MENSAJE DEL DÍA 2 DE JUNIO DE 1984, PRIMER SÁBADO
DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL
(MADRID)
LA
VIRGEN:
Hijos míos, todos
seréis sellados con el sello de Cristo, hijos míos. Muchos de los que estáis
aquí presentes, todavía no os habéis puesto a bien con Dios, hijos
míos.
Pensad que este sello
es muy importante para la protección de vuestras almas y del enemigo, hijos
míos.
Mira, hija mía, antes
de sellar di lo que estás viendo.
LUZ
AMPARO:
Cuatro ángeles, ¡ay!,
cuatro ángeles.
LA
VIRGEN:
Pues esos cuatro
ángeles tienen la misión de destruir la Tierra. Pero mira ahora en el otro lado
de oriente, hija mía.
LUZ
AMPARO:
¡Ahí hay otro
ángel!
LA
VIRGEN:
La misión de este ángel
es decir a esos cuatro ángeles que no toquen nada de la Tierra, ni el mar, ni
los árboles hasta que no sean sellados todos los hijos de Dios con ese sello que
el enemigo no podrá destruir. Pero si las almas no aceptan cumplir con los
mandamientos de la Ley de Dios, no se salvarán, aun con ese sello, hijos míos.
Todo será destruido por esos cuatro ángeles cuando esté el número de sellados,
porque todavía no está el número completo.
LUZ
AMPARO:
¿Qué tiene ese ángel en
la mano? ¿El sello? ¿Ése es el sello? ¡Ay!, ¿cómo los va a sellar? ¿A todos?
¿Cómo podrá sellarlos a todos?
LA
VIRGEN:
Muchos sentirán en su
frente este sello, hija mía. Pero, ni aun sintiendo la marca, querrán
salvarse.
LUZ
AMPARO:
Tú séllalos, y, si
después no se quieren salvar, que no se salven. ¡Ay!... (Pausa
prolongada).
LA
VIRGEN:
Todavía sigo
sellando.
LUZ
AMPARO:
¡Ay! ¡Ay! ¡Todos!
¡Cuántos han sentido la marca en la frente! Pero, ¿lo dirán todos? Ahí hay
algunos que no son dignos de esa marca; pero, aun siendo así, séllalos con ese
sello, para que el enemigo no se apodere de sus almas.
LA
VIRGEN:
Piensa, hija mía, que,
aun en el momento de la muerte... Tú lo sabes, porque te ha sucedido a ti: estar
agonizando y rechazar la luz divina de Dios.
LUZ AMPARO:
(Sollozando). No se condenan. No, no se
condenan[1]. Se ríen y se ríen de todas las
cosas tuyas. No los condenes, aun a
todos éstos que están aquí delante, que no creen. Tú dales una luz para que
crean. Y todos los que hay detrás también, aunque hay muchos que no
creen.
EL
SEÑOR:
No creerían, hija mía,
aunque bajase en este momento lleno de luz, como te he dicho. Cuando esto
suceda, bajaré con mi gran poder y mi gran majestad. Juzgaré a cada uno según
sus obras.
LUZ
AMPARO:
Pero, no son malos; es
que no han tenido quién les hable de Dios.
EL
SEÑOR:
Muchos reniegan de la
fe de Cristo. Y muchos de ellos están frente a ti, hija
mía.
LUZ
AMPARO:
¿Los podrías
señalar?
EL
SEÑOR:
No, hija mía, porque mi
Corazón todavía rebosa misericordia para ellos.
LUZ
AMPARO:
Pero así se corrigen.
Si yo los señalo, se corregirían.
EL
SEÑOR:
Entre ellos hay una
chica, hija mía. No cree en nada.
LUZ
AMPARO:
¡Pobrecita, pobrecita!
Pero Tú le vas a dar esa luz para que crea. Porque me da mucha pena de ella. Y
dentro de ella, a lo mejor tiene alguna cosa..., que cree.
