     EL SEÑOR:

     Por eso os digo, hijos míos: amad a María; dadle culto, porque María es la Madre de la divinidad de Jesús.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué grandeza!

 

     EL SEÑOR:

     Los hombres quieren separarnos; pero nunca podrán separar al Hijo de la Madre. Porque mi Padre permitió que me... (Idioma extraño). Sí, hija mía, sí; fui encarnado en María. Así me humanicé en Ella.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué luz entra!...

 

     EL SEÑOR:

     Y así la diviniza mi Padre.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay! ¡Cómo la corona! (Contempla cómo la Virgen es coronada entre ángeles y santos).

 

     EL SEÑOR:

     Y por eso... (idioma extraño) te digo que grites: ¡bienaventuradas todas las generaciones!

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay, Madre; Tú serás la que vendrás! ¡Ay, qué grandeza lo que llevas!...

 

     EL SEÑOR:

     ¡Reina de la Humanidad! ¡Y Ella reinará sobre todos los hombres! ¡Y aplastará la cabeza del enemigo! Id a María, hijos míos, que María es la Puerta de la eternidad.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué grandeza, llena de estrellas! ¡Ay, qué luz llevas, Madre mía! ¡Eres la mujer más hermosa! ¡Ay, ay, qué Reina! ¡Ay, Madre, qué hermosura! ¡Ay, Tú reinarás con Jesús! ¡Ay, con esa vara y, a la parte de arriba, esa vara está llena de estrellas! ¡Ay, sí!...

 

     EL SEÑOR:

     Amad a mi Madre, os repito. El que no ama a mi Madre, no me ama a mí... Y cuidado, hijos míos, con esos profetas falsos que están invadiendo este lugar.

     Por María y con María vendrá la salvación del mundo. Amadla mucho. No os abandonéis en la oración. La tibieza está reinando en los corazones. ¡Cuidado con la tibieza, hijos míos! Amaos y perdonaos.

 

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, el brazo de mi Hijo sigue ultrajado por los hombres. Es blasfemado. Por los pecados de impureza, por los pecados de negligencia en la oración, por la falta de humildad, por la falta de caridad, Dios es olvidado en los corazones, y yo ya no puedo sujetarlo más, hijos míos. Yo pido a mi Hijo que tenga compasión de todos vosotros. ¡Ay de aquéllos que os llamáis míos y no sois capaces de entregaros! ¡Ay de aquéllos que habláis de penitencia y os olvidáis de la penitencia! Por falta de penitencia el mundo está en pecado. Los vicios los ven virtudes y las virtudes las ven vicios. A los justos los veis tibios y a los tibios los veis justos. ¡Ay de todos vosotros, aquéllos que permanezcáis en tibieza! Mi Hijo aborrece al tibio. Que en vuestros corazones exista el amor y dejad el rencor y el odio. Con odio no entraréis en el Reino del Cielo. ¡Ay de aquéllos que os tragáis el camello y dejáis el mosquito! ¿Cuántas veces voy a repetir que saquéis la viga de vuestro ojo para poder sacar la paja del ojo ajeno? No os digo nada nuevo, hijos míos. Son palabras de Cristo. Imitad a Cristo; que sólo de palabra lo imitáis, pero de hechos... Abandonáis la cruz y buscáis el placer. Amaos, hijos míos. Si no sentís amor dentro de vuestro corazón, albergaréis a Satanás dentro.

     Derramaré muchas gracias sobre todas las almas que acudan a este lugar.

     Mi Corazón está triste viendo que muchos de aquéllos que se llaman míos, ¡qué mal corresponden a la gracia! ¡Qué tristeza siente mi Corazón!

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Madre mía, no llores! ¡Ay, no llores! ¡No llores! ¡Ay, Madre mía, no llores! ¡Ay, yo repararé por ellos todo! ¡Ay, no llores, Madre! ¡Ay, ay, ay, Madre mía! ¡Ay, mándame a mí hacer lo que sea! ¡Ay, Madre mía, no llores! ¡Ay, ay, ay, Madre mía!...

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, los corazones siguen como bloques de hielo.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Madre mía, mándame lo que quieras! ¡Algún sacrificio más!...

 

     LA VIRGEN:

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados... Hija mía, si supieran los hombres, como te he dicho otras veces, que sin humildad, sin sacrificio, sin penitencia, no se puede llegar al Cielo... Y si supieran el encuentro del justo ante la divinidad de Jesús, y el encuentro del pecador... Por eso os pido, hijos míos: no os abandonéis en la oración; haced penitencia, hijos míos, sacrificio y penitencia. Vais a ver un juicio en la agonía de un justo y en la agonía de un pecador, hijos míos. La agonía del pecador es terrible. Vas a experimentarlo tú, hija mía, en tu propio cuerpo.

