Y es que María es la Mujer histórica que ha sido «ensalzada por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios» (LG 66).
En efecto, «queriendo Dios infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo nacido de Mujer... para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gal 4,4-5).
«El cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María» (LG 52).
Toda la grandeza de esta Mujer arranca de su predestinación a la Maternidad divina, pues... «unida a Jesucristo con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo» (LG 53).