EL
SEÑOR:
Pide por todos ellos,
hija mía; sigue haciendo sacrificios, pues tus sacrificios valen para la
salvación de las almas. Pronto escogeré apóstoles de los últimos tiempos. Verás
cómo irán vestidos los apóstoles de los últimos tiempos.
LUZ
AMPARO:
¡Oh! Pero ése no es uno
de aquí abajo. Estoy entre la Tierra y el Cielo; pero ése no es de abajo. ¡Ah!,
ése será el que vendrá el último tiempo. ¡Cómo van vestidos!: con una sotana
negra; un cinturón blanco; en la solapa llevan unos broches dorados. Y eso que
llevan por encima, ¿cómo se llama?
EL
SEÑOR:
(Palabra ininteligible). Una
esclavina.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, una esclavina! Yo
no sé lo qué es eso de la esclavina. Pero también llevan dos broches dorados. Y
a lo largo de la sotana caen flecos amarillos. ¡Ay!, ¿qué pone en ese cinturón?
Hay tres letras a la derecha y tres letras a la izquierda. ¡Ay!... Hay una “H”,
una “D” y una “M”, en el lado derecho. Y en el otro lado una “M”, una “P” y una
“J”. ¡Ah!, luego me explicarás lo que es eso. Y los zapatos blancos, y unos
sombreros en la cabeza. ¡Qué raros son esos sombreros! Pero parecen como si
fuesen de pico. No son redondos... ¡Ay!, ¿así tendrán que ir vestidos? ¿Y dónde
están esos apóstoles para escogerlos?
EL
SEÑOR:
Por eso pido que se
purifiquen las almas, para coger apóstoles de los últimos
tiempos.
LUZ
AMPARO:
Y ése que viene ahí,
¿quién es? Porque los demás, ¿dónde están?... ¡Ah! ¡Ah!, pero, ¿Elías también?
Pero, bueno, pues vaya barba que tiene. ¡Ay!, ¿ése también será uno vestido
igual que éstos que has dicho?
EL
SEÑOR:
Sí, publicarán la
doctrina de Cristo de los últimos tiempos. Pues ya sabes, hija mía, que el
tiempo se aproxima y los hombres no cambian.
LUZ
AMPARO:
Alguno habrá cambiado,
¿no? Todos no son... ¡Ay! ¡Perdónalos, Señor! Perdónalos, porque no son malos.
Pero otros... ¿Qué pasa? Que, ¿qué?... (Palabras en lengua extraña). Y ésos son
los que no quieren creer. Pero yo no quiero decir esto porque, si no, van a
decir que soy política; y yo no entiendo de nada; ni de política, ni de unos ni
de otros. Yo sólo pido por ellos; pero no entiendo nada, nada. ¡Ay! ¡Perdónalos
a todos! Ya que los has sellado por el ángel, tienes que
perdonarlos.
EL
SEÑOR:
Pero siempre que pidan
perdón y que se humillen a un hombre que, para ellos, es como ellos; pero que es
un alma consagrada. Muchas almas consagradas no cumplen; pero, ¡pobres almas! Lo
que se les avecina. Pagarán por su pecado más por el pecado de las almas que han
arrastrado hacia el abismo.
LUZ
AMPARO:
Pero también son
débiles; ¡perdónalos!
EL
SEÑOR:
Pero ellas tendrán que
dar más cuenta porque son consagradas.
LUZ
AMPARO:
¡Ay! Bueno; pero los
otros también tienen que dar cuenta; no sólo ellos. ¡Ah! ¿Les vas a dar gracias
también y los perdonas?
EL
SEÑOR:
Pero ya he repetido que
el enemigo oscurece sus inteligencias para mostrarles los placeres del
mundo.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, pobrecitos
también! Pero ya van a pedir perdón también de sus pecados, aunque sean tantos.