     (Luz Amparo, lanzada con violencia hacia atrás, cae bruscamente, y se puede apreciar que padece una violenta agonía, que representa la del pecador no arrepentido. Durante unos instantes, se comprueba cómo va desprendiéndose de los signos religiosos (rosario, medalla, etc.), que llevaba consigo, con expresiones de odio y desesperación. Es como si las cosas santas le produjeran gran malestar, y rechaza todo lo que se refiere a Dios. Hasta la alianza de matrimonio se la quita de la mano con desprecio y la arroja lejos de sí).

 

     PECADOR[1]:

     ¡Ay, ay, ay...! (Se suceden quejidos de rabia y desesperación). ¡Vete, no quiero verte! (Estas palabras son casi ininteligibles).

 

     EL SEÑOR:

     A ver si sois capaces algunos de los aquí presentes separar estas manos... (Lo intenta su yerno Vicente, que aun siendo fuerte y joven, no es capaz de separarlas). ¡Basta! Es el pecado que está unido.

 

     PECADOR:

     (La respiración es fatigosa, las quejas manifiestan rabia). ¡No quiero verte! ¡Ay, ay, ay!... ¡Satán, Satán, llévame contigo!... ¡Ah, ah, ah...!

 

     LA VIRGEN:

     La agonía del justo, hijos míos. Mirad cómo es la agonía del justo.

     (Luz Amparo, ahora, en representación del alma del justo, recobra la calma y queda padeciendo suavemente una agonía en la que desea ardientemente las cosas santas, pues intenta recobrar los rosarios que antes había lanzado, buscándolos y atrayéndolos hacia sí con mucha piedad. Busca la alianza de matrimonio y las medallas y, con gran paz, se las pone y llama al Señor con insistencia consolándose con Él).

 

     JUSTO:

     ¡Ay, Dios mío! (En voz bajita, casi ininteligible). ¡Jesús, Jesús, ay, Jesús! ¡Jesús! ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús...! (Así repetidas veces expresando gozo y paz). ¡Qué felicidad, ay, Jesús! ¡Retírate, Satanás, retírate!, soy de Jesús, soy de Jesús. ¡Retírate, Satanás!, soy de Jesús, soy de Jesús. ¡Retírate, Satanás!, soy de Jesús, soy de Jesús. ¡Retírate, Satanás!, soy de Jesús. ¡Ay, Jesús, Jesús, Jesús! ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús! ¡Ay, Jesús!...

 

     LA VIRGEN:

     ¡Qué dos juicios más distintos, hijos míos! Así serán el juicio y la agonía del pecador y del justo. Sí, hija mía, has tenido que experimentarlo en tu cuerpo; pero aún seguirán los hombres sordos a esta llamada. Amad mucho a mi Corazón, hijos míos. Vuelve a besar el suelo, hija mía... Uno por uno id besando el crucifijo, hijos míos... Reinarán Jesús y María, hijos míos. Hoy hay gracias especiales para todos los que acudan a este lugar. Tú, hija mía, no tengas miedo a nada ni a nadie. Estando nosotros contigo, nadie podrá contigo.

 

     LUZ AMPARO:

     (Palabras ininteligibles)... Madre mía. ¡Ay, Madre! ¡Te amo, Madre mía, ay!, aunque muchas veces te diga que no puedo más. Pero mándame lo que quieras. ¡Ay, Madre mía!, ¡cuánto te amo, Madre!...

 

     LA VIRGEN:

     Este crucifijo tiene gracias especiales para ahuyentar a... (Habla en idioma extraño).

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Madre!...

 

     LA VIRGEN:

     Os sigo pidiendo, hijos míos, penitencia. ¡Penitencia! Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con gracias muy especiales para el cuerpo y para el alma, hijos míos...

 

     LUZ AMPARO:

     Yo te pido especialmente, Madre mía, por una persona que está enferma.

 

     LA VIRGEN:

     ¡Ay, hija mía! Ése ya le he dado el ciento por uno. No puedo decir el cuerpo, ¡pero en el alma!...

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué alegría!

 

     LA VIRGEN:

     Ya le he pagado con un denario muy alto, hija mía, aquella obra de caridad... Ya te he dicho que yo le pido a mi Hijo por las almas y mi Hijo les da el ciento por uno. Él te dio uno, hija mía; y mi Hijo le ha devuelto cien.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, qué alegría que pueda participar arriba con vosotros!

 

     LA VIRGEN:

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos, ¡adiós!...



[1] Se ha seguido la misma denominación del mensaje para asignar los nombres a cada interlocutor. Al mostrar la agonía del pecador, se entiende de aquél que no se ha arrepentido.