«Comunión». Con la participación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, como habitualmente se hacía antiguamente en los sacrificios, se cierra el círculo y se asocia el cristiano plenamente al sacrificio del Señor.
Dios devuelve al hombre su ofrenda divinizada. Así se realiza la unión con El, prometida por Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre se queda en Mí y Yo me quedo en él» (Jn 6,56).
Por medio de la Eucaristía Cristo-Dios está físicamente en el mundo de los hombres y entre los hombres. Y en su Cuerpo y en su Sangre, a diario, renueva su sacrificio al Padre por todos y cada uno de nosotros.
El, que es amor por naturaleza (1 Jn 4,8), intenta día a día inocularse en nuestro ser, a fin de realizar la verdadera unión consigo y entre todos los miembros de su cuerpo místico y procurar así el desarrollo completo de este mismo cuerpo, precisamente en lo que constituye la esencia de su vida y fortaleza, que es la verdad y el amor (Ef 4, 15-16).
LA PALABRA DE CRISTO
INTRODUCCIÓN.-
A lo largo de todas estas lecciones hemos utilizado la Palabra de Dios. Ahora vamos a ver, -bajo el Magisterio autorizado de la Iglesia- el valor divino de esa Palabra, escrita, del Señor.
Palabra que es medio excepcional «para mantener viva nuestra esperanza» como diría San Pablo. Palabra conservada «para nuestra enseñanza y consuelo» (Rom 15,4).
1.- CUERPO Y PALABRA DE CRISTO
Después de tratar de la presencia viva de Cristo entre nosotros en la Eucaristía, trataremos ahora de la presencia viva de su Palabra entre nosotros en la Biblia.
El Cristo pleno lo componen la Eucaristía y la Escritura. El Cuerpo de Cristo y la Palabra de Cristo.
Alimentados e iluminados por esta doble presencia, quedamos capacitados para vivir identificados con Cristo y para servir al mismo Cristo, presente en nuestros hermanos (Mt 25, 41-46).
Ahora entendemos la idea de San Jerónimo, el gran estudioso de la Biblia en la antigüedad cristiana: «Desconocer la Biblia, es desconocer a Cristo».