Pero unos se ayudarán a otros, como nosotros nos estamos ayudando. (A
continuación, parece dirigirse a la Virgen). ¡Ay, ah!, ¡ay!, yo quiero que hicieras una cosa grande
para que creyeran. Es que muchos te quieren ver... ¡Ay,
ah...!
LA
VIRGEN:
Pocos serán los que
vean mi imagen, hija mía.
LUZ
AMPARO:
Pero alguno habrá, ¿no?
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, de que no son dignos..., tampoco soy yo digna. Por ahí hay otras
personas que son mejores; que te vean. ¡Ay, permítelo!
¡Ay...!
LA
VIRGEN:
Todos aquéllos que no
han visto mi imagen tendrán mayor premio, porque ya está dicho: “Dichoso el que
cree sin ver”.
LUZ
AMPARO:
Pero, si te vieran,
sería mejor. ¡Ay!, que Tú no sabes cuántas personas quisieran verte para
convertirse. ¡Y me dejas a mí aquí, sola ante todos! Haz algo. ¡Ah...! ¡Ay!,
pero, bueno, ¡qué pesada soy!, ¿eh? ¡Ay!, pero para mí sería más
fácil.
LA
VIRGEN:
Claro que sí, para ti
sería más fácil, pero las almas, muchas de las que hay presentes, aun viendo mi
imagen no creerían, hija mía.
LUZ
AMPARO:
Bueno, eso de que no
creerían... Si te ven, sí que creen. Nada, que no quieres,
¿eh?
LA
VIRGEN:
¿Te parece poco la
salvación de las almas?
LUZ
AMPARO:
Pero, si te ven se
salvan más. Bueno, pues a ver cuándo lo haces. Hoy los ha sellado el ángel;
pero, ¿cuándo vas a hacer otra cosa más grande?
LA
VIRGEN:
¿Más grande que el
sello de Cristo, hija mía?
LUZ
AMPARO:
Ya, pero ni aun con el
sello dices se van a salvar... Entonces, ¿qué van a hacer? Y el otro, ¿quién es?
¿Henoc? Y ¿quién es Henoc? Pues, ¡vaya barbas que tienen! ¡Ay, ay! Pero no me
mandes para abajo todavía. Déjame otro rato, para que vea más cosas.
¡Ay!
LA
VIRGEN:
Éstos son... serán...
lo gran... (Palabras en lengua
extraña).
LUZ
AMPARO:
Ya estás otra vez. Pues
dilo claro, para que todos te entiendan. ¡Ay! ¿No se puede decir? Siempre igual,
siempre igual. Y el otro que hay a su lado, ¿quién es? ¡Bueno!, ¿pero no están
muertos? ¡Madre, los misterios que tenéis! A ver cuándo descubrís uno, ¡vamos!
Porque por eso la gente no cree. ¿Esos dos bajarán? ¡Bueno!, bajarán y morirán.
Y luego volverán a resucitar. Entonces será cuando crean, porque, si no...
Aunque hagas muchas cosas no creerán. ¡Ay, qué bien se está aquí! Déjame aquí, no me
mandes para abajo. ¡Ay! ¡Ay! Estoy como entre... entre el Cielo y la
Tierra. Se ven tan pequeñas..., pero, ¡cuántas,
cuántas hay! ¡Madre mía!
Pues, por cada rosario, fíjate las almas que se pueden
salvar...
¡Ay, qué alegría!¡Ay!
¡Ay! ¡Qué rosario tienes! ¡Ay!, pero si es que todo es luz. ¡Ay!, si ése es de
tu Madre, ¿no? Porque yo se lo he visto a Ella. Y yo os digo que es de oro.
Y,
si no os gusta el oro, ¿por qué tenéis ese
rosario?
EL
SEÑOR:
Ya te he dicho de quién
es este rosario, hija mía.
