MENSAJE DEL DÍA 14 DE JULIO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Mi mensaje, hija mía, será muy corto. Te dije que se estaban acabando, porque todo lo tengo dicho: sacrificio y penitencia, hijos míos, acompañado de la humildad y de la caridad.

     Amad a vuestro prójimo. Si no amáis a vuestros semejantes, no digáis que amáis a Dios, hijos míos. Los mandamientos que instituyó Dios se encerraban en uno solo, hija mía: “Amarás a Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”. Todo aquél que cumpla con estos mandamientos, recibirá la gloria eterna, hijos míos.

     Mis mensajes se acaban, pero mis visiones no se acabarán, hijos míos, hasta que no cumplan lo que yo pido. Pido, hijos míos —os lo he repetido muchas veces—, que en este lugar se haga una capilla en honor a mi nombre; que vengan a meditar de todas las partes del mundo la Pasión de Cristo, que está olvidada, hijos míos.

     También pido que se haga un sagrario y esté de día y de noche, para que podáis acompañar a Cristo, hijos míos.

     ¡Cuántas veces he pedido que hagan esta Capilla, hijos míos!

     En este lugar hace años me manifesté, pero no escucharon mis mensajes, hija mía. ¿Sabes?, fue este lugar sagrado hace años, pero... (Habla unas palabras en lengua extraña).

 

     LUZ AMPARO:

     ¿Por qué no la dejaron aquí? ¿A dónde la llevaron?... (Parece recibir una respuesta breve en lengua extraña).

     ¡Ah, ay!; pero yo no lo puedo decir. ¿Le pertenece a este lugar? ¿Bajo otra advocación?

 

     LA VIRGEN:

     Fue bajo esta misma advocación, hija mía. Ellos añadieron la otra advocación. Es lo mismo “la Virgen de Gracia” que “la Virgen de los Dolores”, hija mía. ¡La misma! Cualquier advocación..., no hay nada más que una: la Virgen María, Madre de Dios. Haced sacrificio, hijos míos, y haced penitencia.

     Aquí presentes, hijos míos, hay muchos que todavía no habéis querido recibir la gracia divina de Dios.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Los he visto! Los he visto... Y sé de dónde son, lo sé[1].

 

     LA VIRGEN:

     Tú, hija mía, sigue haciendo penitencia y sacrificio, y ofrécelo por tus enemigos... (Luz Amparo solloza). Que no tengas ningún enemigo, hija mía, aunque ese enemigo sea tu verdugo; pero no tengas enemigos, hija mía. ¿Ves cómo ellos tienen la poca delicadeza, hija mía, de presentarse en este lugar? Pero, perdónalos, hija mía, y pide por ellos. ¡Pobrecitos, hijos míos! Están tan necesitados de gracia y penitencia... ¡Qué astutos son, hija mía!

     Cuando caminan con tanta maldad, hijos míos, es como el reo, cuando lo buscan para ir a la muerte; se esconderá entre los matorrales, para que no lo encuentren, hija mía. Pues eso está sucediendo en este momento. Perdónalos, hija mía, perdona a tus enemigos como Cristo perdonó a los suyos en la Cruz. Sus palabras fueron: “Padre mío, perdónalos, que no saben lo que se hacen”. Sí lo sabían, hija mía; pero Cristo pedía perdón por ellos. Humildad te pido, hija mía. Humildad y sacrificio.

     Pero no quieras matar tu cuerpo. Quiero cuerpos sanos; no quiero cuerpos enfermos para mi Obra, hija mía.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Esto te pido que hagas diariamente por tus enemigos, hija mía. También te pido... (Habla de nuevo en lengua desconocida).

     Mis mensajes se están acabando, hija mía. Te puedo decir que son los últimos, hija mía, pero penitencia y sacrificio; y mi presencia en este lugar seguirá hasta el fin...

     Que hagan lo que yo he pedido... Por eso os vuelvo a repetir, hijos míos: ¡id donde sea! Id al Obispo y pedidlo, pero ¡pedidlo, hijos míos! ¡No aguardéis más tiempo! Decidle que pide vuestra Madre una capilla para orar; que no os pide que seáis ladrones ni criminales, sino que seáis sacrificados por Cristo, hijos míos, que os sacrifiquéis por Él, como Él se sacrificó por vosotros. ¡Qué pena de almas, hija mía, esas almas que no quieren recibir la luz divina de Dios! El Castigo que se les aproxima, hija mía. Y no quiero asustaros, hijos míos; sólo vengo a avisaros.

     Ya sabéis que medí el terreno. Quiero, hija mía, que el sagrario se ponga a la puesta del Sol.

 

     LUZ AMPARO:

     Yo no sé qué es eso; pero “a la puesta...” no sé qué es.

