Porque todo lo que se refiere a «la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios» (DV 12).
Es lo que llamamos el Magisterio eclesiástico. De él nos dice el Concilio Vaticano II y precisamente hablando sobre la Biblia:
«el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio; para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente» (DV 10).
Esta voz de la Iglesia, Esposa de Cristo, nos expone con la autoridad de Cristo, el valor y sentido de la Palabra de Él.
12.- Y JUNTO A LA BIBLIA, LA TRADICIÓN APOSTÓLICA
«La Tradición y la Escritura -nos afirma el Concilio Vaticano II- constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia» (DV 10).
Hay pues en la Iglesia junto a la Escritura otro elemento sagrado, actuante:
La Tradición Apostólica. Es decir, las enseñanzas y el espíritu transmitidos por los Apóstoles.
Esta Tradición puede consistir en verdades no contenidas en la Escritura.
Esta Tradición puede significar además, y principalmente, el ambiente denso y profundo en que la Sagrada Escritura se vive en la Iglesia: la conciencia íntima de los que formamos la Iglesia. Conciencia que va penetrando cada vez más en el profundo y maravilloso sentido de la Palabra de Dios (DV 8 Párrafo 2).
La Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica no se oponen. Mutuamente se apoyan y robustecen como nos afirma el Concilio Vaticano II (DV 9).
Así pues resumiendo y subrayando, la Sagrada Tradición tiene en la Iglesia el especial papel de conservar viva, palpitante y triunfadora la Palabra de Dios, escrita.