LUZ AMPARO:
¡Ah, bueno! ¿Tú besas el suelo? Pero si no hay ahí,
en esa parte... ¡Bueno!, pues vamos a besarlo, por la salvación de las
almas...
LA VIRGEN:
Yo también beso el suelo, aunque los humanos creen que mi Corazón
no sufre. Mi Corazón sufre por toda la Humanidad, y el Corazón de mi Hijo
también está triste, porque los hombres no dejan de ofender a
Dios.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, pero, qué guapos
estáis los dos! ¡Ay, que no crean! ¡Ay, qué cosas tan maravillosas! ¡Ay, ay, qué
bonito! ¡Y qué luces, Madre mía! ¿Y eso es un misterio también? ¡Ah,
ay!
LA
VIRGEN:
Vuelve a besar el suelo
por las almas consagradas, ¡las amo tanto! ¡Y qué mal corresponden a mi amor!...
Hija mía, este acto de humildad sirve para la salvación de las almas
consagradas.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, qué imagen más
guapa! Pero no de imagen, ¿puedo tocarte el pie? ¡Ay, ay, qué frío! ¡Ay, qué
frío! Pero, ¿dónde estáis, que estáis tan fríos? ¡Ay! Yo quiero besar el pie,
pero también quiero tocar la mano de tu Hijo. Dame que bese el pie... Me
conformo con el pie de tu Hijo también. Aunque se ría la gente, a mí no me
importa... ¡Ay!, pero ¿qué os pasa en el cuerpo, que estáis tan fríos?
Bueno, pues parece que estáis con agua; como cuando se seca uno y está frío.
¡Ay!, ése es el misterio, ¿verdad? ¿Tampoco lo descubres? Pues ya está bien con
tantos misterios.
LA
VIRGEN:
Ya te he dicho que los
hombres nunca llegarían a descubrir los misterios de Cristo. Los misterios de
Dios son muy ocultos ante los ojos de los hombres. Ni el hombre más sabio del
mundo llegará a descubrirlo.
LUZ
AMPARO:
¡Ay...! Yo no digo que
te quieren poco, porque aquel día me dijiste que no dijera nunca que te querían
poco, porque te queremos mucho. También te voy a pedir una cosa muy especial por
un chico que Tú sabes. Pero le tienes que ayudar, porque, si no, el pobrecito,
¡cómo está! ¡Ayúdale y déjame que yo haga por él lo que
pueda!
¡Ay, el Libro! ¿Hay que
escribir más nombres?
LA
VIRGEN:
Vas a escribir cuatro.
Dos escogidos por ti en recompensa a tu sufrimiento; y dos que yo te
mande...
LUZ
AMPARO:
¡Ay, qué alegría,
dejarme escribir los nombres! Pero, ¿no lo sabrán? Porque, si me ven
escribirlo... Y ¿por qué escribo así, de ese lado para acá, si se escribe de la
otra forma?
LA
VIRGEN:
Porque yo escribía
así.
LUZ
AMPARO:
¡Ay! ¿Y todos los
demás? ¡Qué alegría! Si no sé escribir; sé muy poquito. Pero quiero aprender
para escribir muchas cosas. Quiero aprender a escribir bien. ¿Tú me dejas que
aprenda?
LA
VIRGEN:
Mi Hijo te escogió así,
hija mía; y como te escogió sin cultura, sin cultura te quiere. Porque, ¿tú no
sabes que se manifiesta a los incultos y a los humildes para confundir a los
grandes poderosos?
LUZ
AMPARO:
Ya; pero, porque ellos
no se confundan... Yo no sé escribir; yo quiero saber escribir mejor y tengo
quién me enseñe... ¡Ay!
LA
VIRGEN:
No te va a servir para
nada el saber leer y escribir bien, porque mi Hijo te ha escogido inculta e
inculta te quiere.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, pues, vaya, qué
gracia! No quererme dejar aprender. ¡Ay!, podría hacer tantas cosas... Pero, si
Tú no quieres, yo no aprendo... ¡Ah, bueno!, ya lo sé. Dímelo para que lo
entienda... (Palabras en idioma
desconocido como respuesta).
