V.- LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN SON EL MISTERIO PASCUAL.
Hay unas palabras dulces y misteriosas en San Pablo que enlazan estrechamente estos dos hechos: la muerte y la resurrección de Cristo:
«Fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación» (Rom 4,25).
Salvados o redimidos por su muerte, recibimos la confirmación plena en nuestra fe por su resurrección.
Más aún, la Humanidad de Cristo, glorificada, se convierte en instrumento connatural de la divinización de nuestra pobre humanidad (Jn 7,39).
Y es que estos dos hechos -bellamente completados por la maravillosa ascensión- forman como la corona de la encarnación de Dios y el núcleo central de la actuación de Cristo. A ese conjunto llamamos Misterio Pascual.
La Pascua primera de los hebreos fue el «Paso» de Dios entre ellos, para salvarlos de la muerte y conducirlos a la libertad. Y esto, mediando la inmolación de un cordero.
La Pascua cristiana es el «Paso» de Dios entre nosotros en la persona de Cristo. -El cordero que expía los pecados del mundo- por su muerte nos libera de la muerte eterna, y pasa luego, glorioso, como nuestro hermano mayor y modelo -henchido en su Humanidad del Espíritu Santo- a la gloria inmortal del Padre en los cielos.
Dios pudo morir -y murió de amor a nosotros sus hermanos- porque era hombre.
El hombre en Cristo pudo resucitar -en virtud de su propio poder (Jn 10,18)- porque era Dios.