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La divinización mediante los Sacramentos.-
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Y esta divinización la realizan todos los Sacramentos, que en realidad son acciones de Cristo.
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Los Sacramentos actúan, bien sea dando el nacer a otra vida superior (Bautismo);
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bien sea contribuyendo al robustecimiento pleno del cristiano (Confirmación);
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bien al crecimiento continuo y radiante de esa vida (Eucaristía);
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bien a la curación de las almas enfermas o la resurrección de las almas muertas por la ofensa grave a Dios (Penitencia);
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o al ennoblecimiento del amor humano para la procreación de nuevos hijos de Dios (Matrimonio)
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o a la salud del cuerpo y al robustecimiento final del alma en la lucha suprema (Unción de los enfermos);
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o comunicando la facultad de engendrar y alimentar hijos para Dios en el orden sobrenatural (Sacerdocio).
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Son los Sacramentos el poder de Dios transmitido a los hombres.
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Son las manos de Dios, de Cristo-Dios, que se prolongan a través de los siglos mediante las manos de sus sacerdotes. Son acciones humanas, a las que se aplica el poder infinito de Cristo-Dios.
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Estos Sacramentos depositados por Cristo en su Iglesia, se comunican a los seres humanos principalmente por la Jerarquía. Así nos diviniza la Iglesia con el poder de Cristo.
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Porque no son acciones de hombres, sino acciones de Cristo, quien en su Iglesia actúa a través de los hombres escogidos por Él.
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Terminamos estas ideas sobre la Jerarquía con unas palabras del Concilio Vaticano II:
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«... los obispos, puestos por el Espíritu Santo, son sucesores de los Apóstoles como pastores de las almas, y, juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno.» (CH D 2).