¿Por eso es? ¡Ah!, pues
entonces quiero no saber leer ni escribir. ¡Nada!, aunque no lo entienda. Te
pido por todos, por todos los que están aquí. Ayúdalos a ésos que no han
recibido todavía esa gracia tuya. ¡Es tan grande recibir tu gracia! ¡Ay, qué
cosa más grande! ¡Ay, como no saben lo que es!; pero, si lo supieran...
¡Ayúdales! ¡Ay, ay, qué hermosa eres! ¡Ay! Te lo tengo que decir que eres muy
guapa.
LA
VIRGEN:
También te pido, hija
mía: pide por el Vicario de Cristo.
LUZ
AMPARO:
¿Otra vez está en
peligro? ¡Ay! Pues entonces seguiremos pidiendo. Y por otros que también lo
necesitan, ¿eh? Porque no quieren hacer lo que Tú pides... La Capilla, ¿quién la
tiene que decir?... Pues por él también te pido. ¡Ah, ése! Pero no lo digas,
porque, si no, van corriendo a por él. Yo lo sé quién es el que tiene que
autorizarlo... (Palabras en idioma
extraño).
Bueno, pues, como lo sé ya... Pero
no lo digas fuerte a nadie y con las palabras que se entiendan; porque si no, se
lo cargan. ¡Ay! Y es bueno, ¿eh?, porque es muy bueno; ya lo sabes Tú. Porque Tú
lo has dicho en una ocasión, que era muy amante de la Virgen. Y si es amante de
la Virgen, no puede ser malo. Por eso, que todo se arregle como pueda ser; pero
que sea por las buenas.
¡Ay! ¿Vas a bendecir
los objetos? Pues vamos a levantarlos todos. ¿Y éstos tendrán gracias
especiales? Anda, dales gracias especiales para que se
conviertan.
LA
VIRGEN:
Levantad todos los
objetos.
LUZ
AMPARO:
¡Ah, ah, ay! Todos han
sido bendecidos. Verás cómo se convierten. Y bendice a este chico que te he
pedido especial, para que haga lo que yo le he dicho, ¿eh? Bueno, Tú ya sabes
quién es. Si quieres te digo la primera letra y la última, la del apellido.
Empieza con “B”, y el apellido termina..., no termina, no, empieza con “P”. ¿Ya
sabes quién es? ¡Ay, ay! Ya lo sé que le quieres. Anda que, si le metieras en un
convento... Eso sí que sería bueno, ¿eh? ¡Cuántas almas
salvaría!
Bueno, yo ya no te voy
a pedir más. No más que... que nos bendiga tu Hijo. Pero a ver cómo lo hace,
¿eh? Que lo estoy viendo lo que va a hacer.
EL
SEÑOR:
Os bendigo como el
Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
LUZ
AMPARO:
¡Ay! Ya lo ha hecho
otra vez. ¡Vaya líos! ¡Vaya lío, vaya lío! ¡Ay!, yo te he dicho que no hagas esa
cruz; que hagas la otra, porque con esto va a haber un lío, y bien
gordo.
EL
SEÑOR:
Pero ahora bendecirá mi
Madre con la cruz de la Iglesia, porque por eso es Madre de la
Iglesia.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, qué alegría! ¡Ay!
Bendícenos a todos.
LA
VIRGEN:
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
Sed humildes, hijos
míos, que el tiempo se aproxima. Poneos a bien con Dios.
Adiós, hijos míos.
¡Adiós!
[1]
Lo expresa como deseo de que no se condenen; por eso, enseguida, reconoce la
falta de disposición de ellos: “Se
ríen y se ríen de todas las cosas tuyas”, e implora: “No los condenes (...). Tú
dales una luz para que crean”.