12.- Vida infundida en nuestro entendimiento y voluntad por poderes divinizantes que llamamos virtudes teologales.
Y es que en nosotros esa vida se va desarrollando mediante este triple vínculo divino, que, según sus planes admirables, deben unirnos a Dios (1 Cor 13,13).
Hemos aceptado su verdad, en penumbra, casi a oscuras atraídos por su interior y casi imperceptible pero eficaz llamada.
Le hemos aceptado y nos hemos fiado plenamente de El. Hemos creído en El, y por El, en todo cuanto El ha querido. Eso es nuestra Fe.
Hemos progresado y nos hemos afianzado en El. Y adivinando, más que viendo, el tesoro insondable de su poder y de su belleza y de su bondad, hemos confiado apasionadamente en El.
Hemos esperado -contra toda desesperanza- en El. Eso es nuestra Esperanza.
Y al fin ha brotado impetuoso, ardiente, inextinguible, en nosotros, por pura dignación suya, el amor a El y a cuanto El ama. Eso es nuestra Caridad.
Así mediante las virtudes teologales, que miran a Dios y nos unen con Dios, se ha ido desarrollando y creciendo en nosotros la vida admirable y divina del Dios eterno y único: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Así hemos llegado a ser miembros vivos, maravillados, de ese Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.