MENSAJE DEL DÍA 5 DE OCTUBRE DE 1985, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, hoy mi dolor es más grande todavía que otros días. Hoy este dolor lo tengo por los mismos que se llaman míos, y van de pueblo en pueblo publicando mis mensajes, hija mía. No se puede hablar de caridad, hijos míos, si antes vosotros no la tenéis unos con otros; no se puede hablar de amor si antes vosotros no amáis, hijos míos. Mi Corazón está triste, porque veo que no hay almas capaces de ser humildes, hija mía. Por eso, hija mía, lloro amargamente por estas almas.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, no llores! ¡Ay, ay, ay...!

 

     LA VIRGEN:

     ¿Ves, hija mía, cómo las almas no son capaces de dar nada por Cristo? Cuando las humillan se ponen furiosas. ¡Cómo tendría que estar Cristo cuando le humillan, que le humillan diariamente con su pecado! Aquí se queda mi Hijo, hijos míos.

 

     EL SEÑOR:

     ¿Quién de vosotros es capaz de estropear mis planes, los planes que tengo sobre los hombres? El odio, la envidia, la división, la desunión, es obra muerta, hijos míos; es obra de Satanás. Por eso os digo que os enseñé un mandamiento, hijos míos: que os amaseis los unos a los otros, como yo os he amado siempre, pero ¡qué poco cumplís ese mandamiento!

     Mis planes divinos nadie los puede estropear, porque luego, hijos míos, los responsables tendréis que dar cuenta a Dios.

     Necesito almas, almas que puedan publicar el Evangelio. Hay necesidad, hijos míos, de almas; pero yo no obligo, necesito aquellos voluntarios que quieran ir de pueblo en pueblo. No obligo, hijos míos; aunque necesito, respeto, hijos míos, vuestra libertad. La desunión, la división, es obra de Satán. Mis obras son la luz, el amor, la caridad, la dulzura. ¿Cuál es capaz de dar la vida por su hermano? Ninguno sois capaces, hijos míos. Yo di la vida por vosotros, ¡y qué poco capaces sois de dar la vida por mí!

     Amaos los unos a los otros; no arméis contiendas entre vosotros, hijos míos. No os pongáis en los primeros puestos, pensad que los primeros son los últimos. Muchos escaláis por encima de vuestros hermanos, sin mirar el daño que hacéis, con tal de estar en el primer puesto, hijos míos. Amaos, hijos míos, y no creéis división. Y necesito almas, almas de buena voluntad, que sean capaces de dar todo por mí. ¡Cuántos, hijos míos, sois materialistas, hijos míos! Os dije también que dejarais todo para seguirme, hijos míos. Yo tuve doce Apóstoles y, entre esos doce, había uno que me traicionó. No me traicionéis vosotros, hijos míos. También dejad participar a todas las almas que quieran participar, hijos míos. Dejad vuestro “yo” y sed humildes, que la humildad, hijos míos, es la base principal de todo.

     En cuántos lugares, hijos míos, se está manifestando mi santa y pura Madre, cierran sus oídos a las llamadas, y sólo quiere salvar a la Humanidad. Sí, hijos míos, no rechacéis las gracias. No busquéis la desunión ni la discordia, hijos míos.

     Besa el suelo, hija mía, por todas estas almas... Para que sean capaces de darlo todo por mí. Rechazan mi amor, rehúsan mi misericordia, hijos míos, y mi amor también agoniza con mis méritos en la ciénaga de la culpa, hijos míos.

     Los hombres son ingratos, no escuchan mi llamada. Se han dejado seducir, hijos míos, por el rey de la mentira, de la envidia, de la lujuria, de la codicia, de la soberbia, del desorden; se han dejado seducir por ese rey engañoso; se cree victorioso, hijos míos, pero os ruego: cogeos de la mano de vuestra Madre, que Ella os traerá a mí, y yo arrebataré las almas que tiene Satán, que se cree victorioso y seguro.

       Los ángeles de mi justicia, hijos míos, están preparados. No merece esta Humanidad el perdón ni el amor, hijos míos; merece ser destruida.

     Mirad si quiero las almas, hijos míos, que, para arrebatarlas de las manos de Satán, mando grandes purificaciones como grandes terremotos, grandes catástrofes, y los hombres se revelan contra mí como fieras heridas. ¡No saben, hija mía, que lo que quiero es salvarlos! ¡Las amo tanto a las almas, hijos míos, que muero cada día por ellos!

     Humildad os pido, hijos míos, humildad. ¿Sabéis por qué os entregáis al desorden y a la desunión? Porque os abandonáis en la oración. No se puede rezar mecánicamente, hijos míos, porque no sale vuestra oración de dentro de vuestro corazón, hijos míos.

     Amaos los unos a los otros, porque aquél que rechaza a su hermano y que le odia es homicida, hijos míos, y es reo de condenación; por eso os pido: amor, unión y paz entre vosotros.

     Que vuestra cara esté siempre sonriente, que ahí está Dios, en esa sonrisa, en esa dulzura, en esa humildad, hijos míos. No os dejéis por la soberbia, hijos míos.

     Amaos como Cristo os amó. Que ese amor salga de lo más profundo de vuestro corazón, hijos míos. No seáis hipócritas, fariseos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ah...! ¡Ay, ayúdame Tú, que yo también soy soberbia! ¡Ayúdame Tú...! ¡Aquí tampoco, a veces, tengo paz...!

 

     LA VIRGEN:

     ¡Cómo vas a tener paz, hija mía, en esa desunión, en esa división!

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay!, a Ti te prometo, ¡ay!, con tu ayuda, ser humilde. ¡Ay!, pero a veces no puedo...

 

     LA VIRGEN:

     ¡Qué poca ayuda recibes, hija mía, de los humanos! Refúgiate en el Corazón Inmaculado de María, que Ella te protegerá bajo su manto, hija mía. Sé muy humilde, muy humilde, hija mía.

     Humildad pido, hijos míos, humildad y unión.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!