Veamos las frases de la segunda carta de San Pedro, a propósito de los escritos de San Pablo:
«En todas sus Epístolas... en las cuales hay algunos puntos de difícil inteligencia, que hombres indoctos e inconstantes pervierten, no menos que las demás Escrituras, para su propia perdición» (2 P 3,16).
Por esto es necesaria una regla de interpretación. Esto es lo que dice sobre ello el Concilio Vaticano II:
«La Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita: por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe» (DV 12).
De ahí la necesidad de poseer el Espíritu de Cristo y estar injertados en el Cuerpo de Cristo -la Iglesia- para interpretar con garantía de éxito estos libros maravillosos, antiguos, profundos y sobre todo divinos. Pero veamos...
11.- GUIA EN LA INTERPRETACIÓN
El Evangelista Lucas, que tan íntimamente ha calado en la conducta delicada de Cristo con los suyos, es quien nos narra, en el último capítulo de su Evangelio, cómo Jesús mismo, conocedor del misterio de las Escrituras, es el que a sus discípulos asiste para entenderlas e interpretarlas sin error.
Cristo es el que da a los Maestros de su Iglesia -los Apóstoles- el poder de interpretar la Sagrada Escritura: «Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras» (Lc 24,45).
El Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, que asistirá a su Iglesia a través de los siglos, será el Maestro efectivo que en todo los conducirá a la Verdad... (Jn 14,16 ss).
Y esto, en la práctica, se realizará mediante la interpretación oficial, por parte de la Iglesia docente, sucesora del Colegio Apostólico, de los libros inspirados por el mismo Espíritu Santo.