 

     LA VIRGEN:

     Mi mensaje está escrito, hija mía; y lo escrito, escrito está, como dijo Pilato. Quiero la Capilla, hijos míos; la Capilla para meditar. Uníos todos, e id a pedir lo que pide vuestra Madre.

 

     LUZ AMPARO:

     Yo, yo no puedo... Yo no he podido sola; y ¿cómo se puede hacer?

 

     LA VIRGEN:

     Yendo directamente. Ya te lo he dicho un montón de veces.

 

     LUZ AMPARO:

     ¿Un montón? Sí, cuatro veces.

 

     LA VIRGEN:

     Muchas veces, hija mía. Ya hace años que te lo dije que fueses a hablar con el Obispo.

 

     LUZ AMPARO:

     Y ¿cómo voy, si no quiere que me vaya yo allí? A ver, ¿cómo voy a ir?

 

     LA VIRGEN:

     Hay muchas personas que pueden por mediación hacerlo, hija mía; pero que no se acobarden, que sean fuertes, y que hagan lo que pide vuestra Madre, hijos míos. Y que el Santo Sacramento esté de día y de noche expuesto para todo el que quiera venir a orar a este lugar; pero que Cristo no esté nunca solo, hija mía. Porque, ¡pobre, mi Hijo! Oís la Misa, hijos míos, y os marcháis, y Él se queda triste y solo, entre esa piedra fría, esperándoos para que vayáis a visitarle.

 

     LUZ AMPARO.:

     ¡Ayúdanos Tú!, y lo podremos hacer. A ver, ¿qué dicen?... ¡Ay!

 

     LA VIRGEN:

     Ya te he dicho que hay personas que pueden hacerlo; por mediación de esas personas, hija mía, pido una capilla. No pido una sala de divertirse, ni una discoteca; pido una capilla. Si pidiese una discoteca, ya estaría hecha, hija mía; pero, como pido una capilla, ¡cuánto cuesta, hija mía!

     Hija mía, seguirás viendo mi presencia; pero mis mensajes ya los he dicho; desde el primero hasta el final se cumplirán, hija mía.

     Ahora os aconsejo, hijos míos: acercaos al sacramento de la Eucaristía, confesad vuestras culpas y poneos a bien con Dios. Amad a vuestro prójimo, hijos míos, que si no amáis al prójimo, no amáis a Dios. Que vengan de todos los lugares del mundo a rezar el santo Rosario. ¡Cuántos serán bendecidos y muchos sellados, hija mía!

 

     LUZ AMPARO:

     Pero, no te vayas y no me dejes así sola. Quiero que vengas, que vengas más veces.

 

     LA VIRGEN:

     Tus ojos no dejarán de ver mi presencia, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay! Eso es lo que yo quiero: que vengas, así me das fuerza para seguir, porque ya sabes dónde estoy.

 

     LA VIRGEN:

     Sí, hija mía; la Humanidad es cruel.

 

     LUZ AMPARO :

     Se ríen de mí y me llaman bruja y dicen que es el demonio.

 

     LA VIRGEN:

     Ya te he dicho que el demonio destruye, no construye, hija mía. ¿Sabes dónde está el demonio, hija mía? En las discotecas y en las salas de fiesta, porque, ¡cuánto dinero derrochan en esas salas, habiendo tanta necesidad y tantas almas que lo necesitan, hija mía! Tendrán que dar cuenta a Dios de todo ese derroche, hija mía. Pero ¡bienaventurado todo aquél que ha adquirido riquezas y las distribuye con los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos también! No sólo de los pobres, sino de los ricos que adquieren riquezas y las reparten con los pobres.

     Besa el suelo otra vez, hija mía, por las almas consagradas...

     Lo último que os pido, hijos míos: sacrificio y penitencia. Sin sacrificio no os salvaréis. Seguid a Cristo. Cuando andaba en la Tierra, sólo llevaba unas sandalias y una túnica; pero no llevaba otra de repuesto, hijos míos. Imitadle a Cristo. Imitad la humildad, la humildad de vuestra Madre, hijos míos. La humildad, la caridad... Porque yo quedé en la Tierra sola muchos años, para enseñaros y para dar testimonio de la Iglesia, hijos míos. Por eso soy Madre de la Iglesia. ¡Sacrificio acompañado de oración, hijos míos!

     Voy a bendecir los objetos, hijos míos. Otra gracia más, para que vuestra Madre no digáis que no derrama gracias sobre vosotros. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, hijos míos.

     Os voy a bendecir, hijos míos. Y esta bendición os la daré alguna vez, hijos míos, aunque no haya mensaje; pero vuestra Madre os seguirá bendiciendo. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!



[1] Se refiere a los “verdugos” que la vejaron el 25 de mayo de 1983, según la aclaración siguiente de la Virgen.